Antes de nada, perdón. Empecé el año destacando, cada mes, lo más destacable del audiovisual, según mi criterio, claro que, en esta sección, es el único que cuenta, por supuesto. La proeza la dejé de llevar a cabo en verano. ¿Por qué? Porque soy vaga, punto número uno; y porque me lié en otros asuntos y ya se me fue el santo al cielo. Pero hoy, día 30, que acaba un año convulso también audiovisualmente, he decidido hacer penitencia y aquí estoy, dispuesta a pegarle un repaso a lo que nos ha dado el audiovisual. Allá vamos.

Septiembre empezó con un duelo. Ana Rosa, en Tele 5, contra Sonsoles Ónega, en Antena 3. Y de momento gana la segunda. ¿Hacen un programa parecido? Un magacín de tarde al uso, con actualidad, curiosidades, entrevistas, corazón, sucesos… Yo diría que en principio sí, aunque a mi Sonsoles y sus contertulios no me sonrojan —salvo cuando aparece el ¿cómico? Miguel Lago, que es un momento en el que siempre hago zaping— y Ana Rosa y algunos de sus colaboradores hacen que huya como alma que lleva el diablo —Mario Vaquerizo, Alaska, Cristina Tárrega...— ponderando sobre lo obvio, por poner un ejemplo paradigmático. El caso es que sé, o imagino, que cada mañana, al saberse el dato, Ana Rosa se apena por dentro cuando ve que ha ganado Sonsoles la partida del día anterior, aunque sea por un punto, y que los equipos de ambas se reúnen para analizar la curva, el minuto a minuto, que es una tarea, queridos, que no deseo jamás: se te puede caer el alma a los pies, por lo arbitrario, por lo injusto, por lo inaudito que resulta escudriñar ahí y que tu trabajo intenso, concienzudo, se mida por un número de espectadores.

Pablo Motos y lo de que su equipo llama a todo aquel que hace comentarios negativos sobre él para darles toques de atención,o advertirles del malestar del jefe. Es muy interesante, y muy reveladora, toda esta transparencia, que tanta gente se haya atrevido a salir al aire y contar las maneras poco ortodoxas del programa y del comunicador. ¿Por qué? Bueno, porque demuestra que pese al gran poderío del espacio de Antena 3, que es líder en su franja desde hace siglos, y por el que pasa lo más granado del panorama nacional y a veces internacional, hay una minoría solitaria que osa hacerle frente contando lo que hay que contar. Y porque eso va a significar que nadie más del equipo de Motos, ni socios, ni hormigas, ni esbirros se arriesgarán nunca a hacer esas llamadas a nadie, bajo pena de salir otra vez en Twitter, en conversaciones, en medios de todo tipo, y formar parte para siempre del arsenal de cómicos, como esto de Buenafuente en TV3, hace unos días, que se hizo viral.

En marzo, Miguel Bosé fue entrevistado en programas de máxima audiencia, como El Hormiguero, o en periódicos como El País. En ambos se quejó amargamente de la falta de libertad, y dijo que en la transición había más cancha y que ahora ya no se podía decir nada, mientras él hablaba en medios masivos de todo lo que le daba la gana.

Así pues, habíamos tenido a un Bosé negacionista —nadie le impidió nunca la posibilidad de compartir su visión sobre las vacunas y el COVID, hasta Jordi Évole le dio un amplio espacio— y ahora también teníamos a un Bosé nostálgico del posfranquismo. Curiosamente, mientras el artista sufría esa angustia por el tiempo pasado, este ha sido, sin duda, un buen año audiovisual para él.

En la tele pública ha sido jurado en un talent, Cover Night, realizado por Shine Iberia, la misma productora de la serie Bosé, que estrenó en España Skyshowtime, con su beneplácito. Y hace unos meses se ha estrenado en Movistar Plus el documental, Bosé renacido, que digamos, incómodo no es.

Así que quizá en el ostracismo no diría que está.

La reina Letizia, distendida y natural en televisión, gloria pura. En el bonito programa de Movistar Plus, Gomaespuma, el reencuentro, pasó esto:

Y yo pensé: hay más posibilidades de convertirse a la monarquía tras ver estos minutos televisivos, que después de escuchar todos los discursos del rey Felipe desde que ocupa el trono, y por supuesto todos los del rey anterior. Por cierto, este año, el discurso de Felipe VI ha sido el segundo menos visto de la historia. Solo lo vieron —yo incluida, con pereza, eso sí— seis millones de españoles, 700.000 menos que el año pasado. En 2016 tuvo 5,8 millones de espectadores.

Así que, igual ya estaría, ¿no?

Y más novedades.

