Los trabajadores industriales asumen la zafra en dos centrales de Ciego de Ávila en un contexto en el que pululan los obstáculos, pero la decisión de encontrar soluciones y producir no escasea en los colectivos

Para quien jamás lo haya experimentado, recorrer las áreas de nuestras remendadas fábricas de azúcar puede significar una vivencia que reporte conclusiones encontradas. Y digo encontradas porque puede hacerse bajo el presupuesto de cuánto representa y pesa la industria azucarera en la economía nacional y, al mismo tiempo, sin comprender en toda su complejidad cómo pueden funcionar centrales que ya sobrepasan el centenario de vida y siguen ahí, procesando la materia prima.

Los motivos para el asombro bien que pudieran dar paso a los signos de admiración cuando se aprecia lo mucho que demanda, en términos financieros y humanos, echar a andar y mantener la vitalidad de añosas calderas en las que los salideros parecen inextinguibles, juntas de mala calidad, molinos que se atoran ante la caña vieja, metales que hace tiempo debieron dar paso a otros, en fin, todo un muestrario de lo que, en circunstancias normales y no excepcionales como las que sufre este país, hubieran dado paso a un vigoroso proceso inversionista.

Es obvio que se necesitan toneladas de voluntad e ingenio para asumir reparaciones “con equipos, partes y piezas tomados de los centrales paralizados”, como exponía Eduardo Larrosa Vázquez, director de Coordinación y Supervisión del Grupo Azucarero Azcuba en el territorio, en el Consejo Provincial, el 28 de septiembre del año pasado, al precisar el escenario de la zafra que ahora transcurre bajo los signos de la arritmia productiva y el consiguiente impacto individual y colectivo en obreros, técnicos y dirigentes.

Mucho antes de que el central Ecuador emitiera el pitazo que marcó la arrancada de la contienda provincial, era evidente el déficit de personal en la industria baragüense. Por diversas razones, ya no se incluyen en la plantilla una buena parte de los experimentados, portadores de un saber hacer que no se aprende en un día o mediante un cursillo acelerado. Los miembros del renovado consejo de dirección de la citada Empresa Agroindustrial Azucarera se han visto obligados a buscar alternativas mediante la ayuda de algunos jubilados, acciones de capacitación e intercambios en las áreas.

En más de una ocasión, los “malabares” han incluido mover a los trabajadores hacia escenarios donde no están los que el central necesita. Otro intento por completar los puestos de trabajo en lugares clave del ingenio, implicó al Grupo Azucarero Azcuba, que decidió el apoyo de avezados trabajadores y directivos del central Primero de Enero, antes de que entrara en acción, y del Coloso del Centro.

Como si los anteriores no fueran obstáculos suficientes, los hombres y las mujeres del Ecuador no pueden beneficiarse del pago por resultados establecido, si no se cumple el plan diario de fabricación. Cuando entran a su central, dejan atrás una familia que en total o alguna medida depende de sus ingresos monetarios. Al interior del Hércules de hierro y acero chocan con otros desafíos: el poder adquisitivo de sus monedas cae en picada ante los precios en boga, a la hora de adquirir la ropa de trabajo o la merienda en el kiosco del centro.

Para garantizar una alimentación elemental —casi siempre, para no ser absolutos, sin plato fuerte—, destinan un día de labor a trabajar la tierra, faenas con las cuales obtienen parte de lo que exige una dieta balanceada; pero no todo, al punto que no cesan las gestiones administrativas para buscar “por fuera” otros ingredientes de la oferta.

De estos y otros entuertos no escapan los colectivos del ingenio violeteño, el otro que a duras penas aporta al plan de producción de Ciego de Ávila, pero, al menos, allí la familia cañero-azucarera es más sólida, y el mayor sentido de pertenencia es una consecuencia lógica de una mayor estabilidad de la fuerza laboral.

Si a las contrariedades aquí relacionadas se añade la insuficiencia de insumos; el sostenido déficit de energía eléctrica, combustibles y lubricantes; y los problemas financieros que el país encara en tiempos de economía de guerra; salta a la vista que al comentarista se le hace en extremo difícil encontrar la palabra precisa que identifique a nuestros hacedores de azúcar, la que los sitúe en el altar más justo, el que solo se reserva para los creadores de riquezas en condiciones extremas: ¿héroes y heroínas?, ¿gigantes del trabajo? Por esta vez, prefiero dejar la solución en manos de los lectores.

QOSHE - Palabra escondida - Filiberto Pérez Carvajal
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Palabra escondida

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19.04.2024

Los trabajadores industriales asumen la zafra en dos centrales de Ciego de Ávila en un contexto en el que pululan los obstáculos, pero la decisión de encontrar soluciones y producir no escasea en los colectivos

Para quien jamás lo haya experimentado, recorrer las áreas de nuestras remendadas fábricas de azúcar puede significar una vivencia que reporte conclusiones encontradas. Y digo encontradas porque puede hacerse bajo el presupuesto de cuánto representa y pesa la industria azucarera en la economía nacional y, al mismo tiempo, sin comprender en toda su complejidad cómo pueden funcionar centrales que ya sobrepasan el centenario de vida y siguen ahí, procesando la materia prima.

Los motivos para el asombro bien que pudieran dar paso a los signos de admiración cuando se aprecia lo mucho que demanda, en términos financieros y humanos, echar a andar y mantener la vitalidad de añosas calderas en las que los salideros parecen inextinguibles, juntas de mala calidad, molinos que se atoran ante la caña vieja, metales que hace tiempo debieron dar paso a otros, en fin, todo un muestrario de lo que, en circunstancias normales y no excepcionales........

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