Suben las temperaturas y rebosan las jarras de cerveza. España es una inmensa terraza al sol.

Salpicados turistas dejan las primeras huellas en los arenales, y del búnker secreto de cada invierno pueblan las calles miles de chicas con salero, de las que dan a la vida un suspiro de irrealidad, un tiento de fantasía. Se escucha ya por todo el barrio la música veraniega de los coches, las paredes están llenas de carteles de conciertos, y los amigos se saludan en los bares como si acabaran de salir de pasar unos meses en el cajón de la marmota Phil.

Baja la demanda de cafés pero sube la de rebujito y la de tinto de verano, cualquier excusa es buena para tomarse un gintonic, y jovencísimas parejas de estudiantes caminan de la mano, se abrazan a escondidas en algún parque, y se prometen amor para toda la vida con tierno optimismo.

Asoman las primeras flores de intensos colores, los días se estiran como la nostalgia de un verano, y mamás primerizas sacan al bebé a dar sus primeros paseos bajo el sol. En las urbanizaciones, en los chalets, y en los hoteles, se apuran ya los cuidados y limpiezas de las piscinas, y vuelven a ser protagonistas las toallas de playa en los centros comerciales.

La cerveza de después del trabajo ahora son diez, la risa asoma en cualquier conversación, a los enamorados se les ilumina el rostro, y los conductores atascados se enervan con increíble rapidez; el calor es incompatible con la paciencia. Ya hay pueblos en fiestas en los alrededores, y siempre aparece alguien planeando una visita a la Feria de Sevilla.

Nadie tiene ya prisa por marcharse, aunque a veces cueste pagar la cuenta, y las conversaciones políticas se convierten más bien en sátiras de un mundo ajeno, mucho menos seductor que el otro, el nuestro, el de sol y mar. Se embellecen las costas con sus mil gotas de azul, pica el sol hasta media tarde, y el monte, verde y húmedo ayer, empieza lentamente a vaporear aromas primaverales.

Los cielos del ocaso se ven ya como arañados por las uñas de Dios, el rosa crepuscular es un eclipse diario en España, y a la caída de las primeras estrellas nadie se mueve de su terraza. Las señoras se quedan horas hablando a la puerta de la iglesia, nada más salir de misa, los chavales buscan bares donde poder ver la Champions, y abril gira la rueda y doblar el ritmo, queriendo romper ya en un mayo inspirador y lleno de bellezas.

La España que bulle en bares y terrazas es la misma España que trabaja mañana pero a eso a quién le importa. Dormir está sobrevalorado en este país, y no es solo un icono turístico, sino una bendición cultural, nuestra reverencia al vino, a los amigos, a los brindis, a los amores, al baile, y a la risa. La España que trasnocha es la mía, la que se presenta haciendo malabarismos con una copa para estrechar la mano sin derramarla, y la que cierra los negocios de madrugada, brindando porque el proyecto llega al fin a buen puerto.

La España que trasnocha, madruga, sí, pero es identidad nacional la resistencia. Ahora los miércoles empiezan a estar casi tan afilados como los jueves, pero en realidad, si la lluvia no lo impide, cualquier día se convierte en fin de semana. La España del humor destroza en ironías a los cantamañanas de la política, a los de la farándula, y a los golfos del barrio, y lo celebra con la estruendosa sinfonía de la risa alta, la risa despreocupada, la risa que se puede escuchar a muchos kilómetros, la risa nacional.

Más allá de consideraciones políticas, cuesta creer que todavía haya idiotas queriendo independizarse de un país tan maravilloso. Tal vez sean abstemios. O mudos. O aburridos. O simplemente, eso, idiotas.

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QOSHE - La España que trasnocha - Itxu Díaz
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La España que trasnocha

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11.04.2024

Suben las temperaturas y rebosan las jarras de cerveza. España es una inmensa terraza al sol.

Salpicados turistas dejan las primeras huellas en los arenales, y del búnker secreto de cada invierno pueblan las calles miles de chicas con salero, de las que dan a la vida un suspiro de irrealidad, un tiento de fantasía. Se escucha ya por todo el barrio la música veraniega de los coches, las paredes están llenas de carteles de conciertos, y los amigos se saludan en los bares como si acabaran de salir de pasar unos meses en el cajón de la marmota Phil.

Baja la demanda de cafés pero sube la de rebujito y la de tinto de verano, cualquier excusa es buena para tomarse un gintonic, y jovencísimas parejas de estudiantes caminan de la mano, se abrazan a escondidas en algún parque, y se prometen amor para toda la vida con tierno optimismo.

Asoman las primeras flores de intensos colores, los días se estiran como la nostalgia de un verano,........

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