Se van publicando por fin datos de audiencia de las plataformas, que además hacen realities y ponen publicidad —Prime Video, Netflix, Disney Plus—, en un acercamiento cada vez mayor a la tele generalista. Hace poco los compañeros de Los lunes seriefilos publicaron un ranking de Kantar media, con los visionados de series de Movistar Plus, donde aparecía en primer lugar la ficción de Berto Romero, El otro lado —que aprovecho para recomendar—, y en el quinto de un total de nueve, La Mesías, la serie de Los Javis —que ha sido todo un fenómeno en los medios, en las redes, en todas partes, pero no tanto en su seguimiento en la plataforma, parece ser—. Aquí el cuadro con los datos .

Netflix también ha dado datos, también ha apostado por la publicidad, que lejos de lo que parecía, no ha hecho perder suscriptores, también ha seguido dándonos una de cal y otra de arena. Por eso tenemos ahí No me llame ternera, un documental de Jordi Évole que ninguna cadena se habría atrevido a programar. Desde aquí mi agradecimiento por la apuesta. Por eso también tenemos ahí Fubar, una serie con Arnold Schwarzenegger como protagonista, de la que vi unos ocho minutos antes de entrar en coma.

Prime Video estrenó en noviembre una nueva edición de Operación Triunfo, la primera en una plataforma. No sabemos los datos de audiencia, ni por asomo, pero a pesar de eso, le hemos dado a la iniciativa, al programa en su desarrollo, todo el tiempo y el espacio del mundo en todos los medios. Nos hemos hecho eco de las polémicas, de los momentos buenos, hemos hablado de los concursantes, hemos celebrado —yo la primera—, los toques de atención que Noemí Galera le daba a los chicos, cuando se desmandaron…

Esto suele ser algo habitual que hacemos los periodistas: dar cancha por igual a lo que se estrena en una tele convencional, o lineal, y a lo que sucede en cualquier plataforma. Una entrevista al creador, un reportaje, una crónica, una crítica… La diferencia es que, tras el estreno, si ha tenido lugar en la tele convencional, vamos a tener el dato exacto y también lo vamos a publicar, sea bueno o sea malo. En cambio, del espacio de la plataforma, vacío total. Nos vamos silbando. Así que mi petición es: plataformas queridas, dadnos números, alimentad nuestra hambre de cifras, de cuotas… Sobre todo, si vais a ponernos publicidad en mitad de la serie, o antes o después; sobre todo si nos vais a pedir que vayamos a vuestros estrenos, a vuestras ruedas de prensa, si vais a ofrecernos a vuestros creadores, actores, etcétera. Sabemos que nunca será lo mismo, que no serán nunca las mismas mediciones, y nos conformaremos con lo que haya. Pero, venga, vamos a hacer un esfuerzo todos.

TVE y sus buenas intenciones. Con sus apuestas interesantes y de servicio público, como los programas de dos periodistas de la casa, con solera: Almudena Ariza y Ana Blanco. Con sus informativos impecables, con sus logros en su empeño de revitalizarse. Con su constante prueba error, como los programas La Plaza o El conquistador. ¿Recuperar a rostros conocidos de su público? Por qué no: Ramón García, Pedro Ruiz... Hace unos años habría puesto el grito en el cielo. Hoy entiendo a los programadores. Y una revolucionaria Mercedes Milá junto a la gran Inés Hernand, en una idea buena, diferente, entretenida: No sé de qué me hablas. Ojalá volver a ver en esa cadena, haciendo cualquier cosa, a Rosa María Calaf.

Y, sobre todo, el hallazgo de incluir a Jeni Hermoso en las campanadas. Me he cansado de decir que me parece toda una declaración de principios. Se lanza un mensaje soberbio, completo. Un buen mensaje.

Lo último: viva Silvia Intxaurrondo y el periodismo incólume. Una sola pregunta cambió el rumbo de los acontecimientos. También tiene un premio Ondas, así que, olé y ojalá se quede en las mañanas mucho tiempo.

Late xou. Marc Giró llegó a La 2 en catalán con programa propio. Late Xou, y boom, descubrimiento como showman total. Tanto es así que le dediqué mi post de recomendación de enero. Después llegó septiembre y saltó a La 2 nacional, con el mismo divertidísimo programa, con el mismo tono, con su misma genial manera de estar frente a las cámaras. Tiene un Premio Ondas que suscribo totalmente. Ojalá se quede en la televisión haciendo justo esto, un late, que tanta falta nos hace.

La promesa, la serie de cada tarde en TVE. De pronto una serie de esas de sobremesa que no parecía. Una serie diaria premium, nuestro particular Arriba y abajo, con todo a favor. Una confesión: la empecé a ver a regañadientes, y me enganché tanto que fue mi recomendación de abril.

