¿Cuántas veces hemos buscado, sin encontrar, uno de esos reparadores que alargue la vida útil de una prenda o un equipo que nos agrada o que, por su alto valor, no estamos en condiciones de reponer?

Recientemente, un anuncio en uno de los grupos de compraventa de Facebook llamó mi atención por lo inusual de la propuesta, en tiempos en que la cultura del reciclaje y la reparación de objetos está casi desaparecida. Unas veces guiados por el consumismo y la propaganda, otras por la inexistencia de talleres o personas dedicadas a tales menesteres, lo cierto es que desechamos bienes que todavía podrían resultarnos útiles y evitarnos gastos por la compra de otros nuevos. El anunciante en cuestión detallaba que ponía cabos a cuchillos y sartenes, asas a calderos y botones a las tapas, entre otras labores.

La modernidad, los avances tecnológicos y nuestra propia evolución del pensamiento han venido, para mal, a contribuir a la desaparición de oficios que antaño constituían el modo de vida de muchas personas, pero también aportaban una solución para cualquier entuerto que se presentara.

El origen de los oficios está ligado a nuestra propia existencia, desde que el hombre descubrió cómo recomponer el arco o el hacha empleado en la caza y durante cientos de años se convirtió en una tradición familiar, que pasaba de padres a hijos, como el caso de los herreros, talabarteros y costureras.

La calle de los Oficios —nombrada así precisamente por concentrar a zapateros, relojeros, carpinteros y otras muchas actividades restauradoras—, estuvo entre las cuatro primeras trazadas en San Cristóbal de La Habana, la actual capital de Cuba, allá por 1584. Pero el paso del tiempo borró poco a poco aquel quehacer y apenas conservó el nombre para la vía, mientras en el resto del país fue ocurriendo un proceso similar con un trasfondo sociocultural digno de análisis.

El acceso a la educación y el anhelo de los padres por ver la realización de los hijos, comenzó a degradar la condición de aquellos jóvenes que se conformaban con ejercer un oficio y no aspiraban a convertirse en profesionales. “Si no estudias tendrás que ser zapatero, o plomero o albañil”, escuchamos decir en más de una ocasión a un menor, como si fuera cosa de quedarse en un nivel inferior de la escala social.

Sin embargo, ¿cuántas veces hemos buscado, sin encontrar, uno de esos reparadores que alargue la vida útil de una prenda o un equipo que nos agrada o que, por su alto valor, no estamos en condiciones de reponer?

Es cierto que, al compás del desarrollo, han surgido otros oficios, como el de arreglar celulares y equipos electrónicos, que requieren conocimientos más avanzados, o se limitan a cambiar unas piezas o circuitos por otros, pero que no compensan aquellos de antaño. Hoy se extrañan los pregones dominicales que nos despertaban al son de Se arreglan bastidores, cunitas de niños y camas de mayores y que se inmortalizaron en la cancionística popular, o el inconfundible sonido del amolador de tijeras, que ha sido sustituido por la melodía del que vende bocaditos de helados, el silbato que anuncia el pan suave y el pan duro de bolas, o el que compra cualquier pedacito de oro.

Prácticamente desaparecieron aquellos hacedores que estaban a la vuelta de la esquina en cualquier barrio, como el cortador de cristales, el que forraba botones. Hasta las bordadoras y tejedoras, tan demandadas a la hora de confeccionar una canastilla, pasaron a ser casi reliquias en la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas.

Las Escuelas de Oficios, pertenecientes al Sistema de Educación, están concebidas para lograr la inserción social de jóvenes que abandonaron los estudios o tienen alguna discapacidad y persiguen formar y desarrollar habilidades para el trabajo, y obreros calificados en diversas ramas de la industria, la agroindustria o los servicios, en correspondencia con las necesidades de la economía, pero no compensan esos pequeños saberes tan necesarios en la vida diaria. Ojalá sean más los que se decidan a retomar tales actividades, que también forman parte de la tradición, aunque, a tenor de los nuevos tiempos, haya que solicitar sus servicios por WhatsApp o escribirle por privado en Facebook, como el anunciante de marras.

QOSHE - Oficios, de ayer a hoy - Magaly Zamora Morejón
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Oficios, de ayer a hoy

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08.04.2024

¿Cuántas veces hemos buscado, sin encontrar, uno de esos reparadores que alargue la vida útil de una prenda o un equipo que nos agrada o que, por su alto valor, no estamos en condiciones de reponer?

Recientemente, un anuncio en uno de los grupos de compraventa de Facebook llamó mi atención por lo inusual de la propuesta, en tiempos en que la cultura del reciclaje y la reparación de objetos está casi desaparecida. Unas veces guiados por el consumismo y la propaganda, otras por la inexistencia de talleres o personas dedicadas a tales menesteres, lo cierto es que desechamos bienes que todavía podrían resultarnos útiles y evitarnos gastos por la compra de otros nuevos. El anunciante en cuestión detallaba que ponía cabos a cuchillos y sartenes, asas a calderos y botones a las tapas, entre otras labores.

La modernidad, los avances tecnológicos y nuestra propia evolución del pensamiento han venido, para mal, a contribuir a la desaparición de oficios que antaño constituían el modo de vida de muchas personas, pero también aportaban una solución para........

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