Educado en el Liceo Francés, hijo de militantes de un PSUC cuya S tanto confundió a quienes siempre estuvieron dispuestos a aceptar esa confusión de confusiones tan asentada en la Cataluña tardofranquista, Ernest Urtasun ha desarrollado su vida al calor de la atmósfera política española. En particular, dentro de ese nicho que oscila entre la preocupación planetaria y el ensimismamiento en un terruño con aires cosmopolitas. Entre medias, una España tan negada como denostada, contradicción favorita del hispanófobo promedio español.

Con esos precedentes, no es extraño que Urtasun, estudiosamente desaliñado ministro de Cultura de España, se descolgara con unas declaraciones netamente negrolegendarias que retratan al personaje. A su decir, España debe mirarse en el espejo belga, ese en el cual se sigue contemplando el Dorian Gray lazi que decide el futuro de la España que le ha otorgado el maletín ministerial, para ir corrigiendo la «cultura colonial heredada». Se avecinan, por lo tanto, cambios que el miembro de Sumar todavía no ha desvelado, pero que se pueden adivinar. Modificaciones que bien pudieran ir encaminados a la devolución —¿a quién?— del oro de América. Cambios que podrían ir orientados a poner en valor, galicismo que acaso agrade los oídos del antitaurino barcelonés, el papel jugado por algunas mujeres antes, durante y después, ¿de qué colonia?

No cabe duda de que Urtasun tiene un nutrido público que aplaudirá cualquier decisión que erosione unos museos que hace tiempo dejaron de ser la transformación de viejos gabinetes para convertirse en industrias propagandísticas. Un público encantado de desmantelar todo aquello que huela a nacional para dejarlo en manos de nacionalizadores regionales. Una clientela que trata de confinar el idioma español en el corsé regional castellano y que se finge ajena al pasado imperial, sí imperial, de nuestra nación. Una Historia a la que no fue ajena ninguna región española, empezando por Cataluña, en cuya capital recibió Colón su primer revés: la derogación de su proyecto esclavista, y europeísta, indiano. España, a diferencia de la depredadora Bélgica, se hizo bajo el influjo de Las Indias en las que hubo esclavitud negra, negocio de que se lucraron poderosas familias catalanas cuya fortuna se cimentó en un tráfico que hoy se mantiene, transformado, en el Mediterráneo, pero en las que se prohibió tempranamente la esclavitud de los naturales. España, sépalo o no Urtasun, consideró a los indígenas del Nuevo Mundo, a menudo enfrentados a muerte entre sí, súbditos de la Corona, y mantuvo —cosas del Antiguo Régimen— el estatus señorial de muchos de ellos. Por todo ello, como en su día afirmó el argentino Levene, Las Indias no fueron colonias, sino algo muy diferente, algo muy poco belga.

Lo belga, por decirlo de otro modo, entronca perfectamente con algunos de los componentes nucleares de los nacionalismos fraccionarios que brotaron en regiones españolas como la catalana, donde hizo fortuna la frenología, hoy ocultada bajo varias capas de barniz cultural. Fue en Cataluña y no en Cuenca donde se exhibió no una oscura leyenda como la que cultiva Alberto San Juan, autor de estas palabras: «Desde 1492, ser español supone pensar menos», sino un auténtico negro disecado. Lo belga, recordemos al célebre Erik, es el expolio.

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QOSHE - Ernest el belga - Iván Vélez
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Ernest el belga

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08.01.2024

Educado en el Liceo Francés, hijo de militantes de un PSUC cuya S tanto confundió a quienes siempre estuvieron dispuestos a aceptar esa confusión de confusiones tan asentada en la Cataluña tardofranquista, Ernest Urtasun ha desarrollado su vida al calor de la atmósfera política española. En particular, dentro de ese nicho que oscila entre la preocupación planetaria y el ensimismamiento en un terruño con aires cosmopolitas. Entre medias, una España tan negada como denostada, contradicción favorita del hispanófobo promedio español.

Con esos precedentes, no es extraño que Urtasun, estudiosamente desaliñado ministro de Cultura de España, se descolgara con unas declaraciones netamente negrolegendarias que retratan al personaje. A su decir, España debe mirarse en el espejo belga, ese en el cual se sigue contemplando el Dorian Gray lazi que decide el futuro de........

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