El pasado jueves dio comienzo de forma oficial una etapa incierta y desconocida en nuestras hasta ahora cómodas vidas. El otro día decía Miguel Ángel Quintana Paz que «estamos aprendiendo a luchar». Sí, somos nuevos en esto. Los de mi generación jamás creímos que nos veríamos en estas, así que habrá que aprender, a riesgo y con la certeza de que cometeremos torpezas. En estos momentos no queda otra. Yo puedo de forma libre renunciar a mi libertad y mi nación, pero no puedo resignarme a dejar a mi hija y mis nietos sin nación ni libertad. A desarraigarlos. ¿Tenemos derecho a dejar a nuestros hijos sin la herencia que nos dejaron nuestros padres, abuelos, bisabuelos…?

Hemos olvidado que los periodos de tranquilidad y bonanza son la excepción en la historia del hombre. La libertad y la prosperidad nunca han sido gratis. Nosotros hemos tenido la suerte de vivir una auténtica anomalía de paz y libertad; quizá por eso lo hemos dado todo por hecho y no hemos velado con la diligencia debida para que nada se desviara de su cauce: el normal cumplimiento de la ley y la unidad de la nación. Hemos tenido mucho pan y circo y también mucha LOGSE.

Sería injusto decir que todos estábamos a por uvas, la verdad. Desde hace varios años, ya muchos empezaron a darse cuenta de que se estaban cometiendo errores gravísimos que tendrían consecuencias terribles y que estábamos a tiempo de corregirlos, pero era impopular decirlo. Recuerdo de forma especial la etapa de Rajoy. Cuando todo lo que importaba era la economía. La pasta. Es la economía, idiota. Sólo la economía. En los últimos tiempos insisto mucho en las risas del «España se rompe» del que se mofaba el infame Rufián esta semana en el Congreso. Tenía razón el mequetrefe, España no se rompe, se descompone.

Este proceso de descomposición no empezó el jueves pasado, ni la legislatura anterior, ni siquiera comenzó con Zapatero, aunque fue quien se dedicó en cuerpo y alma a perpetrar tan deleznable obra. Cada concesión hecha a los partidos nacionalistas, al PNV y CiU que algunos tienen ahora por nacionalistas moderados —como si tal cosa hubiera existido nunca—, se ha utilizado por estos partidos en contra de la nación española. Ha sido una labor de zapa, lenta y pensada. Mientras los grandes partidos miraban a cuatro años vista, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, Pujol y el Arzallus de turno robaban a España algo más grave que el dinero: la esencia y la presencia.

Si ustedes van ahora, o hace diez o quince años, a las Vascongadas o a Cataluña no verán ningún símbolo del Estado en ningún sitio. No existe. Lo fueron vaciando poco a poco, de forma muy concienzuda. Han acostumbrado a sus ciudadanos a que eso es otro país, que ellos son diferentes. Eso de España y Cataluña, o España y Euskadi —nunca está de más recordar que la palabra Euskadi como su bandera se la inventó Sabina Arana en sus delirios vizcaitarras donde, por cierto, no cabían ni guipuzcoanos ni alaveses— lo han normalizado. Dando por hecho que son realidades distintas.

Y como en esta vida impera la ley no escrita de que si se alimenta el mal, el mal se hace fuerte, el PNV y CiU, que ya eran muy malos, han sido sustituidos por Bildu, ERC —los de Companys— y Junts per no sé qué, que por alguna razón que sólo se explicaría por extrañas parafilias, son los que Sánchez elige para gobernar.

Pues en estas nos encontramos. Revertir todo esto será muy difícil, pero no hay alternativa. Será una carrera de fondo para la que tenemos que prepararnos. Sobre lo que el rey debe hacer, debemos ser prudentes. Es imprescindible que la corona se salve para la convivencia pacífica de todos los españoles.

Somos bastantes más de los que creemos. Recuerden la cantidad de asociaciones que se han plantado y han dicho no a la arbitrariedad. Les sugiero que no se dejen abatir por las malas noticias y que se alimenten a diario de cosa bellas y alegres, porque esto va a ser largo y necesitamos un espíritu limpio y un carácter firme y combativo.

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QOSHE - Aprender a luchar - Carmen Álvarez Vela
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Aprender a luchar

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20.11.2023

El pasado jueves dio comienzo de forma oficial una etapa incierta y desconocida en nuestras hasta ahora cómodas vidas. El otro día decía Miguel Ángel Quintana Paz que «estamos aprendiendo a luchar». Sí, somos nuevos en esto. Los de mi generación jamás creímos que nos veríamos en estas, así que habrá que aprender, a riesgo y con la certeza de que cometeremos torpezas. En estos momentos no queda otra. Yo puedo de forma libre renunciar a mi libertad y mi nación, pero no puedo resignarme a dejar a mi hija y mis nietos sin nación ni libertad. A desarraigarlos. ¿Tenemos derecho a dejar a nuestros hijos sin la herencia que nos dejaron nuestros padres, abuelos, bisabuelos…?

Hemos olvidado que los periodos de tranquilidad y bonanza son la excepción en la historia del hombre. La libertad y la prosperidad nunca han sido gratis. Nosotros hemos tenido la suerte de vivir una auténtica anomalía de paz y libertad; quizá por eso lo hemos dado todo por hecho y no hemos velado con la diligencia debida para que nada se desviara de su cauce:........

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