En casa ya desempaquetamos el árbol, un modelo sintético que armamos rama a rama como si de un mueble sueco se tratara. Después pusimos sus adornos, en rojos y dorados, o los colores que nuestros hijos eligieron para sus propias creaciones artesanales. Para rematar, dos hileras de luces y la estrella en la cúspide. Eso sólo en una esquina del salón. Manteles, elfos, renos, figuritas de ositos con regalos, aros y centros florales ocupan los distintos rincones del hogar. Y un Belén va tomando posesión de lo que era un aparador configurado para fotografías y jarrones. Ahora sus figuras compiten con las de Lego Star Wars que hay sólo dos estantes más allá. Dulcemente, en un cajón se oculta un surtido de mantecados, mazapanes y turrones, con sabores clásicos y contemporáneos. Nada pesa en la báscula de la felicidad. Todo cambia para ser como antes.

En los puestos de trabajo sucede tres cuartos de lo mismo, o debería. No sólo por la decoración navideña que puede que se abra también paso en el cosmos laboral. En mi caso me empeño en llevar un portal portátil, hecho en papel recortado, una virguería de Tuki&Co, que me acompaña y despliego en cada mesa en la que abordo estas horas remuneradas. Que se note, simplemente eso. Que se note que cambiamos la rutina, el entorno, incluso las conversaciones. Por eso estoy tan a favor de las comidas de empresa. Tan a favor y tan expectante. Cualquier empleo tiene su uniforme de trabajo. Su modus operandi. Cada empresa configura una idiosincrasia. Estamos acostumbrados a un ritmo. Y en esa vorágine hay compañeros y compañeras a quienes apenas vemos. Nos cruzamos por los pasillos con las conversaciones enlatadas o precocinadas. No somos más que una proyección astral, mejor dicho, laboral, de nosotros mismos. Ando deseoso de que la obligación de este almuerzo me imponga las horas que deberíamos regalarnos con mayor frecuencia. Dejarnos llevar por una charla fluida, por las risas, por el otro ser que nos guardamos en la taquilla. Otra cosa. Con esa gente que nos rodea cerca, a diario, que percibe mis cambios en el estado de ánimo a lo largo y ancho de los meses. Nos lo debemos. Así que a brindar, a comer, a alborotar un poco. Que en el confinamiento bien que echamos de menos estos ratos, que como la estrella de oriente, cruzan lo cotidiano para darle sentido.

QOSHE - Comidas de empresa - Manuel González Mairena
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Comidas de empresa

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11.12.2023

En casa ya desempaquetamos el árbol, un modelo sintético que armamos rama a rama como si de un mueble sueco se tratara. Después pusimos sus adornos, en rojos y dorados, o los colores que nuestros hijos eligieron para sus propias creaciones artesanales. Para rematar, dos hileras de luces y la estrella en la cúspide. Eso sólo en una esquina del salón. Manteles, elfos, renos, figuritas de ositos con regalos, aros y centros florales ocupan los distintos rincones del hogar. Y un Belén va tomando posesión de lo que era un aparador configurado para fotografías y jarrones. Ahora........

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