Las ocasiones especiales sacan lo mejor y lo peor de nosotros. Lo más brillante y lo más estúpido. O lo más elegante y lo más cursi, siendo esto segundo, como dice el mismísimo Diccionario de la RAE, lo que pretendiendo ser lo primero (distinguido, gracioso, atractivo...) se queda en pretencioso, ridículo o afectado.

A veces nos sucede así con la llegada del año nuevo, y muestra de ello podrían ser las felicitaciones que nos intercambiamos entre nosotros. En nuestro afán de autenticidad tratamos de evitar las fórmulas tradicionales, como si solo así pudiéramos ser realmente sinceros, en lugar de intentar descubrir y hacer nuestro el valor de lo convencional, esto es, lo que es de todos y no lo que yo me invento. Además, dados los miles de millones de personas que habitamos el planeta la repetición, incluso exacta, de palabras y expresiones resultará inevitable. No sé si alguna inteligencia artificial llegará a encontrar una expresión diferente para cada uno de nosotros, pero, claro, entonces ya no sería la nuestra. O lo sería tanto como la fórmula tradicional. Es como si para decir sinceramente a alguien ‘te quiero’ tuviéramos necesariamente que utilizar palabras distintas. Los poetas pueden y saben hacerlo, pero los que no lo somos, cuando nos ponemos a ello, solemos quedar bastante ridículos. Y por eso es mejor hacerlo en privado.

A veces, buscando la profundidad, hinchamos tanto nuestras expresiones que las aguachinamos; otras, pretendiendo sencillez, las desinflamos tanto que resultan igualmente insustanciales. Y todo por no decir sincera, sencilla y profundamente lo mismo que el vecino. Tradicionalmente en estas fechas solía desearse ‘lo mejor’, felicidad o prosperidad, para que cada cual interpretara qué significaba eso para cada uno y para todos juntos. O se utilizaba la expresión ‘con los mejores deseos’, que uno ya sabría cuáles son. Pero últimamente nos hemos empeñado en concretar, y no sé si salimos ganando. Este año, por ejemplo, entre las felicitaciones de año nuevo no han faltado las que proponían que el que estamos empezando sea un año basado en el respeto, dialogante, sostenible, inclusivo, etc. La lista puede ser interminable y estoy de acuerdo en todo, claro; pero con perdón de la expresión, vaya coñazo de año nos espera entonces, ¿no? Desprovistos de todo brillo, más que felicitaciones de año nuevo nuestros mensajes parecen el tesauro de un programa político o un plan estratégico. Y puede que la felicidad para nosotros, hoy día, consista en eso: en un conjunto de objetivos y medidas que otros se encargarán de planificar e implementar adecuadamente, por nuestro bien.

Pero quizás la felicitación más repipi y a la vez más perversa de todas sea la que el partido, coalición, movimiento o lo que sea Sumar difundió en las redes sociales: "Que todos vuestros buenos deseos se conviertan en derechos", rezaba. Si la piensan bien y analizan cada una de las palabras que encadena, la frase no tiene desperdicio, hasta atragantarse: todos, buenos, deseos, derechos… Y el problema, como decimos, no reside en su mayor o menos pedantería, sino en su perversión, por cuanto corrompe tanto los deseos como los derechos, como si aquellos (buenos o malos) no tuvieran sentido al margen de estos, y como si la finalidad de estos, la de los derechos, fuera precisamente la de satisfacer todos los deseos de los individuos (aunque sean ‘buenos’) en lugar de sus necesidades básicas. Que mis deseos se conviertan en mis derechos (es decir, en algo innegociable que otros se encargarán de proporcionarme, simplemente porque yo lo valgo) es el sueño de todo adolescente, sea cual sea su edad. Pero ya sabemos que una ciudadanía infantilizada y dependiente es la que más y mejor conviene al poder.

No olvidemos, además, que el deseo es ilimitado (incluso cuando es bueno, como decía la felicitación) y que su sentido radica precisamente en la imposibilidad de colmarse. Menos aún, por lo tanto, de traducirse realmente en derechos, a no ser que hagamos de estos, como llevamos camino, un instrumento de ingeniería y control social, en lugar de una herramienta de convivencia y una garantía de libertad personal. Pero quizás lo más perverso de todo es que, en el fondo, lo que nos están diciendo es que no hay felicidad posible al margen del Derecho, la política y el Estado. Es decir, de lo que ellos, que nos gobiernan, desean para nosotros.

Visto lo visto, yo solo me atrevo a desearles a ustedes que tengan buenos deseos.

QOSHE - Buenos deseos - Andrés García Inda
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Buenos deseos

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12.01.2024

Las ocasiones especiales sacan lo mejor y lo peor de nosotros. Lo más brillante y lo más estúpido. O lo más elegante y lo más cursi, siendo esto segundo, como dice el mismísimo Diccionario de la RAE, lo que pretendiendo ser lo primero (distinguido, gracioso, atractivo...) se queda en pretencioso, ridículo o afectado.

A veces nos sucede así con la llegada del año nuevo, y muestra de ello podrían ser las felicitaciones que nos intercambiamos entre nosotros. En nuestro afán de autenticidad tratamos de evitar las fórmulas tradicionales, como si solo así pudiéramos ser realmente sinceros, en lugar de intentar descubrir y hacer nuestro el valor de lo convencional, esto es, lo que es de todos y no lo que yo me invento. Además, dados los miles de millones de personas que habitamos el planeta la repetición, incluso exacta, de palabras y expresiones resultará inevitable. No sé si alguna inteligencia artificial llegará a encontrar una expresión diferente para cada uno de nosotros, pero, claro, entonces ya no sería la nuestra. O lo sería tanto como la fórmula tradicional. Es como si para decir sinceramente a alguien........

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