Las revoluciones y la verdad tienen una relación telúrica. Tanto es así, que el más encumbrado de los forjadores de la nuestra y uno de sus inspiradores más fecundos, José Martí, se vio precisado a marcarle su valor en nuestro altar moral.

Mejor sirve a la Patria quien dice la verdad, consideró el Apóstol. Y como desde su muy peculiar perspectiva Patria es también humanidad, podría colegirse que lo mismo aspiraba del servicio al mundo.

Para no dejar dudas de su relevancia ética para los revolucionarios, agregó que la Patria es sagrada, y los que la aman, sin interés ni cansancio, le deben toda la verdad.

Merece profundizarse en el debate sobre su significación cuando a partir de este domingo, en un evento promovido por la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina, recordaremos los 65 años de la histórica Operación verdad, en una época a la que vergonzosamente no pocos califican como de la posverdad.

Ya desde entonces Fidel, el singular convocante de la operación primigenia —a solo semanas del triunfo de enero de 1959 y mientras se juzgaba y condenaba ante los tribunales revolucionarios a los criminales del batistato en medio de una feroz manipulación de los medios dominantes— presumía que nos estábamos abriendo a la era de la manipulación de las emociones humanas al servicio, más que de la mentira, de los mentirosos de siempre, con la ventaja de contar con más artilugios tecnológicos para empaquetarla, expandirla, e incluso imponerla. Lo anterior, si bien no siempre universalmente, al menos en amplios segmentos, con consecuencias no pocas veces social, económica y políticamente devastadoras.

El sentido ético de la verdad martiana se vio en lidia permanente con la desvergüenza, muchas veces hasta descarnada, en otras más sibilina y sigilosa, de sus adversarios, que en este siglo XXI cuentan con herramientas de precisión engañosa muy sofisticadas.

Ejemplos sobran desde que comenzó, a pura rebelión y lucha, la empinada cuesta de los cubanos por la libertad nacional y la justicia social y a los iniciadores, los insurrectos, en vez de libertarios —como algunos pretenden autoproclamarse hoy— se les comenzó a presentar como vulgares «forajidos». Desde entonces la historia de la Revolución ha sido también la de la satanización de sus paladines, sus bases, aspiraciones y propósitos.

Podría encontrarse algo más demoníaco, penosa y vilmente manipulador que preparar una campaña mediante la cual los niños cubanos serían enviados a Rusia para convertirse en carne enlatada tras arrancarlos de los brazos de sus padres, despojados de la delicada patria potestad.

El doloroso resultado sería más de 14 000 niños cubanos separados de sus padres y llevados a los Estados Unidos con aquella maniobra que, con la CIA como trasfondo macabro y el Gobierno de Estados Unidos como conductor en jefe, terminó por llamarse Operación Peter Pan.

El último de los fracasos rotundos, ya en tiempos recientes, nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, big data, redes sociales, microfragmentación y sentimentalización instrumental mediante, serían los sucesos del 11 de julio, un golpe político comunicacional enmascarado como un levantamiento popular en el momento más dramático de las consecuencias de la pandemia de la Covid-19, cuando el gobierno de Estados Unidos le negaba hasta el oxígeno a los que se debatían entre la vida y la muerte en los hospitales cubanos.

El uso cínico de la acrecentada, casi milimétrica asfixia externa, combinada con los errores y graves deficiencias internas, para poner a combustionar el reactualizado plan desarticulador de la Revolución.

Ahora mismo, quienes asistan como invitados a la recordación de los 65 años de la Operación verdad llegarán a Cuba bajo el bombardeo propagandístico incesante de que el Gobierno cubano —tan acosado como acusado de fallido— se empeña en imponer un paquetazo neoliberal, mientras intenta impulsar medidas que reviertan la aguda y continuada crisis que sufre el país y corrige muy costosas y añejas deformaciones en distintos ámbitos del modelo socialista nacional.

Pero como he alertado otras veces, la verdad no solo es acosada por demonios externos o quintacolumnistas internos, porque no faltan los que, considerándose en el bando de la Revolución y simulando que lo comparten, no hacen el recto culto martiano a la verdad.

Sobre ello han alertado Fidel y Raúl Castro, los más connotados líderes de la última etapa de la Revolución, en diversos momentos y circunstancias, especialmente desde que, tras la caída del campo socialista y de la URSS se comprendieron mejor los graves errores en la construcción del mal llamado socialismo real y se empezara a enrumbar la ruta hacia lo ignoto que es la construcción de una sociedad socialista.

Frente al narcicismo institucionalizado y el triunfalismo congénito que aún padecemos ambos líderes siempre han alertado, como el Apóstol que inspiró a la Generación del centenario, que la Revolución solo vive en la verdad, en la franqueza, en la honestidad, en la pureza, porque —como también he adelantado— al asumirse en la plenitud de sus luces, y también de sus sombras, dignifica el mandato martiano de que a los seres humanos no se les puede imponer —o sugerir— vivir contra su alma, porque se les ofende, o peor todavía, se les deforma y degenera.

Hay que hacer valer la idea de Raúl de que quienes discrepan de la verdad cómoda, o acomodaticia, no subvierten a la Revolución, la cual solo puede ser subvertida por la hipocresía y el acomodamiento del carácter, que solo termina en la prostitución del alma.

Se precisa continuar dignificando a la discrepancia como fórmula de mejoramiento de la Revolución, como principio de su funcionamiento, como método de consenso, frente a cualquier tipo de homogeneidad paralizante y simplificadora.

Es el camino para que la mentira tenga patas cortas en la Revolución, o para evitar que crezcan las de la simulación, negación suicida de la verdad martiana como sedimento de su permanente salvación.

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QOSHE - ¿Las patas cortas de la mentira? - Ricardo Ronquillo Bello
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¿Las patas cortas de la mentira?

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21.01.2024

Las revoluciones y la verdad tienen una relación telúrica. Tanto es así, que el más encumbrado de los forjadores de la nuestra y uno de sus inspiradores más fecundos, José Martí, se vio precisado a marcarle su valor en nuestro altar moral.

Mejor sirve a la Patria quien dice la verdad, consideró el Apóstol. Y como desde su muy peculiar perspectiva Patria es también humanidad, podría colegirse que lo mismo aspiraba del servicio al mundo.

Para no dejar dudas de su relevancia ética para los revolucionarios, agregó que la Patria es sagrada, y los que la aman, sin interés ni cansancio, le deben toda la verdad.

Merece profundizarse en el debate sobre su significación cuando a partir de este domingo, en un evento promovido por la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina, recordaremos los 65 años de la histórica Operación verdad, en una época a la que vergonzosamente no pocos califican como de la posverdad.

Ya desde entonces Fidel, el singular convocante de la operación primigenia —a solo semanas del triunfo de enero de 1959 y mientras se juzgaba y condenaba ante los tribunales revolucionarios a los criminales del batistato en medio de una feroz manipulación de los medios dominantes— presumía que nos estábamos abriendo a la era de la manipulación de las emociones humanas al servicio, más que de la mentira, de los mentirosos de siempre, con la ventaja de contar con más artilugios tecnológicos para empaquetarla, expandirla, e incluso imponerla. Lo anterior, si bien no siempre universalmente, al menos en........

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