Tengo un grupo de whatsapp con cuatro periodistas que se dedican a periodismo de altos vuelos en el que básicamente comentamos la serie. Tengo amigas varias, como Olga Viza, que está tan enganchada como nosotras. ¿Me estoy poniendo elitista rollo "nosotras que vemos series de relumbrón hemos caído ahí"? No, estoy siendo sincera: es una serie bien hecha, una telenovela con todo lo que ha de tener, que te entretiene y te atrapa. ¿Qué más se puede pedir?

El liderazgo de Antena 3. Ha sido su año, sin duda. Sus series turcas —que para mí son un 'no'—, su Pasapalabra —un sí rotundo, claro— y su prime time currado. Así, con todo eso, acaba el año como la tele más vista con un 13,2 de share. Mi descubrimiento ha sido el programa de Emilio Doménech, Nanísimo para el mundo. Gabinete de crisis se llama. Un buen espacio.

Pero de Atresmedia a mí me sorprende más su plataforma Atresplayer, que es una permanente fuente de estrenos, de apuestas, de aventuras audiovisuales. Este año, entre múltiples series de producción propia, ha habido una con pedigrí, Las noches de Tefía, de Miguel del Arco. Si no la habéis visto, ya estáis tardando. Cuenta una historia que yo desconocía, cosa bastante triste: la del campo de concentración franquista para vagos, maleantes y homosexuales. El estreno en el Festival de Málaga nos dejó noqueados a todos y fue mi recomendación de junio por varios motivos: porque lo que cuenta es de lo más tristemente oportuno, tras este avance increíble y peligroso de la ultraderecha. Porque la narración es un prodigio. Porque las actuaciones son buenas de verdad. Porque te deja seca y te da vida, te machaca y te envalentona. Te mata por dentro a ratos y te hace levantarte y querer pelear, otros.

Que el periodista de TVE, Carlos Franganillo deje la pública y se vaya a Telecinco, a sustituir a Pedro Piqueras. Voy a confesar que cuando me enteré sentí como si me hubiera traicionado un amigo, alguien en quien hubiera depositado los afectos, que en este caso no eran otros que los que siento hacia un buen hacer profesional, unos telediarios que suscribo, los mejores, los más rigurosos, los que se pueden ver sin sonrojo alguno de cabo a rabo. Ojalá sigan así. Me consta que tras él hay un equipo armado hasta los dientes de solvencia periodística. Ojalá de pronto en Tele 5, Franganillo consiga llevar esa manera de concebir la información.

Que se acabe Amar es para siempre, la serie de sobremesa de Antena 3, que goza de buena salud de audiencia, de historia… No entiendo bien su marcha y me da cierta pena. Le tengo cariño a esa serie, que ha sido una buena serie y que yo empecé a ver con mi madre, cuando estaba en TVE, en las sobremesas, cada vez que iba a comer.

Era una cita preciosa entre ambas. Ella siguió viéndola hasta que ya incluso la tele se le hacía incomprensible, pero durante años fue tema de conversación entre ambas. Adoraba a Pelayo, a Manolita, a Marce… Le expliqué un día que aquellos eran personajes troncales, tramas troncales —recuerdo el día que se lo contó a mi hermano delante de mí, usando ese término, troncal, insólito en ella, y la cara alucinada de mi hermano—, y así vio claro que cada temporada iba cambiando el barrio, sus ocupantes, sus cuitas, pero El Asturiano permanecía. Por todo eso será una serie que llevaré en el corazón, la verdad.

Cuéntame. Se acabó para siempre también. Menuda última tanda preciosa de capítulos. Menudo currazo de guionistas, menuda manera estupenda de contar una historia para todos, sin florituras. Se marchó con ella, el mismo día de su capítulo final, uno de sus hacedores, el guionista Eduardo Ladrón de Guevara, que se fue defendiendo a los suyos, a los que escriben las historias, frente a absurdas peroratas como la que soltó María Galiana, la entrañable Herminia, en una entrevista. Buscadlo si estáis interesados, que no quiero empañar aquí la memoria de ambos, del creador y de la serie.

Se ha ido Hematocrítico, que era el mejor, un tipo que siempre hizo de twiter un paraíso, un palacio. Tuvo sus incursiones televisivas, en medios diversos, porque era un genio y todo lo que tocaba, después era mejor. Somos legión los que le teníamos un afecto descomunal porque en cuanto le conocías era imposible no tenérselo.

Se ha ido María Teresa Campos, que fue una dama de la tele, pionera, grande, arriesgada. Ojalá no se hubiera empañado al final su carrera con momentos audiovisuales tan desconcertantes como desafortunados. Ojalá eso se olvide pronto y recordemos solo aquella manera diferente de estar en la tele, cuando era difícil estarlo siendo una mujer periodista, cuando la tele era aún más masculina que ahora…

Se ha ido Concha Velasco. Qué decir. Quiero recuperar este momento de ella relacionado con la televisión, que la salvó de un intento de suicidio, que me parece precioso.

