Escribió hace unos días Joaquín Estefanía en ‘El País’ que "las hipérboles matan al relato y el relato mata a los datos". No puedo estar más de acuerdo con este análisis que representa bien el actual momento de la sociedad global.

Pero, alteraría el orden de factores para intentar comprender cómo, a lo largo de las últimas décadas, incluso el relato, en cuanto instrumento de persuasión en el diálogo entre diferencias, como lo describió Aristóteles, ha desaparecido del escenario de la polis y por extensión inevitable de la política concreta.

Desde hace años, el constructo contemporáneo que identificamos como ‘el relato’, y que no es sino un mal remedo de la clásica herramienta de la Retórica, ha venido sustituyendo como referencia de verdad a los datos mensurables y a los hechos comprobados, separándose paulatina y, en muchas ocasiones, torticeramente de la realidad reconocible: incluso la Estadística, ese saber técnico, revolucionario en su nacimiento, imprescindible para los avances del desarrollo económico y del bienestar social, ha claudicado en los tiempos recientes al encantamiento del cuento del rey desnudo: cada individuo o grupo atiende y escucha únicamente el relato que mejor esconde sus vergüenzas. Se trata de un estado de cosas que encierra una estrambótica y a la larga indigerible paradoja, puesto que precisamente es el ‘big data’ el gigantesco organismo a cuyo esqueleto neuronal vivimos conectados, aunque (como en ‘Matrix’) desconocedores de nuestro verdadero ser pasivo en esta macrorred de flujos emocionales y crematísticos, atentos sólo a las promesas de pronta felicidad (como analizan Sara Ahmed, Mark Fisher, por ejemplo), hechos algorítmicamente a nuestra medida, escenarios virtuales, en parte ficticios, pero vivibles, construidos a través de las redes sociales como en un ‘Show de Truman’ particular multiplicado sobre la esfera terrestre por cada uno de nosotros. El afuera desdibuja cada vez más peligrosamente la que ha sido una realidad como espacio público común y democrático de bienes y responsabilidades compartidos. Persuadidos por nuestras adictivas y abrigadas ficciones, no será difícil que abramos los oídos y el cerebro a la hipérbole, sobre todo si afuera hace frío y está feo, como acaba de ocurrir, simplificando mucho (perdón), en Argentina, sin importar, al parecer, que el triunfo de la hipérbole traiga aparejada consigo la anunciada amenaza de destrucción de la esfera pública.

Como figura literaria, la hipérbole pertenece al mundo de la ficción y de la imaginación poética, también del lenguaje publicitario, ya que su función es aumentar de forma exagerada la fuerza expresiva de lo que se enuncia, sin que se pretenda una interpretación literal ni una equiparación con la realidad, ni su sustitución, es decir, en cuanto figura retórica la hipérbole es de naturaleza subjetiva y estética. Sin embargo, ya desde hace tiempo observamos en boca de muchos un uso indebido y fraudulento de la hipérbole como enunciados fácticos, instrumento de rentabilidad política, que ahonda en los conflictos y el desamueblamiento del presente de la polis, desconecta de la esperanza en el futuro y, de rebote, refuerza la conexión de cada uno de nosotros con nuestras ficciones y nuestros relatos particulares. La hipérbole interviene frecuentemente en las historias infantiles, y suele hacerlo de manera descarada, ya que la necesaria ‘suspensión de la incredulidad’, ese pacto, definido por Coleridge, entre relator y receptor por el que éste acepta las premisas de la ficción, por muy fantásticas o fantasiosas que sean, y renuncia al sentido crítico, se produce más naturalmente en los niños que en los adultos. No es nueva la advertencia sobre la progresiva infantilización de nuestra sociedad, en parte debido a su adaptación a las necesidad de un consumo sin fin por parte del post-capitalismo, que precisa de individuos inclinados a la satisfacción inmediata y al presentismo (Benjamin Baber). Como escribe Cristina Roda, "el adulto contemporáneo puede elegir usar una máscara y vivir sin un sentido concreto del tiempo". Es decir, solo, a merced del enconado juego de las hipérboles agitadas por los diferentes grupos, en que las sociedades se van fracturando, para llamar su atención. La conclusión es fácil. Ojalá no.

QOSHE - Hipérboles, relatos y datos - Luisa Miñana
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Hipérboles, relatos y datos

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26.11.2023

Escribió hace unos días Joaquín Estefanía en ‘El País’ que "las hipérboles matan al relato y el relato mata a los datos". No puedo estar más de acuerdo con este análisis que representa bien el actual momento de la sociedad global.

Pero, alteraría el orden de factores para intentar comprender cómo, a lo largo de las últimas décadas, incluso el relato, en cuanto instrumento de persuasión en el diálogo entre diferencias, como lo describió Aristóteles, ha desaparecido del escenario de la polis y por extensión inevitable de la política concreta.

Desde hace años, el constructo contemporáneo que identificamos como ‘el relato’, y que no es sino un mal remedo de la clásica herramienta de la Retórica, ha venido sustituyendo como referencia de verdad a los datos mensurables y a los hechos comprobados, separándose paulatina y, en muchas ocasiones, torticeramente de la realidad reconocible: incluso la Estadística, ese saber técnico, revolucionario en su nacimiento, imprescindible para los avances del desarrollo económico y del bienestar social, ha........

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