Al fin y al cabo, cada cual habita su propio ecosistema, dividido en varias ramificaciones del mismo. Existe el ecosistema del hogar, del espacio donde vivimos y con quién lo compartimos. Otro es el de la familia, con la filiación de la sangre y los lazos políticos. El ecosistema de la pareja, basado en la intimidad, por mucho que las redes sociales y la telebasura hayan querido darle la vuelta a esto, y por eso sigue siendo hermoso cuando te invitan a una boda o alguien se sincera para hablarte de su relación, porque te abren una puerta y comparten su ecosistema privado. El ecosistema del trabajo, con los compañeros y compañeras de oficio, de dedicación para un salario, donde lo mismo forjas la amistad que mantienes la cordialidad del hábitat. También podríamos sumar el de la vecindad o el del barrio, con sus conversaciones precocinadas. Incluso el de la localidad donde habitamos, siendo muy consciente de dónde están los peligros, o los lugares amables, las sendas más rápidas, o en qué pradera existe el supermercado idóneo para adquirir tal o cual producto.

Todos ellos son ecosistemas sociales, creados por la propia necesidad del ser humano. En ese sentido de propiedad, de pertenencia, tendemos a prestarles atención, van en lo alto de nuestra escala de convivencia. Eso hace que en ocasiones nos olvidemos del otro ecosistema, del natural, dejándolo en un segundo o tercer plano. Cuando en realidad, nosotros somos un eslabón más en la estratificación de relaciones que se dan en él. Pero se nos olvida. Se nos olvida peligrosamente. Sin ir más lejos, este pasado domingo un compañero compartió en el grupo de WhatsApp del trabajo un vídeo que acaba de grabar en la playa, a unos dos kilómetros de la Torre del Loro en dirección a Cuesta Maneli. En las imágenes se veía a una foca grisácea con motas oscuras y el vientre blanco, mediría aproximadamente un metro y medio, y estaba en buen estado, arrastrándose por la arena para adentrarse en el mar. Qué hacía por Huelva tan lejos del norte del Atlántico. Cuántas aves dejamos de ver, qué temperaturas tenemos en ¿invierno?, cuánto hemos echado de menos la lluvia,... Y ya hasta nos pican los mosquitos a mediados de febrero. Estamos retorciendo nuestro entorno, pertenecemos al medio natural y no al revés, pero no nos enteramos. Nos llegan señales continuas pero no queremos hacerles caso. Ya no podemos conformarnos con pequeños gestos. Toca ser conscientes y consecuentes. Jamás duró una flor dos primaveras.

QOSHE - Ecosistemas - Manuel González Mairena
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Ecosistemas

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20.02.2024

Al fin y al cabo, cada cual habita su propio ecosistema, dividido en varias ramificaciones del mismo. Existe el ecosistema del hogar, del espacio donde vivimos y con quién lo compartimos. Otro es el de la familia, con la filiación de la sangre y los lazos políticos. El ecosistema de la pareja, basado en la intimidad, por mucho que las redes sociales y la telebasura hayan querido darle la vuelta a esto, y por eso sigue siendo hermoso cuando te invitan a una boda o alguien se sincera para hablarte de su relación, porque te abren una puerta y comparten su ecosistema privado. El ecosistema del trabajo, con los compañeros y........

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