Tan necesarias de ser contadas como duras de digerir son dos historias sobre éxodos que el azar ha querido que coincidan en las pantallas. En las grandes y en la pequeña. Y que lo hagan en unos tiempos en los que la xenofobia más insolidaria se ha aliado en un cóctel explosivo con una presión migratoria sin fin expulsada por guerras y pobreza de, en muchos casos, territorios expoliados por ese primer mundo al que sus desheredados se lanzan de cabeza en busca de una nueva vida sin importarle el riesgo de perder la que tienen. ¡Cuánta no será su desesperación!

En los cines, el italiano Matteo Garrone relata en Yo capitán la odisea de dos chavales senegaleses de apenas 16 años que, convencidos de que el paraíso les espera a la vuelta de la esquina en la supuesta próspera Europa, se embarcan en una travesía que resulta ser un infierno por un desierto sembrado de cadáveres que probablemente la ficción cinematográfica haya dulcificado.

Corriendo tras el sueño de recorrer con su música los mejores escenarios del mundo, cuyo alcance se les antoja fácil, deciden dejar atrás todo lo que hasta ese momento es su universo (familia, amigos, cultura...) para estrellarse con la cruda realidad de que, como canta Rubén Blades, si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos. O, lo que es lo mismo, que siempre habrá seres despreciables sin escrúpulos dispuestos a enriquecerse a costa de los que nada tienen.

La otra historia, proyectada para ser vista desde el sofá, es la gesta de la tripulación del pesquero de Santa Pola Francisco y Catalina que, con su patrón Pepe Durá al frente, no dudaron en subir a bordo al medio centenar de inmigrantes con los que se toparon en una patera y quienes, de no haber sido por esta muestra de humanidad, habrían pasado a engrosar la nómina de cadáveres en ese enorme cementerio llamado Mediterráneo.

La ley del mar se llama esta serie televisiva que firma Arturo Ruiz Rojo sobre la base del rescate y el brete en que el arrojo de estos pescadores puso a las autoridades de Malta, al Gobierno español y a la UE. ¡Ahí es nada!

Un aprieto que ayudó a modificar la política migratoria europea. Sí. Pero que solo fue posible gracias a la tozudez y al enorme corazón de este puñado de trabajadores del mar que, compartiendo con 51 personas una embarcación pensada para una docena, siempre tuvieron claro que o desembarcaban a los rescatados en un lugar seguro o no lo harían.

No falta tampoco en este relato la mezquindad y la ausencia de empatía de las autoridades maltesas, dispuestas a no ceder en su rechazo. Aunque en este caso, hasta donde recoge la serie, el final se puede considerar feliz.

Dos relatos, uno de ficción y otro real, que deberían ser de obligado visionado en colegios e institutos como antídoto contra el veneno de un racismo que hay quienes, desde las tribunas públicas, no cejan en inocular consiguiendo que haya quienes vean peligro y delincuencia donde, mayoritariamente, solo hay pobreza, necesidad y el derecho a un futuro que muchos pierden antes de poder siquiera vislumbrarlo.

QOSHE - Historias necesarias - Mercedes Gallego
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Historias necesarias

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24.01.2024

Tan necesarias de ser contadas como duras de digerir son dos historias sobre éxodos que el azar ha querido que coincidan en las pantallas. En las grandes y en la pequeña. Y que lo hagan en unos tiempos en los que la xenofobia más insolidaria se ha aliado en un cóctel explosivo con una presión migratoria sin fin expulsada por guerras y pobreza de, en muchos casos, territorios expoliados por ese primer mundo al que sus desheredados se lanzan de cabeza en busca de una nueva vida sin importarle el riesgo de perder la que tienen. ¡Cuánta no será su desesperación!

En los cines, el italiano Matteo Garrone relata en Yo capitán la odisea de dos chavales senegaleses de apenas 16 años que, convencidos de que el paraíso les espera a la vuelta de la........

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