Ese día Mariela me hizo un regalo: su serenidad. Y es algo que quiero compartirles en este 2024

Estaba sentada en un recodo del pasillo que conecta la Unidad de Emergencias y el Cuerpo de Guardia del Hospital Provincial General Docente Doctor Antonio Luaces Iraola. Mariela Virgen Rodríguez tenía un tajo un poco más arriba de la frente; los médicos debieron rapar una porción de su cabello encanecido y ensortijado para coser la herida. Ella estaba sentada muy tranquila, serena, y si no hubiera sido por el costurón y la sangre en su ropa, y porque una señora aguantaba el suero sosteniéndolo sobre su cabeza, nadie habría adivinado que había sobrevivido a un accidente.

Venía junto a otras 43 personas en el ómnibus Yutong que el 15 de diciembre se volcó en la Carretera Central, al filo de las 4:00 de la tarde, en un lugar muy cerca de El Centro-Gaspar. Venía a Ciego de Ávila, procedente de Camagüey, a visitar a sus hermanos de fe y repetía, sin dejo nervioso, que estaba bien, “gracias a Dios”.

Cuando la guagua trastabilló sobre el pavimento y terminó “acostada” sobre uno de sus laterales en medio de la carretera, a Mariela, que viajaba en ese lado que quedó hacia abajo, le cayeron varias personas encima. No supo cómo se hirió en la sien, pero en medio de la histeria y la sorpresa, ella puso un poco de orden.

A sus 68 años encontró la fuerza y la destreza para salir por una ventanilla. Su herida y la sospecha de un trauma mayor la puso delante en el sistema de clasificación y llegó entre las primeras al hospital. Allí se dio cuenta de que había intercambiado los zapatos con una desconocida y, como en una escena surrealista del mejor escribano, se preguntaba a quién le habría quitado la sandalia, si la estaría buscando, dónde estaba la dueña.

Mariela esperaba en aquel recodo del pasillo que apareciera la silla de ruedas para llevarla hasta el local de Rayos X. La doctora que estaba de guardia ese día en Emergencias le dijo bien claro que no fuera caminando, aun cuando ella seguía repitiendo que estaba bien. La silla demoraba, como demora otros días “normales”, porque no alcanzan en un hospital en el que cada día se atienden más de 500 pacientes, solo en su Servicio de Urgencias. Hay una puerta entreabierta en un local cerca del pasillo, adonde van a parar las desvencijadas, y es una imagen dolorosa, más cuando se activa el protocolo para accidentes masivos.

En ese ínterin me contó del gesto de una mujer de Gaspar que no solo la socorrió en el momento del accidente, sino que se montó con ella en la ambulancia y la acompañó todo el camino, y se mantenía sosteniendo el suero, que goteaba despacio, como un anacronismo en la escena de un hospital asomado al caos.

En aquella esquinita donde Mariela parecía orar en silencio, tocándose las yemas de los dedos, y agradecer la oportunidad de la sobrevida —que hasta hoy se extiende como un manto sobre todos los accidentados—, el tiempo transcurría distinto y su serenidad era la metáfora más útil para los momentos que corrían entonces…, y los de ahora.

Mirándola sonreír entendí algo que está implícito en muchos párrafos (a veces cursis y con faltas de ortografía) que se comparten en redes sociales de Internet o llegan como cadenas de WhatsApp, y también en los salmos leídos en la iglesia donde Mariela va a profesar sus creencias. Una los lee y se dice “este es el camino, hay mucha razón”, pero luego cualquier tropiezo, cualquier escasez, cualquier miseria humana hace cuestionar la utilidad o la veracidad de esos mensajes que hablan de valorar lo esencial por sobre lo material, de creer en el otro, de sobreponerse a todo con más voluntad.

Porque es cierto que la voluntad no alcanza ante lo imposible, pero también que lo imposible es menos absoluto e inalcanzable si se mira con otros ojos y uno se convence de que el mérito está en intentarlo. También es verdad que, en ocasiones, no basta con el intento.

Pero mientras Mariela esperaba su silla de ruedas y su acompañante desconocida me pedía que sostuviera yo el suero para hacer las llamadas telefónicas de rigor, y en el interior del hospital cada lesionado encontraba su sitio y su cuidado, volvía como un tren de olas la idea de encontrar el sentido de la vida. Ante el pensamiento recurrente de la tragedia en el final del año, aquella señora calmada parecía decir que estaba viva para contarlo en el año nuevo.

Con todo y sus zapatos intercambiados; con todo y la incertidumbre de adónde habían ido a parar sus pertenencias; con todo y el tajo en la cabeza; con todo y la preocupación y el susto con que llegaron sus hermanos de fe a buscarla y acompañarla al hospital; con todo y las glorias al Dios que la había cuidado.

Ese día Mariela me hizo un regalo: su serenidad. Y es algo que quiero compartirles en este 2024.

QOSHE - La serenidad de Mariela - Sayli Sosa Barceló
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La serenidad de Mariela

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04.01.2024

Ese día Mariela me hizo un regalo: su serenidad. Y es algo que quiero compartirles en este 2024

Estaba sentada en un recodo del pasillo que conecta la Unidad de Emergencias y el Cuerpo de Guardia del Hospital Provincial General Docente Doctor Antonio Luaces Iraola. Mariela Virgen Rodríguez tenía un tajo un poco más arriba de la frente; los médicos debieron rapar una porción de su cabello encanecido y ensortijado para coser la herida. Ella estaba sentada muy tranquila, serena, y si no hubiera sido por el costurón y la sangre en su ropa, y porque una señora aguantaba el suero sosteniéndolo sobre su cabeza, nadie habría adivinado que había sobrevivido a un accidente.

Venía junto a otras 43 personas en el ómnibus Yutong que el 15 de diciembre se volcó en la Carretera Central, al filo de las 4:00 de la tarde, en un lugar muy cerca de El Centro-Gaspar. Venía a Ciego de Ávila, procedente de Camagüey, a visitar a sus hermanos de fe y repetía, sin dejo nervioso, que estaba bien, “gracias a Dios”.

Cuando la guagua trastabilló sobre el pavimento y terminó “acostada” sobre uno de sus laterales en medio de la carretera, a Mariela, que viajaba en ese lado que quedó hacia abajo,........

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