No sé porqué os enfadáis con nosotros. Sí, vosotros: los políticos, los periodistas, los policías, los inspectores de Hacienda, los parásitos del Presupuesto, las plañideras de la tolerancia, los predicadores de la moral progresista, las gentes de orden (del nuevo orden). ¿Qué os hemos hecho ahora? Queríais que fuéramos pacíficos, y lo fuimos. Queríais que abandonáramos nuestros dioses, y los abandonamos. Queríais que nos convirtiéramos en buenos consumidores, y lo hicimos. Queríais que aceptáramos vuestra democracia, y la aceptamos. A cambio, nos ibais a dar paz, prosperidad, libertad, sanidad, educación, trabajo digno… Ese era el trato, ¿no? Sobre ese pacto pudimos construir los europeos la sociedad más domesticada de todos los tiempos, un auténtico fin de la Historia donde nuestros hijos vivirían aún mejor que nosotros en el más grato de los mundos posibles. Y así fue durante más de medio siglo. Pero mirad ahora alrededor. ¿Quién ha incumplido su parte del compromiso?

Un argelino ilegal se lía a puñaladas en Dublín y vuestra única preocupación es que la gente se amotina. El jefe de la policía se apresura a subrayar que no se trata de un atentado terrorista y se queda tan pancho. ¿Y qué carajo importa que sea un terrorista o simplemente un homicida? ¿O es que las puñaladas no son las mismas? La Unión Europea, convertida en fábrica de espejismos, transmite de inmediato su solidaridad… con el Gobierno irlandés, no con las víctimas —europeas— del argelino. (Por cierto: prohibido decir «argelino»). En Francia, una manada de inmigrantes de origen africano monta una expedición para «matar blancos» —son sus propias palabras— y en la cacería resulta muerto un chaval de dieciséis años llamado Thomas. Lágrimas de cocodrilo, sí, pero toda vuestra preocupación es que el pueblo (o sea, en vuestras palabras, la «extrema derecha») no vaya a buscar venganza. En Alicante, una horda de jovencitos magrebíes viola a una niña y vuestra respuesta es impartir a los violadores clases de educación sexual (en España, en efecto, a ridículos no nos gana nadie). Sólo faltaba la Conferencia Episcopal para proponer la regularización masiva de medio millón de inmigrantes ilegales. «Hay que acoger al que sufre», sollozan. Vale: que se lo digan a la niña de Alicante o a los padres de Thomas.

Y si arden las calles de Dublín o la gente se manifiesta en los pueblos de Francia, vosotros, la nueva clerecía del desorden establecido, tembláis de indignación por esas irracionales reacciones del populacho, invariablemente fascista, xenófobo, heteropatriarcal, racista, negacionista y violento, que con su intolerancia pone en peligro la democracia y el progreso y el orden liberal. ¡Ah, el pueblo! ¡Qué poco de fiar es el pueblo! Se lo oíamos hace pocos días a un conspicuo vocero del centro centrado español: frente a la traición de Sánchez y la amnistía a los golpistas, nada de movilizaciones callejeras, que nunca se sabe cómo van a acabar. Patética moderación de la gente de orden que, con su gusto por el rebaño, termina provocando siempre la aparición del lobo. Caiga sobre nosotros la peor de las ignominias, pero, sobre todo, que no se mueva «el pueblo», no vaya a ser que… ¿Qué? Hace unos años, la respuesta era clara: no vaya a ser que pongamos en peligro este precioso sistema que nos ha proporcionado libertad, paz, prosperidad, seguridad y todas esas cosas. Pero eso era antes. Ahora, cada vez sois menos —sí, vosotros, los guardianes del orden— los que podéis disfrutar de la prosperidad, la paz y demás. Para el resto —para el pueblo—, el horizonte inevitable es el de unos barrios cada vez más invivibles, un trabajo cada vez más precario, unos sueldos cada vez más escasos y una vida cada vez menos libre. ¿Y de verdad queréis hacernos creer que la culpa la tiene el pueblo?

La elite política europea, la misma que con su irresponsabilidad está convirtiendo nuestras naciones en un basurero, emerge ahora —pirómano devenido en bombero— para proponer deportaciones masivas, el retorno de la autoridad, seguridad en las fronteras… ¿Ahora, cuando ya habéis roto todo lo que se podía romper? ¿Y por qué tendríamos que creeros ahora? Ah, sí: porque vosotros, desde lo alto de vuestros egos henchidos de superioridad moral, sabéis. No como el pueblo, cegado por sus bajas pasiones, por su instinto primitivo. Porque la culpa de todo lo que pasa, de que estas sociedades que habéis construido sean insufribles…. la culpa de todo eso, en realidad, la tiene el pueblo.

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La culpa la tiene el pueblo

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28.11.2023

No sé porqué os enfadáis con nosotros. Sí, vosotros: los políticos, los periodistas, los policías, los inspectores de Hacienda, los parásitos del Presupuesto, las plañideras de la tolerancia, los predicadores de la moral progresista, las gentes de orden (del nuevo orden). ¿Qué os hemos hecho ahora? Queríais que fuéramos pacíficos, y lo fuimos. Queríais que abandonáramos nuestros dioses, y los abandonamos. Queríais que nos convirtiéramos en buenos consumidores, y lo hicimos. Queríais que aceptáramos vuestra democracia, y la aceptamos. A cambio, nos ibais a dar paz, prosperidad, libertad, sanidad, educación, trabajo digno… Ese era el trato, ¿no? Sobre ese pacto pudimos construir los europeos la sociedad más domesticada de todos los tiempos, un auténtico fin de la Historia donde nuestros hijos vivirían aún mejor que nosotros en el más grato de los mundos posibles. Y así fue durante más de medio siglo. Pero mirad ahora alrededor. ¿Quién ha incumplido su parte del compromiso?

Un argelino ilegal se lía a puñaladas en Dublín y vuestra única preocupación es que la gente se amotina. El jefe de la policía se apresura a subrayar que no se........

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