Hay pocos países más obsesivamente europeístas que España. Entre nosotros, «ser europeo» es algo que se ha considerado siempre intrínsecamente positivo, sin necesidad de explicar qué se entiende por tal «europeidad». Basta pensar en aquello de Ortega —hace más de un siglo ya— de que «España es el problema y Europa la solución». Buena parte de nuestro discurso público ha girado siempre en torno a «llegar a ser europeos», como si en algún momento no lo hubiéramos sido. Esa percepción acríticamente positiva de lo «europeo» forma parte, en realidad, de la característica endofobia de la España moderna; es una suerte de versión de la leyenda negra para consumo interno. Todavía hoy, en la jerga política, basta decir que algo «viene de Europa» para que todo el mundo lo acepte sin rechistar. Es un papanatismo que el político, por supuesto, utiliza en su provecho. Así ha venido siendo desde hace decenios. Hoy, sin embargo, algunas cosas están cambiando, y la más importante es esta: cada vez más gente percibe la Unión Europea como una fuente de problemas. Y no es algo que pase sólo en España, sino que ocurre también, y aún con más vehemencia, en otras naciones europeas. Basta pensar en esos campesinos españoles, franceses, holandeses o alemanes que claman contra la agenda verde de Bruselas.

La Unión Europea se ha convertido en un problema por tres razones fundamentales. Primera: hace años que sus políticas no representan realmente los intereses de los ciudadanos europeos (españoles, franceses, polacos, italianos, etc.), sino que parecen guiadas por los objetivos de grupos de poder ajenos al interés real del ciudadano. Por poner ejemplos que están en la mente de todos, es muy difícil entender que una política agraria consista en jibarizar el sector agrario hasta hacerlo desaparecer, o que una política energética pase por hacer la energía más cara y escasa. La segunda razón es la palpable desafección de los propios europeos hacia unas instituciones comunitarias presididas por la mayor opacidad: nadie entiende qué se hace allí ni por qué, ni sabemos para qué sirve el Parlamento ni por qué la Comisión decide lo que decide. La tercera y más reciente es el pleno solapamiento de las estructuras comunitarias con la OTAN: henos aquí convertidos, de repente, en una alianza militar contra un enemigo que hasta hace poco no lo era, abocados a una «economía de guerra» y bajo mandato directo de los Estados Unidos, lo cual, evidentemente, no estaba en los tratados fundacionales. Estas tres razones se sustancian en una afirmación que nadie honestamente podrá negar: hoy los europeos vivimos objetivamente peor que hace diez años. Todos identificamos con claridad problemas lacerantes que flagelan al europeo de a pie y que son tan materiales como la inseguridad general, la inmigración descontrolada, el creciente coste de la vida o el vaciamiento cultural de nuestras sociedades. Y detrás de todas esas cosas encontramos políticas concretas que vienen con la rúbrica de la Unión.

Algo ha pasado en los últimos años. Algo que hemos visto, pero que no nos han contado y que, desde luego, se ha hecho sin nuestro voto. La figura mítica del rapto de Europa ya no es un toro (Zeus) llevándose a una señora (Europa), sino una señora (Úrsula) llevándose a un continente entero a nadie sabe dónde. Nada de lo que hace hoy la Unión Europea parece dirigido a mejorar la vida de los ciudadanos europeos ni en lo económico, ni en lo social ni en lo político. Es ya un tópico —porque es verdad— decir que el signo mayor de la política de nuestro tiempo es el divorcio radical entre las élites y los pueblos. Pues bien: si en algún lugar se ha hecho claramente patente ese divorcio, ese lugar es Europa. Por eso Europa es el problema.

¿Podemos darle la vuelta a la ocurrencia orteguiana? ¿Europa es el problema y España es la solución? Basta mirar alrededor para constatar que no. España (sola) no es la solución, como no lo son Francia o Italia, ni lo fue el Reino Unido para los ingleses, según ha demostrado el Brexit. Nuestras naciones son muy poca cosa y, a este paso, aún irán a menos. O sea que, sí, necesitamos alianzas fuertes sobre la base de intereses compartidos. La cuestión es si cabe pensar Europa de una manera que no sea nacional, es decir, española, alemana, italiana, etc. El propósito de construir una Europa ajena a las comunidades políticas que realmente la sustentan se está manifestando como un absoluto fracaso. Así que la pregunta lógica es si acaso no habría que volver a pensar Europa desde lo nacional, es decir, desde la soberanía real, material, identificable, de unas naciones concretas, con ciudadanos de carne y hueso, en marcos políticos donde el poder tenga rostro —y pueda por tanto ser revocado—, donde la grandes decisiones no escapen al escrutinio público, en vez de esta burocracia sin rostro que padecemos hoy. Las próximas elecciones europeas deberían servir para eso. Cada vez hay más europeos conscientes. Y eso sí sería un verdadero despertar de Europa.

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QOSHE - Europa es el problema, ¿España es la solución? - José Javier Esparza
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Europa es el problema, ¿España es la solución?

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26.03.2024

Hay pocos países más obsesivamente europeístas que España. Entre nosotros, «ser europeo» es algo que se ha considerado siempre intrínsecamente positivo, sin necesidad de explicar qué se entiende por tal «europeidad». Basta pensar en aquello de Ortega —hace más de un siglo ya— de que «España es el problema y Europa la solución». Buena parte de nuestro discurso público ha girado siempre en torno a «llegar a ser europeos», como si en algún momento no lo hubiéramos sido. Esa percepción acríticamente positiva de lo «europeo» forma parte, en realidad, de la característica endofobia de la España moderna; es una suerte de versión de la leyenda negra para consumo interno. Todavía hoy, en la jerga política, basta decir que algo «viene de Europa» para que todo el mundo lo acepte sin rechistar. Es un papanatismo que el político, por supuesto, utiliza en su provecho. Así ha venido siendo desde hace decenios. Hoy, sin embargo, algunas cosas están cambiando, y la más importante es esta: cada vez más gente percibe la Unión Europea como una fuente de problemas. Y no es algo que pase sólo en España, sino que ocurre también, y aún con más vehemencia, en otras naciones europeas. Basta pensar en esos campesinos españoles, franceses, holandeses o alemanes que claman contra........

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