El arrebato de Ortega Smith tirando una botella al concejal de Más Madrid Eduardo Rubiño y la insólita salida de Feijóo pidiendo la mediación de la UE para llegar a un acuerdo sobre la renovación del CGPJ resumen a la perfección 2023. En una suerte de justicia poética, las dos escenas han coincidido en el final de año político, el mismo día que Europa se pega el enésimo tiro en el pie aprobando el Pacto Migratorio.

2023 ha sido el año que ha dejado a la derecha en shock, a la izquierda perpleja, a los independentistas reconociendo que todo fue mentira, y a Europa, vieja y cansada, a los pies de los caballos.

2023 pasará a la historia como el año en que la derecha española –y españolista– lo tenía todo de cara para ganar, y perdió. Tras unas elecciones municipales y autonómicas de las que los conservadores salieron rotundamente victoriosos, apenas dos meses después perdieron el Gobierno de forma tan inesperada que, pasados ya seis meses de la noche del 23 de julio, aún siguen en shock. Presas de sus contradicciones y entre la espada y la pared, es decir entre la ultraderecha y su supuesto rol de partido institucional, los populares zozobran por su particular laberinto mientras sellan pactos con Vox con los que compran sus argumentos y condiciones para apoyar los presupuestos allá donde gobiernan. “No hay buenos vientos para quien no sabe dónde va”, decía Séneca, y así, de lado a lado, el Partido Popular un día se echa las manos a la cabeza porque Junts y el PSOE acuerdan negociar con un verificador y días después pide lo mismo para poder entenderse con el partido que gobierna España.

Mientras, la ultraderecha avanza colocando su marco cada vez que se habla de migración y asilo, tanto en España como en Europa, como demuestra la ley francesa recién aprobada y el vergonzante Pacto Migratorio de la UE. Con ataques de violencia como el protagonizado por Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid, recortes a las partidas de cooperación al desarrollo, censuras inexplicables e inadmisibles que el PP tolera, ayudas a la tauromaquia y recortes a los agentes sociales, Vox consigue ya cuestionar valores básicos democráticos, como sus partidos hermanos en otros países europeos. Tampoco en esto España es ya diferente.

Vox consigue ya cuestionar valores básicos democráticos

No estamos en los agitados años setenta del siglo pasado, cuando un contexto inequívocamente democrático favoreció nuestra Transición. Ahora los vientos reaccionarios soplan por todo el planeta. Y en esa atmósfera la derecha española se reconoce a sí misma mejor que en ninguna otra. Así recupera su tradición y lo que considera su destino histórico.

España sí ha sido diferente, sin embargo, en la respuesta a la ultraderecha. Tras castigar a las izquierdas en las elecciones municipales y autonómicas, y consciente de que la alternativa en las generales pasaba por darle la vicepresidencia a Abascal y un ministerio a Ortega Smith, un amplio espectro progresista que va desde el centro más liberal hasta la izquierda más radical salió a votar con pocas ganas e ilusión, pero firme en la defensa de la democracia. Las izquierdas, que no vieron venir ni entendieron la derrota del 28M, no acabaron de creerse que la remontada sería posible hasta bien entrada la noche del 23J. Durante la campaña fue preciso recordar que, cuando una idea se extiende de forma tan unánime, se pone en marcha el mecanismo de la profecía autocumplida: los españoles y las españolas no toleraron lo que parecía ya inevitable y salieron a votar contra las derechas, pero no a dar un cheque en blanco a las izquierdas. Aún perplejas, las formaciones progresistas todavía no acaban de entender bien por qué perdieron en mayo ni por qué no lo hicieron en julio.

El adelanto de elecciones tras los resultados del 28M hizo emerger una pregunta: ¿Era una osadía o una temeridad? La misma que surge cuando se plantea la amnistía o se normaliza la presencia de Bildu en las instituciones. Las izquierdas avanzan con paso firme hacia el reencuentro en y con Cataluña, abriendo vías de entendimiento con los nacionalistas periféricos, sean progresistas o conservadores. El coste electoral que esto tenga está por ver, pero las críticas de sectores relevantes de los socialistas sólo se tapan con el recuerdo de lo que pudo haber sido un gobierno PP-Vox. Las derechas saben que el Gobierno tiene una fuga de agua por ahí, e intentarán agrandarla todo lo posible.

Mientras, en la otra orilla izquierda, el año termina con la crónica de una muerte anunciada. Los morados no podían creer que Irene Montero no formara parte del gobierno y la recién creada Sumar fue incapaz de comprender que eso era innegociable. Perplejidad en ambas formaciones en lo que no deja de ser otro “juego del gallina”, esta vez no por la vía catalana, sino por la de la izquierda.

El mundo independentista catalán ha pasado su travesía en el desierto, y tras seis años perdiendo apoyos y adentrándose en un callejón sin salida, ha reconocido que todo fue mentira. Nada nuevo. Cualquiera que lea Toda la verdad (Ara Llibres) de los periodistas Gerard Pruna, Marc Martínez Amat, Roger Costa Solé, Odei A.-Etxearte, Neus Tomàs y Ferran Casas, despejará sus dudas. Ahora, toca gestionar el nuevo tiempo. Acogerse a la amnistía sin perder credibilidad, resituarse tras el fin del procés mientras continúan dejándose votos por el camino y manteniendo la tradicional competencia entre independentistas progresistas y conservadores, Esquerra vs. Junts. Ellos sí que necesitarían un mediador que les ayudase a resolver su eterna competición con un mínimo de madurez e inteligencia.

