Dos días antes de Nochebuena se armó el belén en el ayuntamiento de Madrid. Estaban casi todos: la publicana, Adriana Moscoso, que vive en una de esas casitas de tipo marbellí que se ponen encima de la corcha que domina el Nacimiento; el centurión romano, Ortega-Smith; la lavandera-plañidera, Rita Maestre, llevando el agua a su molino; el pastor perdido, Borja Fanjul; y Almeida —ay del chiquirritín, chiquirriquitín—. Cada uno a su manera han jugado un papel similar pretendiendo hacer de Ortega-Aníbal-Smith el caganer de la función navideña municipal.

El episodio es de sobra conocido y contarlo a estas alturas tiene poca utilidad. Con cuántos julios de energía y cuál fue la trayectoria de la lata de Coca-Cola, la botella de agua o ambas, y si aquello tenía capacidad de abate político ha sido ampliamente analizado y lo que ocurrió efectivamente parece irrelevante para partidos y agitadores tuiteros con escaso interés por la realidad cuando ésta no se ajusta a sus filias.

La izquierda ha exprimido todo el jugo al suceso pero ya contamos con que la victimización es su core business, como dicen los cursis. Los aspavientos de ofendidos y mariliendres, el sermón woke, el esperpento identitario hace tiempo que aburre, siquiera como maniobra de distracción. Escandalizarse por la enésima chorrada de la «extrema izquierda» es muy dosmildiezmilero.

Más interesante está resultando estos días el PP a calzón quitado, saliendo del armario. Es puro divertimento contemplar el encaje de bolillos que hacen sus medios y palmeros para justificar o relativizar unas presidencias de las comisiones del Congreso aquí, una ley de Igualdad delirante allá, o la exigencia de que Ortega Smith entregue su acta de concejal por el altercado con Rubiño, mientras el otrora partido conservador completa su regreso a Ítaca.

Esto lo explica, para los pocos que aún tienen interés por la realidad, Adriano Erriguel en su último libro, Blasfemar en el templo (Ediciones Monóculo, 2023).

En el capítulo dedicado a una izquierda y una derecha mutantes, el escritor argumenta la vuelta a casa, al origen, de ambas. Si bien lleva tiempo contándose que las categorías izquierda y derecha son especies que actualmente se arremolinan alrededor de dos grandes bloques históricos (el de las élites y el de sus subalternos) hay a quien todavía le cuesta ver que ambas, en su modalidad sistémica, se encuentran en el centro, esto es, en el liberalismo. El reparto de papeles en el teatrillo desde hace dos siglos es ampliamente conocido: la izquierda fija, no sólo la normalidad, sino también el «bien moral», y la derecha lo mastica hasta convertirlo en una papilla fácil de digerir para sus representados.

Erriguel es excepcionalmente gráfico cuando escribe: «Tras un largo matrimonio de conveniencia con los conservadores, los liberales han vuelto al regazo de la izquierda, donde tienen sus orígenes históricos. Pero, como suele suceder, los cornudos son los últimos en enterarse».

Conviene tener estos paradigmas interiorizados, aunque sea con décadas de retraso, cada vez que asomen tentaciones de pedir las sales porque el PP esté pepeando. En el asunto con el que daban comienzo estas líneas, el alcalde de Madrid calificaba lo sucedido con el concejal de VOX de agresión inaceptable, ¡lamentaba la escalada de agresiones en el pleno! A juzgar por la melindrosa contundencia y la connivencia con la que su partido considera al PSOE, el problema de fondo, lo del ayuntamiento de Pamplona, está a dos minutos de que le parezca una escalada de democracia.

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Chiquirritín

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26.12.2023

Dos días antes de Nochebuena se armó el belén en el ayuntamiento de Madrid. Estaban casi todos: la publicana, Adriana Moscoso, que vive en una de esas casitas de tipo marbellí que se ponen encima de la corcha que domina el Nacimiento; el centurión romano, Ortega-Smith; la lavandera-plañidera, Rita Maestre, llevando el agua a su molino; el pastor perdido, Borja Fanjul; y Almeida —ay del chiquirritín, chiquirriquitín—. Cada uno a su manera han jugado un papel similar pretendiendo hacer de Ortega-Aníbal-Smith el caganer de la función navideña municipal.

El episodio es de sobra conocido y contarlo a estas alturas tiene poca utilidad. Con cuántos julios de energía y cuál fue la trayectoria de la lata de Coca-Cola, la botella de agua o ambas, y si aquello tenía capacidad de abate político ha sido ampliamente analizado y lo que ocurrió efectivamente parece irrelevante para partidos y agitadores tuiteros con........

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