A medida que hemos avanzado en el estudio y en un mejor conocimiento de la pobreza y sus componentes personales, sociales y territoriales, hemos pasado de analizar y valorar elementos vinculados a la renta y al consumo a incorporar otros muchos indicadores multidimensionales que nos permiten comprenderla mejor. Si siempre es complicado acercarnos a dinámicas extraordinariamente complejas que intervienen en los procesos de privación y adversidad, lo es todavía más cuando hablamos de colectivos vulnerables y excluidos, que en muchos casos viven en condiciones de marginalidad o fuera de los circuitos formales, saliendo adelante como pueden.

Sin darnos cuenta de ello, en las últimas décadas hemos encadenado crisis que se han ido sucediendo y aumentando en intensidad, con implicaciones globales, sociales y económicas de una enorme profundidad, en lo que algunos investigadores denominan ya como «Policrisis». Tras la Gran Recesión provocada por la crisis financiera internacional que dañó economías enteras, cuando comenzábamos a recuperarnos nos vimos asolados por una virulenta pandemia global que provocó 25 millones de muertes en todo el planeta, generando un shock en la economía y en las sociedades nunca visto. Dos años después y cuando el mundo consiguió amortiguar sanitaria y económicamente esta pandemia, estalló la invasión rusa en Ucrania y se desató una guerra en Europa con efectos colaterales muy dañinos, con una crisis energética, una escalada inflacionista, el aumento de precios de productos esenciales, la escasez de alimentos básicos y la subida del precio de la vivienda, a los que se añaden los efectos del cambio climático que están agudizándose rápidamente, junto a la multiplicación de conflictos regionales.

Como resultado, el empobrecimiento y la necesidad sobrevenida aumentaron en nuestras sociedades y la desigualdad alcanzó niveles nunca vistos anteriormente, quedando cada vez más sectores en la periferia de la sociedad y apareciendo más y más trabajadores pobres con salarios insuficientes, jornadas escasas, precariedad y estacionalidad. Frente a ello, los estados han tenido que desplegar, en mayor o menor medida, importantes paquetes de dispositivos sociales y económicos para amortiguar los efectos dañinos de esta sucesión de eventos desfavorables.

En el caso de España, el llamado «escudo social», desarrollado por este Gobierno durante la pandemia y reorientado tras el estallido de la guerra en Ucrania, ha desplegado el conjunto de medidas de protección social y de compensación en la caída de rentas más importante en la historia. Por el contrario, las medidas de austeridad extremas impuestas en los años de la Gran Recesión por los gobiernos de la derecha no pararon de incrementar las cifras de pobreza y desigualdad, como demuestran las estadísticas. De hecho, los últimos datos recogidos en la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) señalan que las medidas comprendidas en el «escudo social» evitaron que un millón y medio de personas cayeran en situación de pobreza o exclusión en España, algo que merece ser valorado.

Sin embargo, las tasas de pobreza entre la sociedad española siguen siendo inusualmente altas para un país con su importancia económica y productiva, con solo tres países con niveles superiores en el conjunto de la UE: Rumanía, Bulgaria y Grecia. Es necesario, por tanto, que tratemos de preguntarnos por las razones que mantienen estas altas tasas de pobreza en España, tratando de acercarnos al perfil de las personas que están en situación de necesidad severa para mejorar las políticas dirigidas a ellas, avanzando en conocer otros factores estructurales que nos permitan entender mucho mejor los elementos que impulsan, intervienen y mantienen a importantes segmentos de población en situaciones de mayor desventaja.

Tenemos que profundizar en un mejor conocimiento de causas estructurales que están impulsando dinámicas de pobreza y desigualdad fuertemente incrustadas en la sociedad española y que, hasta ahora, no se habían valorado suficientemente. Empecemos señalando a la vivienda como uno de los factores más importantes desencadenadores de escasez y desigualdad, tanto por las limitaciones en su acceso y restar importantes rentas a las familias, como por afectar a elementos de inclusión y socialización básicos. No es casual que cuatro de cada cinco personas con gasto insostenible en vivienda sean pobres.

También la brecha de género evidencia profundas desigualdades estructurales arraigadas en la sociedad, que alimentan mayores tasas de pobreza sobre las mujeres, tanto en términos laborales, como en las condiciones materiales de vida. Además, en el caso de familias monomarentales de madres con hijos a cargo, el 49,2% está en riesgo de pobreza y/o exclusión social, repercutiendo de manera directa sobre la vulnerabilidad infantil.

Y avanza con fuerza un nuevo factor de impacto sobre la pobreza, al que hasta ahora no se daba importancia, como es la dimensión territorial, en la medida en que se consolida un modelo espacial diferencial debido a las diferentes estructuras demográficas, sistemas productivos y dispositivos de protección social, marcando serias diferencias entre el norte, con tasas mucho más bajas y políticas sociales más vigorosas, frente al sur, con cifras de pobreza más elevadas y menores prestaciones, aunque el caso de Madrid es excepcional, al ser la comunidad más rica que menos recursos de protección social dedica, a pesar de contar con niveles de desigualdad muy elevados.

Avanzar en incorporar estos elementos nos ayudará a comprender e intervenir mejor sobre los efectos, pero también sobre las causas de una pobreza estructuralmente compleja.

QOSHE - Pobrezas complejas - Carlos Gómez Gil
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Pobrezas complejas

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29.10.2023

A medida que hemos avanzado en el estudio y en un mejor conocimiento de la pobreza y sus componentes personales, sociales y territoriales, hemos pasado de analizar y valorar elementos vinculados a la renta y al consumo a incorporar otros muchos indicadores multidimensionales que nos permiten comprenderla mejor. Si siempre es complicado acercarnos a dinámicas extraordinariamente complejas que intervienen en los procesos de privación y adversidad, lo es todavía más cuando hablamos de colectivos vulnerables y excluidos, que en muchos casos viven en condiciones de marginalidad o fuera de los circuitos formales, saliendo adelante como pueden.

Sin darnos cuenta de ello, en las últimas décadas hemos encadenado crisis que se han ido sucediendo y aumentando en intensidad, con implicaciones globales, sociales y económicas de una enorme profundidad, en lo que algunos investigadores denominan ya como «Policrisis». Tras la Gran Recesión provocada por la crisis financiera internacional que dañó economías enteras, cuando comenzábamos a recuperarnos nos vimos asolados por una virulenta pandemia global que provocó 25 millones de muertes en todo el planeta, generando un shock en la economía y en las sociedades nunca visto. Dos años después y cuando el mundo consiguió amortiguar sanitaria y económicamente esta pandemia, estalló la invasión rusa en Ucrania y se desató una guerra en Europa con efectos colaterales........

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