«Madre mía, qué descoloque que tengo» oigo decir a mi madre una tarde cualquiera de estas navidades pasadas, después de tomarse tres polvorones y una copita de champán. Su casa estaba ordenada, la comida le había salido buena, sus últimos análisis clínicos eran más que correctos, y aún mantiene las constantes vitales perfectas para seguir criticando a Aznar veinte años más tarde, y con igual o más ahínco. Pero todo daba igual: esa tarde su cabeza era un bulle-bulle de incertidumbres, de situaciones no resueltas, de conversaciones pendientes…

Nada nuevo bajo el sol: siempre hay algo o alguien que nos descoloca, que nos trastoca, que nos remueve. Para bien o para mal, para arriba o para abajo. Y para que algo se recoloque tiene que haber sido descolocado previamente. Te descoloca por ejemplo una serie como La Mesías, de Los Javis, capaces de hablar de acoso, de infancia y de fanatismo religioso, con una imaginación y un talento estratosférico. O que Vargas Llosa -escritor, sí. Pero también articulista, conversador, pisador continuo de charcos sin miedo, liberal, polemista, lector- nos diga que ya no escribe más (aquí sí que nos jodiste, Zavalita). Y también nos descoloca que Carlos Franganillo cambie la acera de TVE por la de Telecinco, para hacer un telediario con menos medios técnicos, menos personal y menos audiencia (pero algo tendrá Mediaset, algo tendrá…)

Uno se puede descolocar también por un hijo, por una enfermedad, por un despido. Pero también por los movimientos de las nubes o los cambios del viento, por oír un estribillo en el momento justo, por la mirada de alguien que aún no conoces, por una frase raptada en no sabes dónde y que no se va. Rafa Nadal se descolocó en Brisbane, tras intuir dolores de nuevo. A Yolanda Díaz se le borró su telegénica sonrisa este miércoles, al ver los ojos inertes de Belarra entrando al Senado. Y Pablo Motos aún no sabe de dónde le vinieron las tortas de una Sofía Vergara -más que bregada en los late nights americanos- espléndida dándole unos sopapos dialécticos que no tuvieron desperdicio ante las insustanciales preguntas del (mediocre) entrevistador (¿cómo se le puede insinuar a una estrella mundial del calibre de la colombiana, en 2024 y en horario de máxima audiencia, si se tiñe el pelo?)

Para todos ellos, y para cuando nos pase a nosotros (dentro de un par de horas, quizá ayer, tal vez un domingo cualquiera y no otro) sirve el estribillo de Robe Iniesta de su estupendísimo último disco Se nos lleva el aire: «Y todo se recolocó/ se hizo la luz en el infierno/ y todo gracias a nosotros dos/ que estábamos ardiendo». Todo lo que sube, baja, y todo lo que se descoloca acaba -en función de la fuerza del viento o las mareas de los océanos- recolocado, de una manera u otra. Tranquilo, Motos, tranquilo.

QOSHE - Y todo se recolocó - Jesús Javier Prado
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Y todo se recolocó

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13.01.2024

«Madre mía, qué descoloque que tengo» oigo decir a mi madre una tarde cualquiera de estas navidades pasadas, después de tomarse tres polvorones y una copita de champán. Su casa estaba ordenada, la comida le había salido buena, sus últimos análisis clínicos eran más que correctos, y aún mantiene las constantes vitales perfectas para seguir criticando a Aznar veinte años más tarde, y con igual o más ahínco. Pero todo daba igual: esa tarde su cabeza era un bulle-bulle de incertidumbres, de situaciones no resueltas, de conversaciones pendientes…

Nada nuevo bajo el sol: siempre hay algo o alguien que nos descoloca, que nos trastoca, que nos remueve. Para bien o para mal, para arriba o........

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