Al independentismo catalán le toca volver a empezar, pero esta vez, partiendo de una derrota

Los indepes vuelven a la casilla de salida y tendrán que recolocar su discurso, su estrategia, la competencia entre ellos y su relación con el resto de España. Pero ojo: ni siquiera los más firmes defensores del eterno retorno sostienen que se vuelva siempre al mismo sitio y de la misma manera. Cada vuelta modifica las circunstancias, nunca se nada dos veces en el mismo río, como diría Heráclito, así que hoy, en su enésima reinvención, al independentismo catalán le toca volver a empezar, pero esta vez, partiendo de una derrota.

Todo esto ha ocurrido en el año que España ha ostentado la presidencia del Consejo de la UE. Empañado por las cuitas internas ha pasado más desapercibido de lo que hubiera debido, y España ha perdido la oportunidad de hacer entender a sus gentes la trascendencia que encierra todo lo que ocurre en los pasillos europeos. Nuestras grandes peleas palidecen ante una Europa que, presa de sus contradicciones mientras apoya a Ucrania y ningunea a Palestina, ve avanzar a la ultraderecha y le compra el discurso en asuntos clave como la gestión de las migraciones.

El año termina con la aprobación de una ley de migración en Francia que bebe de los planteamientos de Le Pen, y la aprobación de un Pacto de Migraciones y Asilo entre los Estados de la UE que busca impermeabilizar las fronteras exteriores de la UE militarizándolas, implanta lo que llaman una “solidaridad a la carta”, que no es sino la posiblidad de los Estados de rechazar solicitantes de asilo a cambio de pagar 20.000 euros, y hace más difícil avanzar hacia una mirada holística e integradora del fenómeno migratorio. Poner puertas al campo nunca fue buena idea, y más ante un fenómeno tan antiguo como el propio ser humano, que va a incrementarse fruto de la guerra, la desigualdad y el cambio climático y en el que Europa bien podría ver una oportunidad, sino fuera por el descoloque que le acompaña hace años.

Con todo, si tuviera que decir cuál es el elemento político de este año que más va a trascender en el futuro, me quedaría con algo positivo. Insuficiente, sólo declarativo, también sorprendente por cómo y dónde se produjo; un cambio cualitativo de profundidad. Al fin, tras tres décadas, 198 Estados lo han firmado: estamos ante el principio del fin de los combustibles fósiles.

En definitiva, un año donde todo y todos hemos estado descolocados; un año de cambios de rumbo y acontecimientos inesperados que nos obligan a resituarnos. Contra lo que a veces se piensa, los analistas no adivinamos el futuro ni lo pretendemos. Nuestra función es explicar los hechos analizando la lógica que los sustenta. Créanme que ha sido un año tan interesante como difícil, pero en el que con más o menos tino, esta columna ha intentado ayudar a entender y entender ella misma.

Lo mejor siempre está por venir. Aprendamos de 2023 y afrontemos con esperanza un futuro por construir.

QOSHE - 2023, el año del descoloque - Cristina Monge
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2023, el año del descoloque

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25.12.2023

El arrebato de Ortega Smith tirando una botella al concejal de Más Madrid Eduardo Rubiño y la insólita salida de Feijóo pidiendo la mediación de la UE para llegar a un acuerdo sobre la renovación del CGPJ resumen a la perfección 2023. En una suerte de justicia poética, las dos escenas han coincidido en el final de año político, el mismo día que Europa se pega el enésimo tiro en el pie aprobando el Pacto Migratorio.

2023 ha sido el año que ha dejado a la derecha en shock, a la izquierda perpleja, a los independentistas reconociendo que todo fue mentira, y a Europa, vieja y cansada, a los pies de los caballos.

2023 pasará a la historia como el año en que la derecha española –y españolista– lo tenía todo de cara para ganar, y perdió. Tras unas elecciones municipales y autonómicas de las que los conservadores salieron rotundamente victoriosos, apenas dos meses después perdieron el Gobierno de forma tan inesperada que, pasados ya seis meses de la noche del 23 de julio, aún siguen en shock. Presas de sus contradicciones y entre la espada y la pared, es decir entre la ultraderecha y su supuesto rol de partido institucional, los populares zozobran por su particular laberinto mientras sellan pactos con Vox con los que compran sus argumentos y condiciones para apoyar los presupuestos allá donde gobiernan. “No hay buenos vientos para quien no sabe dónde va”, decía Séneca, y así, de lado a lado, el Partido Popular un día se echa las manos a la cabeza porque Junts y el PSOE acuerdan negociar con un verificador y días después pide lo mismo para poder entenderse con el partido que gobierna España.

Mientras, la ultraderecha avanza colocando su marco cada vez que se habla de migración y asilo, tanto en España como en Europa, como demuestra la ley francesa recién aprobada y el vergonzante Pacto Migratorio de la UE. Con ataques de violencia como el protagonizado por Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid, recortes a las partidas de cooperación al desarrollo, censuras inexplicables e inadmisibles que el PP tolera, ayudas a la tauromaquia y recortes a los agentes sociales, Vox consigue ya cuestionar valores básicos........

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