Fue una mañana fría de invierno rodeada de amigos en el campo. Nuestra excusa de reunión fue el arte de crear y organizar sonidos y silencios respetando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, del que surgió la idea de un festival privado en el que los alumnos del Instituto de Música Moderna & Jazz pudieran poner en práctica todo lo aprendido en las clases, en un ambiente distendido, rodeados de compañeros y sin molestar a nadie.

El jazz y el blues fueron los invitados de honor: guitarras, bajos, batería, teclado y voz dieron forma a un día maravilloso donde algunos tímidos se lanzaron e hicieron frente a un miedo escénico difícil de gestionar.

Cerveza en mano mirábamos al cielo de vez en cuando rezando para que la lluvia no nos visitara.

Tuvimos suerte porque sólo cayeron cuatro gotas: si Dios escucha a John Scofield, Robert Johnson y Herbie Hancock es imposible que descargue su ira contra unos siervos con tan buen gusto musical.

A eso de las doce, organizando la comida que cada uno había traído, Virginia puso su táper sobre la mesa: se decidió por un postre. Dijo que lo probáramos porque aún estaba caliente: abrí la tapa, cogí un trozo, sentí el calor en mis dedos y su textura untuosa. Lo saboreé a poquito, tal como me gusta. En ese instante se abrieron las puertas del cielo, cerré los ojos y bailé ronroneando como un gato al que le están rascando detrás de las orejas. ¿Cómo puede estar algo tan rico?

Quise saber enseguida cómo había hecho esa maravilla de postre, cómo había conseguido el punto de sal perfecto, la textura y ese sabor tan exquisito. Me contó al detalle la receta, ingredientes y elaboración; admiré el mimo que requiere la receta. Igual pasa con la amistad, con el bacalao al pil pil y con los cestos de mimbre hechos a mano: necesitan tiempo y cariño.

Después de tres días recordando el bocatto di cardinali de Virginia llegué a la conclusión de que si replicara la receta nunca me sabría igual, no llegaría a disfrutarlo tanto como aquel sábado en medio del campo, con el olor a candela, el sonido de un blues de fondo, rodeada de amigos y acompañando el bocado con un licor de castaña de la Finca El Fresnal.

¿Sabéis por qué nunca me saldrá igual? Porque fue una experiencia gastronómica única, donde mi cerebro, mis sentidos, el entorno y el brownie se entrelazaron dando como resultado algo maravilloso. A esto se le ha puesto nombre, Neurogastronomía; incluso se ha descubierto que la música puede influir en cómo percibimos los sabores de los alimentos.

Esto me recuerda a la filosofía del “aquí y ahora”: vivir el momento, ser consciente de lo que estás haciendo, disfrutar del ahora. Ahí te lo dejo.

Sólo por saber si mi teoría es válida, quedaré con Virginia para hacer otro brownie, ya os contaré si mi recuerdo gana o no.

Y ya sabes, en la próxima cena que organices, si no tienes muy buena mano con la cocina, por lo menos preocúpate de que la banda sonora sea buena. ¡Feliz jueves!

QOSHE - Aquí y ahora - Ana Santos
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Aquí y ahora

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29.02.2024

Fue una mañana fría de invierno rodeada de amigos en el campo. Nuestra excusa de reunión fue el arte de crear y organizar sonidos y silencios respetando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, del que surgió la idea de un festival privado en el que los alumnos del Instituto de Música Moderna & Jazz pudieran poner en práctica todo lo aprendido en las clases, en un ambiente distendido, rodeados de compañeros y sin molestar a nadie.

El jazz y el blues fueron los invitados de honor: guitarras, bajos, batería, teclado y voz dieron forma a un día maravilloso donde algunos tímidos se lanzaron e hicieron frente a un miedo escénico difícil de gestionar.

Cerveza en mano mirábamos al cielo de vez en cuando rezando para........

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