Desterrar la vulgarización y la violencia lingüística, señales inequívocas de la pérdida de valores y de un relajamiento de la disciplina social

Es muy común, en cualquier punto de la geografía avileña (y cubana), encontrar la utilización de un lenguaje vulgar, sin respetar escenarios ni ocasiones. A fuerza de volverse cotidiano, hay quien lo acepta y piensa que la utilización de las malas palabras forma parte de nuestra identidad, porque, a su entender, así se resalta la virilidad, el valor personal, la ¿alegría?

Semejante enfoque es falso y está lejos de la verdad histórica. Lo “cubano” surgió en un proceso de diferenciación con lo netamente español, al punto de que, ya desde el siglo XIX, los de acá se identificaban por el uso correcto del lenguaje.

Esa corrección, quizás, habría dado lugar a una página imprescindible de nuestra historia, protagonizada por un hombre de verbo encendido y hermoso, cualidades que en él cristalizaron como en ningún otro. Fue José Martí, en carta dirigida al director del diario estadounidense The Evening Post (Nueva York), quien vindicaría para Cuba la existencia de un pueblo culto y amable, pero no por ello menos valiente.

Vindicación de Cuba

El periódico había reproducido un artículo publicado, originalmente, en The Manufacturer (Filadelfia), donde, entre otras “lindezas”, se acusaba a los cubanos de afeminados, perezosos, inútiles verbosos, enemigos del trabajo recio, faltos de fuerza viril y de respeto propio; exponiendo tal retahíla de insultos como razones para no anexar la Isla de Cuba a Estados Unidos.

El 25 de marzo de 1889, The Evening Post concedió el derecho a réplica solicitado por Martí. Después de dejar en claro que “ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter”, el Apóstol apunta:

“(…) porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo afeminado? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno (…), dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta (…)”.

También Antonio Maceo, quien fue un paradigma de valor y buenas costumbres, podría ejemplificar cómo para contener en sí todo el arrojo no hacía falta manifestarlo con groserías. Al decir de Manuel Piedra Martel, el ayudante de campo del Titán de Bronce, este no permitía que en el campamento que él dirigía se utilizaran malas palabras. Según ese testimonio, era, en su conversación, ponderado y ameno. Del mozo sin instrucción que fuera antes de la Guerra del 68 no quedaba nada porque, durante su larga estancia en el extranjero, se había dedicado a cultivar, con los estudios, su nata inteligencia y su maravilloso don de asimilación. “En las tropas mandadas por Maceo estaban considerados ilícitos y castigados los juegos de azar y el alcohol. Con la embriaguez no tenía la menor tolerancia”.

Y si así se manejaban José Martí y Antonio Maceo, en medio de una guerra desigual, asediados por traiciones e incomprensiones, en clubes de tabaqueros o en la manigua, tendríamos toda la razón en exigir a nuestros semejantes un uso adecuado del lenguaje, uno que destierre la vulgarización y la violencia lingüística, señales inequívocas de la pérdida de valores y de un relajamiento de la disciplina social.

Cuidar nuestro lenguaje: una cuestión de esencias

El lenguaje es una expresión de conducta. No es solo gramática, sino identidad. Las personas expresan lo que son a través del lenguaje, no es que haya una vulgarización en el lenguaje, sino que hay una vulgarización en nuestra sociedad. Y los riesgos están a la vista, en las esquinas, de balcón a balcón, en improvisadas peñas deportivas y en las mesas de dominó, en las letras de algunas ¿composiciones musicales?, en las redes sociales de Internet, saltando de teléfono en teléfono; en los patios de algunas escuelas, en los muros pintarrajeados, hasta en los dramatizados de la televisión…

Esto no es un lamento preñado de mojigaterías. Es un llamado de atención a la virtud, que también se escribe con v.

QOSHE - Valor con v de ¿vulgar? - Adalberto Gómez Segura
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Valor con v de ¿vulgar?

18 0
02.02.2024

Desterrar la vulgarización y la violencia lingüística, señales inequívocas de la pérdida de valores y de un relajamiento de la disciplina social

Es muy común, en cualquier punto de la geografía avileña (y cubana), encontrar la utilización de un lenguaje vulgar, sin respetar escenarios ni ocasiones. A fuerza de volverse cotidiano, hay quien lo acepta y piensa que la utilización de las malas palabras forma parte de nuestra identidad, porque, a su entender, así se resalta la virilidad, el valor personal, la ¿alegría?

Semejante enfoque es falso y está lejos de la verdad histórica. Lo “cubano” surgió en un proceso de diferenciación con lo netamente español, al punto de que, ya desde el siglo XIX, los de acá se identificaban por el uso correcto del lenguaje.

Esa corrección, quizás, habría dado lugar a una página imprescindible de nuestra historia, protagonizada por un hombre de verbo encendido y hermoso, cualidades que en él cristalizaron como en ningún otro. Fue José Martí, en carta dirigida al director del diario estadounidense The Evening Post (Nueva York), quien vindicaría para Cuba la existencia de........

© Invasor


Get it on Google Play