La necesidad de reformar el marco constitucional europeo, petrificado desde 2007 (fecha de la adopción del Tratado de Lisboa) es cada vez más evidente. Las políticas comunes han quedado obsoletas, sin apenas referencias al cambio climático, la digitalización, la robótica, o la inteligencia artificial. La salud pública sigue siendo una competencia exclusiva de los Estados miembros, al menos formalmente, y a pesar de la pandemia de la Covid-19. Lo mismo sucede con la educación para la ciudadanía, incluyendo en su dimensión europea.

Cierto es que la Unión ha logrado actuar en la mayoría de estos campos, con el Pacto Verde, la central de compra de vacunas, o la primera ley de inteligencia artificial del mundo, explotando las bases legales adecuadas en el Tratado, o rozando el límite de las mismas con interpretaciones constructivas, como con el Plan de Recuperación y la emisión de eurobonos, o la propia política monetaria heterodoxa de compra de deuda pública en los mercados secundarios por parte del Banco Central Europeo. Lo que ha generado frecuentes choques con el Tribunal Constitucional alemán, el cual ha venido a decir que acepta los fondos “Next Generation” como medida excepcional pero no su consolidación permanente. Pero no es razonable que la deuda europea, una vez creada, no se convierta en un instrumento más en la caja de herramientas macroeconómica de la UE. Además, al Tratado le falta el Pilar Europeo de Derechos Sociales aprobado en Gotemburgo como Declaración en 2017, imprescindible para equilibrar las libertades de mercado con los derechos de los trabajadores.

Además, hay un problema grave con la toma de decisiones, con el derecho de veto que resiste en el Consejo de la Unión y en el Consejo Europeo (Orbán acaba de vetar los 50.000 millones de euros para Ucrania), lo que se convertirá en inasumible con una Unión ampliada a Ucrania, Moldavia, y los Balcanes Occidentales. También habrá que revisar el número de comisarios, que no debiera crecer hasta los Treinta y Seis, y la composición del Parlamento Europeo, fijada en el Tratado en un máximo de 751. Tampoco los poderes de la Eurocámara pueden permanecer estáticos si la Unión desarrolla como se espera su capacidad financiera y fiscal, sobre la base de impuestos paneuropeos (necesarios en todo caso para amortizar la deuda emitida para financiar el Plan de Recuperación, salvo que se recurra al viejo vicio de aumentar las contribuciones nacionales al presupuesto comunitario).

A pesar de todas estas razones, la apertura del proceso de reforma de los Tratados sigue encontrando una contumaz resistencia por parte de algunos Estados miembros en el Consejo. De ahí que sea muy significativo que Pedro Sánchez, presidente en ejercicio de esta institución, mostrara con claridad su apoyo al informe de la Eurocámara sobre enmiendas al Tratado de Lisboa en su discurso ante al pleno de la misma reunido en Estrasburgo el 13 de diciembre de 2023. El presidente del gobierno dijo textualmente que “hemos tenido que celebrar el acuerdo parlamentario logrado sobre la reforma de los Tratados”. Es una frase dicha un poco de corrido y sin alharacas, pero que constituye una carga de profundidad contra los escépticos de todo pelaje, ya sea en los centros de estudios conservadores, en los medios de comunicación europeos y nacionales (los cuales en España mayormente, sin que se sepa porqué, continúan obviando la mencionada iniciativa del Parlamento Europeo), en los gabinetes, y en las capitales.

Además, justo al día siguiente del discurso de Sánchez, el 14 de diciembre, la presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola, se dirigió a la reunión del Consejo Europeo en estos términos: “La contribución del Parlamento Europeo a las reformas, que se detalla en nuestro informe sobre cambios al Tratado, constituye una buena base para esta reflexión”. En sus Conclusiones de la misma jornada, la institución en la que se sientan los veintisiete jefes de estado y de gobierno señaló que “de cara a la perspectiva de una Unión aún más ampliada, tanto los futuros Estados miembros como la UE deben estar preparados en el momento de la adhesión. Los trabajos en ambas vías deberían avanzar en paralelo (...) paralelamente, la Unión necesita sentar las bases y las reformas internas necesarias, estableciendo sus ambiciones a largo plazo y las formas de alcanzarlas, y abordando cuestiones clave relacionadas con sus prioridades y políticas, así como con su capacidad de actuar”.

Por si no fuera poco, la presidencia española del Consejo ha logrado, en su reunión del 18 de diciembre, la transmisión del proyecto de reforma de los Tratados aprobado por la Eurocámara al Consejo Europeo, el competente para decidir por mayoría simple si se convoca la Convención constitucional, sobre la base de la propuesta del Parlamento Europeo. Lo que no ha sido fácil, dada la férrea oposición de Hungría y otros en el COREPER, órgano preparatorio del Consejo, a que siquiera incluyera en el orden del día del Consejo.

Queda desde luego mucho camino por recorrer. Para empezar, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, debe poner el asunto en la agenda de la próxima reunión de esta institución, en enero o a más tardar en marzo de 2024. En segundo lugar, habrá que fajarse para alcanzar una mayoría de no menos de catorce Estados miembros a favor de la reforma de los Tratados. Todo eso antes de las elecciones europeas de junio. De lo que no cabe duda es de que el gobierno español, durante su presidencia rotatoria del Consejo, ha hecho en este terreno su trabajo, y con nota.

QOSHE - El decisivo papel de España en el diseño de la Europa del futuro - Domènec Ruiz Devesa
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El decisivo papel de España en el diseño de la Europa del futuro

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19.12.2023

La necesidad de reformar el marco constitucional europeo, petrificado desde 2007 (fecha de la adopción del Tratado de Lisboa) es cada vez más evidente. Las políticas comunes han quedado obsoletas, sin apenas referencias al cambio climático, la digitalización, la robótica, o la inteligencia artificial. La salud pública sigue siendo una competencia exclusiva de los Estados miembros, al menos formalmente, y a pesar de la pandemia de la Covid-19. Lo mismo sucede con la educación para la ciudadanía, incluyendo en su dimensión europea.

Cierto es que la Unión ha logrado actuar en la mayoría de estos campos, con el Pacto Verde, la central de compra de vacunas, o la primera ley de inteligencia artificial del mundo, explotando las bases legales adecuadas en el Tratado, o rozando el límite de las mismas con interpretaciones constructivas, como con el Plan de Recuperación y la emisión de eurobonos, o la propia política monetaria heterodoxa de compra de deuda pública en los mercados secundarios por parte del Banco Central Europeo. Lo que ha generado frecuentes choques con el Tribunal Constitucional alemán, el cual ha venido a decir que acepta los fondos “Next Generation” como medida excepcional pero no su consolidación permanente. Pero no es razonable que la deuda europea, una vez creada, no se convierta en un instrumento más en la caja de herramientas macroeconómica de la UE.........

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