Y con el mismo compañero, este otro instante audiovisual, que es de los mejores homenajes que he visto.

Id al final, al minuto 22 más o menos, cuando ella arranca a cantar con un plató a su medida.

Y que se hizo en vida, y en plenitud de la artista, como tienen que ser los homenajes. Fue en Movistar Plus, en Late motiv, el programa de Buenafuente, que ha dejado un buen puñado de grandes momentos.

Se ha ido Carmen Sevilla. Era guapísima y listísima. Y todo lo que tenía que decir lo dije en este artículo para Smoda de El País.

Se ha ido Silvio Berlusconi. Que nos deja un legado audiovisual perverso, esa es la verdad, por poner solo un ejemplo. Así que tanta paz lleve como descanso deja.

QOSHE - Lo mejor y lo peor en las pantallas del 2023: el repasito - Mariola Cubells
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Lo mejor y lo peor en las pantallas del 2023: el repasito

4 0
03.01.2024

Antes de nada, perdón. Empecé el año destacando, cada mes, lo más destacable del audiovisual, según mi criterio, claro que, en esta sección, es el único que cuenta, por supuesto. La proeza la dejé de llevar a cabo en verano. ¿Por qué? Porque soy vaga, punto número uno; y porque me lié en otros asuntos y ya se me fue el santo al cielo. Pero hoy, día 30, que acaba un año convulso también audiovisualmente, he decidido hacer penitencia y aquí estoy, dispuesta a pegarle un repaso a lo que nos ha dado el audiovisual. Allá vamos.

Septiembre empezó con un duelo. Ana Rosa, en Tele 5, contra Sonsoles Ónega, en Antena 3. Y de momento gana la segunda. ¿Hacen un programa parecido? Un magacín de tarde al uso, con actualidad, curiosidades, entrevistas, corazón, sucesos… Yo diría que en principio sí, aunque a mi Sonsoles y sus contertulios no me sonrojan —salvo cuando aparece el ¿cómico? Miguel Lago, que es un momento en el que siempre hago zaping— y Ana Rosa y algunos de sus colaboradores hacen que huya como alma que lleva el diablo —Mario Vaquerizo, Alaska, Cristina Tárrega...— ponderando sobre lo obvio, por poner un ejemplo paradigmático. El caso es que sé, o imagino, que cada mañana, al saberse el dato, Ana Rosa se apena por dentro cuando ve que ha ganado Sonsoles la partida del día anterior, aunque sea por un punto, y que los equipos de ambas se reúnen para analizar la curva, el minuto a minuto, que es una tarea, queridos, que no deseo jamás: se te puede caer el alma a los pies, por lo arbitrario, por lo injusto, por lo inaudito que resulta escudriñar ahí y que tu trabajo intenso, concienzudo, se mida por un número de espectadores.

Pablo Motos y lo de que su equipo llama a todo aquel que hace comentarios negativos sobre él para darles toques de atención,o advertirles del malestar del jefe. Es muy interesante, y muy reveladora, toda esta transparencia, que tanta gente se haya atrevido a salir al aire y contar las maneras poco ortodoxas del programa y del comunicador. ¿Por qué? Bueno, porque demuestra que pese al gran poderío del espacio de Antena 3, que es líder en su franja desde hace siglos, y por el que pasa lo más granado del panorama nacional y a veces internacional, hay una minoría solitaria que osa hacerle frente contando lo que hay que contar. Y porque eso va a significar que nadie más del equipo de Motos, ni socios, ni hormigas, ni esbirros se arriesgarán nunca a hacer esas llamadas a nadie, bajo pena de salir otra vez en Twitter, en conversaciones, en medios de todo tipo, y formar parte para siempre del arsenal de cómicos, como esto de Buenafuente en TV3, hace unos días, que se hizo viral.

En marzo, Miguel Bosé fue entrevistado en programas de máxima audiencia, como El Hormiguero, o en periódicos como El País. En ambos se quejó amargamente de la falta de libertad, y dijo que en la transición había más cancha y que ahora ya no se podía decir nada, mientras él hablaba en medios masivos de todo lo que le daba la gana.

Así pues, habíamos tenido a un Bosé negacionista —nadie le impidió nunca la posibilidad de compartir su visión sobre las vacunas y el COVID, hasta Jordi Évole le dio un amplio espacio— y ahora también teníamos a un Bosé nostálgico del posfranquismo. Curiosamente, mientras el artista sufría esa angustia por el tiempo pasado, este ha sido, sin duda, un buen año audiovisual para él.

En la tele pública ha sido jurado en un talent, Cover Night, realizado por Shine Iberia, la misma productora de la serie Bosé, que estrenó en España Skyshowtime, con su beneplácito. Y hace unos meses se ha estrenado en Movistar Plus el documental, Bosé renacido, que digamos,........

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