06/02/2024 | 08:24

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Publicado en Expansión del 01/02/2024

La manera en la que el ser humano interactúa con el entorno y saca provecho de los recursos naturales disponibles, es una buena medida para evaluar el nivel real de evolución de nuestra sociedad.

En este sentido la Unión Europea, a lo largo de las décadas recientes, ha tratado de regular el aprovechamiento agrícola comunitario intentando acompasar, al mismo tiempo, tres distintos criterios (en principio) difíciles de casar entre ellos: un reparto equitativo de oportunidades productivas internas, una apertura moderada al libre mercado global y una marcada tendencia hacia la "agricultura verde", eco-compatible, con un impacto medioambiental decreciente.

Mutatis mutandis, unas políticas parecidas se han llevado a cabo con la ganadería y su ecosistema de referencia.

La UE ha ido, por tanto, a incidir significativamente en los centros neurálgicos de un continente cuyas raíces productivas e, incluso, culturales radican precisamente en el sector primario, al menos en buena parte de sus Estados miembros.

Lo ha hecho, sin haber antes construido una sólida Europa de los ciudadanos a través de los procesos de moral suasion que hubiesen facilitado una mejor comprensión y, por ende, una probable aceptación de las medidas adoptadas en los sensibles entornos agrícolas y ganaderos.

Las protestas que están montando por media Europa, España incluida, no deben ser interpretadas de forma burdamente reductiva, pues no se trata simplemente de dinero.

No es una guerra entre proteccionismo y libre mercado. El rechazo a la ratificación de los acuerdos con Mercosur y Nueva Zelanda, tienen una parte de lógica y un alcance que trasciende del caso específico y concreto.

Las manifestaciones de los agricultores son el síntoma evidente de que algo no funciona en la manera en la que hemos estructurado nuestra convivencia europea a la que, por cierto, no debemos renunciar por mil y una buenas razones.

Así las cosas, no nos queda otra opción que la de reconsiderar la forma en la que la UE promulga normas sin solución de continuidad y con un trabajo de lobby elitista (insisto: no de persuasión moral colectiva) realizado en Bruselas, lejos de los campos y de las cabañas ganaderas de los pequeños productores que se enteran por la prensa de sus cambiantes destinos.

La Unión Europea ostenta una sensibilidad social que no es posible encontrar en ninguna otra área del mundo. Lo demuestra claramente a la hora de establecer los criterios inspiradores de su actividad reguladora.

Otra cuestión, bien distinta, es la incapacidad de compartirlos con la ciudadanía europea a través de actuaciones que lleguen "bajo la piel" de los ciudadanos europeos, creando una convicción extendida y arraigada sobre la bondad, oportunidad y conveniencia a largo plazo de las normas a promulgar (reitero, antes de promulgarlas).

La bienintencionada Europa (aun siendo una pésima comunicadora), ha justamente identificado unos principios inspiradores que son propios de una sociedad evolucionada, socialmente sensibilizada: la agricultura y la ganadería deben tender a aminorar su impacto medioambiental aplicando normas estrictas en la fase de producción.

De la misma forma, existen reglas que descienden del concepto europeo de salud pública que afectan a la calidad de la alimentación de todos los ciudadanos.

Estas reglas comunitarias encarecen, cierto es, los procesos productivos, pero aseguran, al mismo tiempo, una mejor calidad de los alimentos y una menor huella a nivel medioambiental. Es algo muy positivo para el consumidor-ciudadano comunitario, aunque comporte un importante esfuerzo añadido para el productor.

Supongamos entonces que el sector primario, en su mayoría, ya haya aceptado - o digerido definitivamente - los principios inspiradores de las reglas que le afectan.

Aun así, nos quedaría por resolver el problema, innegable, de las desigualdades competitivas entre productores europeos y extraeuropeos.

Si el nivel de exigencia cualitativa para nuestro sector primario es muy alto, y lo es en beneficio de toda la ciudadanía y, digámoslo, del futuro de nuestro continente entendido como espacio eco-sensible y social, entonces no se puede pedir menos a los productores-exportadores extraeuropeos. ¿Cómo se hace y con qué grado de fiabilidad?

El legislador europeo parece otorgar poderes taumatúrgicos a las nuevas normativas sobre las cadenas de suministro y las obligaciones de cumplimiento en materia de ESG, que deberían, en combinación entre ellas, favorecer una evaluación constante sobre el origen de bienes y servicios, incluso desde países extraeuropeos.

Lo cierto es que, en la práctica, va a ser casi imposible asegurar un nivel de reciprocidad en el cumplimiento extracomunitario de los requisitos que se les imponen (o demandan) al sector primario comunitario. El papel lo soporta todo. La realidad fáctica, no.

En este escenario, hay que sacar la balanza y empezar un ejercicio de priorización de valores en juego.

Algunos creemos firmemente en la urgente necesidad - que deslinda en simple ineluctabilidad - de recuperar el medioambiente europeo y propiciar una alimentación lo más sana posible, a través de un sector primario que vaya reduciendo drásticamente el uso de pesticidas, hormonas y químicos variados.

Para conseguir estos resultados, debemos apoyar a la producción comunitaria que se ajuste a las reglas pensadas en beneficios de todos los ciudadanos, de su salud y de la del Planeta.

Es probable que esto conlleve una ralentización o un freno a las importaciones de productos extra-UE que, por definición, son difícilmente controlables en cuanto a procesos productivos que incluyen también, dicho sea de paso, las condiciones laborales de los trabajadores.

Naturalmente no es algo que haya que celebrar, pues cualquier traba al libre comercio global es mala noticia.

No obstante, hay que tener claro lo que debe primar, lo que más peso tiene en la inevitable balanza.

Ese quid diferencial son hoy los valores y los principios sociales en juego, que definen a la amplísima colectividad europea a la que tenemos la suerte de pertenecer.

Consejo musical del día:

Future Islands - The Thief

https://www.youtube.com/watch?v=cccB8ULwmeI

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Los agricultores y los valores europeos

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06.02.2024

06/02/2024 | 08:24

Publicado en Expansión del 01/02/2024

La manera en la que el ser humano interactúa con el entorno y saca provecho de los recursos naturales disponibles, es una buena medida para evaluar el nivel real de evolución de nuestra sociedad.

En este sentido la Unión Europea, a lo largo de las décadas recientes, ha tratado de regular el aprovechamiento agrícola comunitario intentando acompasar, al mismo tiempo, tres distintos criterios (en principio) difíciles de casar entre ellos: un reparto equitativo de oportunidades productivas internas, una apertura moderada al libre mercado global y una marcada tendencia hacia la "agricultura verde", eco-compatible, con un impacto medioambiental decreciente.

Mutatis mutandis, unas políticas parecidas se han llevado a cabo con la ganadería y su ecosistema de referencia.

La UE ha ido, por tanto, a incidir significativamente en los centros neurálgicos de un continente cuyas raíces productivas e, incluso, culturales radican precisamente en el sector primario, al menos en buena parte de sus Estados miembros.

Lo ha hecho, sin haber antes construido una sólida Europa de los ciudadanos a través de los procesos de moral suasion que hubiesen facilitado una mejor comprensión y, por ende, una probable aceptación de las medidas adoptadas en los sensibles entornos agrícolas y ganaderos.

Las protestas que están montando por media Europa, España incluida, no deben ser interpretadas de forma burdamente reductiva, pues no se trata simplemente de dinero.

No es una guerra entre proteccionismo y libre mercado. El........

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