Cualquier tiempo pasado se recuerda mejor, incluso, el aciago. Nosotros, en la ribera alta del Genil, disfrutábamos de un otoño lleno de todas las tonalidades del amarillo. Las hojas de los álamos, los cerezos, los ciruelos y los nogales iban adquiriendo con el paso de los días otoñales las tonalidades más hermosas del amarillo, antes de caer al suelo. Mi hermano Juan, que obtuvo del cielo algún don para la poesía, sí logró sintetizar la plenitud del otoño con una frase que yo les repetía a las chicas en Los Jardinillos de la Bomba para impresionarlas: ¡Lourdes, goza –le susurraba a una–, del ‘minuto eterno’ que nos brinda la naturaleza! Y ellas, tan sensibles a la eufonía y al poder de la palabra, desde Scheherezade, empezaban a mirarte de otra manera. Pero, huérfano yo, de estro poético, me atascaba y solo acertaba a alumbrar un verso iterativo y menesteroso que deshacía la buena impresión del sintagma ‘minuto eterno’. Me atascaba con la palabra amarillo y, a lo más a lo que alcanzaba era a repetirla tres veces, sin conseguir pasar de ahí. He admirado desde entonces, desde mi minusvalía poética, a los poetas estacionales. A esos que nos ofrecen en otoño un esplendoroso sonetillo sobre la caída de las hojas (que para mi deconstructivo cerebro no son nada más que la caspa de los árboles); a los que, en verano, a la cegadora luz del sol la llaman ‘eucaristía triptolémica’; a los que se revuelcan en la gélida poesía del invierno, sin temor a los resfriados, y a los que derrochan adjetivos con la llegada de la primavera y sus flores. Y no solo poetas, también me asombran los compositores que erigen notables monumentos de palabras dedicados a las cuatro estaciones. Metáforas preciosas del paso del tiempo, de la caducidad de las cosas, de la herida nostálgica que los lindos recuerdos dejan, como un poso de hiel, en nuestros corazones. Pero entre todas, ninguna me acongoja más que Las hojas muertas (Les feuilles mortes), la canción entonada por Piaf y Montand. ¿Recuerdan?: “Las hojas muertas se recogen hoy a paladas, también nuestros recuerdos, y el viento del norte las lleva a la noche fría del olvido”. Pero, ¿es tan malo el olvido? Se acaba de descubrir que la hojarasca es una poderosa fuente de contaminación. Mejor quemarla –¿también los recuerdos?–, antes de que sus vapores nos asfixien.

QOSHE - Las hojas mueren matando - Pablo Alcázar
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Las hojas mueren matando

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14.12.2023

Cualquier tiempo pasado se recuerda mejor, incluso, el aciago. Nosotros, en la ribera alta del Genil, disfrutábamos de un otoño lleno de todas las tonalidades del amarillo. Las hojas de los álamos, los cerezos, los ciruelos y los nogales iban adquiriendo con el paso de los días otoñales las tonalidades más hermosas del amarillo, antes de caer al suelo. Mi hermano Juan, que obtuvo del cielo algún don para la poesía, sí logró sintetizar la plenitud del otoño con una frase que yo les repetía a las chicas en Los Jardinillos de la Bomba para impresionarlas: ¡Lourdes, goza –le........

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