La locura perpetuada, la maldad programada, la negligencia continuada, son los ejes de una estrategia de guerra psicológica contra los españoles que el Gobierno ha intensificado en los últimos tiempos, con el objetivo de generar desafección política entre los descontentos, que son —conviene recordarlo— una gran mayoría de españoles. La Ley de Amnistía es la piedra gorda de un saco que ya está repleta de cantos de todos los tamaños.

El desafecto vuelve la mirada sobre otro asunto, y deja de seguir de cerca los pasos a la actualidad del BOE y a las acciones y declaraciones de los ministros. Es una forma como otra cualquiera de asumir la derrota. Y una forma como otra cualquiera de que el Gobierno obtenga su particular victoria.

Ya sabíamos que, para sacar adelante esta legislatura, si quiera un tiempo, necesitaban cometer numerosas indignidades, muchas de ellas de extrema gravedad, y la mejor manera de ocultarlas, desde el punto de vista de la comunicación política del desastre, ha resultado ahogarlas en una piara de tonterías, maldades, y provocaciones oficiales.

Sólo alguien con el perfil psicológico de Sánchez podría aprobar una estrategia así. No ya por ser profundamente inmoral —la única moral que conoce el presidente es la del Alcoyano—, sino por peligrosa. Los desafectos lo son también, tarde o temprano, del sistema.

La lluvia ácida nos baña cada día, como si formáramos parte de un experimento de un Doctor Bacterio enloquecido. Es un no parar. Apenas nos da tiempo a indignarnos por ese terrorismo que respeta los derechos humanos según Bolaños, porque la cascada de bochornos, provocaciones, mentiras, estupideces, locuras, maldades, y groserías es incesante. Y así es un día y otro bajo el régimen sanchista, que asfixia a la opinión pública a base de darle a tragar todo lo malo a la vez, y sin descanso, y sin volver jamás sobre sus pasos si resulta evidente que ha traspasado los límites.

Todo aquello que divide a los españoles, todo lo que es manifiestamente injusto, todo lo que es peligroso para la convivencia, todo lo que pervierte la Constitución y las instituciones, todo lo que dinamita el orden moral y las creencias, todo lo que desentierra viejos odios, todo lo que empobrece al país, todo lo que genera odio contra la derecha, y todo, en fin, lo malo, cae sobre la actualidad del día como una gotera constante de corrupción moral.

No hay un oasis, un poco de calma. Hasta el demonio se aburre a veces, dicen, y mata moscas con el rabo. Sánchez, con el rabo, que sepamos, tan sólo aporrea la legalidad. No hay un ministro que un día, no sé, se golpee sin querer la cabeza con la mesilla de noche, y al amanecer diga algo verdadero, o aceptable, o inteligente. No. Todo, desde Cultura hasta Exteriores, desde Interior hasta Trabajo, todo ha de ser desastroso, estúpido, escandaloso, desleal, o solemnemente enloquecido.

Es difícil juntar en un mismo Gobierno a una cantidad tan inmensa de seres malvados, de necios, y de adoradores de Lenin, y es más difícil aún que ejerzan como tal a todas horas, turnándose levemente para ver a quién le toca hoy comportarse con mayor mezquindad y hacer más daño a España, a todos los españoles. Se trata de algo tan extraordinario que sólo es posible si se concibe como una estrategia psicológica de pretensión totalitaria: que la gente de bien pierda interés en la acción del Gobierno, y pierda confianza en su capacidad para frenar las iniciativas más perniciosas, y se entregue al fin a una apatía política, a un desistimiento de sus derechos de ciudadano.

Y así, mires a donde mires, el plan se desempeña con una densidad extenuante. Nadie puede vivir tranquilo en la España de Sánchez. Ni siquiera los suyos. Ni siquiera Sánchez.

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La guerra psicológica

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25.01.2024

La locura perpetuada, la maldad programada, la negligencia continuada, son los ejes de una estrategia de guerra psicológica contra los españoles que el Gobierno ha intensificado en los últimos tiempos, con el objetivo de generar desafección política entre los descontentos, que son —conviene recordarlo— una gran mayoría de españoles. La Ley de Amnistía es la piedra gorda de un saco que ya está repleta de cantos de todos los tamaños.

El desafecto vuelve la mirada sobre otro asunto, y deja de seguir de cerca los pasos a la actualidad del BOE y a las acciones y declaraciones de los ministros. Es una forma como otra cualquiera de asumir la derrota. Y una forma como otra cualquiera de que el Gobierno obtenga su particular victoria.

Ya sabíamos que, para sacar adelante esta legislatura, si quiera un tiempo, necesitaban cometer numerosas indignidades, muchas de ellas de extrema gravedad, y la mejor manera de ocultarlas, desde el punto de vista de la........

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