Javier Milei es, a esta hora, algo así como el loco Antonio Rüdiger golpeando las cabezas de los asistentes al Foro de Davos con toda la palma abierta. El discurso pronunciado por el presidente de Argentina es tristemente histórico; triste, porque jamás se habían escuchado cosas así en el WEF, e histórico, porque por fin se han escuchado.

Llegó, saludó, y estalló: «En las últimas décadas, motivados por algunos deseos bienpensantes de querer ayudar al prójimo y otros por el deseo de querer pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado el modelo de la libertad, por distintas versiones, de lo que llamamos colectivismo». Y a partir de ahí fue un festival de disparos a la línea de flotación de la locura progresista de las élites que nos ha traído hasta aquí, que nos empuja cada día un poco más hacia la ruina y la infelicidad.

A los entusiastas del globalismo se les ha caído la Agenda 2030 en una sola ponencia. «Los neomarxistas han sabido coptar el sentido común de Occidente —les dijo Milei— gracias a la apropiación de los medios de comunicación, de la cultura, de las universidades y también de los organismos internacionales». Y es así. Coptar, por si me leen en el Consejo de Ministros, es un americanismo que significa obligar a alguien a que piense de una manera determinada y, en este caso, determinadísima.

Es mucho más importante de lo que parece hablar con esta claridad en el foro del que nacen gran parte de las ideas que nos afligen, desde el wokismo enloquecido hasta el ambientalismo suicida. Milei ha roto las costuras del Foro de Davos. Da igual lo que digan los demás. El único discurso importante, y el único que ya está dando la vuelta al mundo, es el suyo. Y no está haciendo solo una defensa del liberalismo, sino que, para el observador capaz de bajar al detalle, está intentando aglutinar en su discurso a todas las vertientes de la derecha contemporánea. Esto sí es aunar al centro-derecha, y no lo que hacen otros que conocemos bien, cuando se entregan a la izquierda bajo el pretexto de estar viajando al centro. Guerra, cabroncete e inteligente, les hizo un traje hace ya tiempo: «Llevan quince años viajando al centro, ¿pero de dónde vendrían estos tíos?». La cita es graciosísima, pero nada más. Porque no, los impulsores de tal estrategia no venían de ningún sitio, y probablemente tampoco se dirigen hacia ninguno. Son solo una encuesta, una estadística, pero una estadística muerta de miedo.

Por el contrario, Milei ha exhibido su habitual valentía. Viene de demostrar en un lugar tan complejo como Argentina que hablando claro la derecha puede ganar elecciones. De algún modo ha seguido la senda que abrió Trump cuando se negó a vivir arrodillado ante la izquierda, y reivindicó la superioridad moral del conservadurismo, probablemente el mayor acierto de su presidencia.

«El problema esencial de occidente hoy —añadió Milei— es que no sólo debemos enfrentarnos a quienes, aun luego de la caída del muro y la evidencia empírica abrumadora, siguen bregando por el socialismo empobrecedor; sino también a nuestros propios líderes, pensadores y académicos que, amparados en un marco teórico equivocado, socavan los fundamentos del sistema que nos ha dado la mayor expansión de riqueza y prosperidad de nuestra historia». El socialismo, en efecto, empobrece. Pero no deja de asombrarme cómo, incluso más que los bolsillos, empobrece el alma.

En la recta final de su discurso, Milei denunció que Occidente se ha volcado hacia la izquierda. Pero él sabe bien que su audiencia arruga la nariz ante este tipo de declaraciones grandilocuentes, porque practican el credo de la mesura al hablar y el extremismo al actuar, y sobre todo al legislar. Así que decidió explicárselo a tan selecta audiencia de una manera que lo pudiera entender incluso un ministro español: «Hoy los estados no necesitan controlar directamente los medios de producción para controlar cada aspecto de la vida de los individuos». Es decir, no necesitan proclamarse oficialmente socialistas para comportarse como tal.

Milei en Davos es como ese amigo que, tras los primeros cócteles, se viene arriba y te revienta tu propia boda, como el niño que levanta la mano para hacer una pregunta en clase y deja al profesor sin respuesta, como la policía que irrumpe en una rave y exclama: «¡Se acabó la joda!». Tras el paseo triunfal en su particular Bombonera suiza, los globalistas de tono monótono y jet privado volverán a decir en Davos que el tiempo se acaba, que el mundo está en llamas, pero esta vez el mundo que está en llamas y el tiempo que se acaba es el suyo.

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QOSHE - La Bombonera suiza - Itxu Díaz
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La Bombonera suiza

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18.01.2024

Javier Milei es, a esta hora, algo así como el loco Antonio Rüdiger golpeando las cabezas de los asistentes al Foro de Davos con toda la palma abierta. El discurso pronunciado por el presidente de Argentina es tristemente histórico; triste, porque jamás se habían escuchado cosas así en el WEF, e histórico, porque por fin se han escuchado.

Llegó, saludó, y estalló: «En las últimas décadas, motivados por algunos deseos bienpensantes de querer ayudar al prójimo y otros por el deseo de querer pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado el modelo de la libertad, por distintas versiones, de lo que llamamos colectivismo». Y a partir de ahí fue un festival de disparos a la línea de flotación de la locura progresista de las élites que nos ha traído hasta aquí, que nos empuja cada día un poco más hacia la ruina y la infelicidad.

A los entusiastas del globalismo se les ha caído la Agenda 2030 en una sola ponencia. «Los neomarxistas han sabido coptar el sentido común de Occidente —les dijo Milei— gracias a la apropiación de los medios de comunicación, de la cultura, de las universidades y también de los organismos........

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