Un mes de puras turbulencias ha vivido la población argentina tras el recambio de autoridades nacionales. Luego de la alegría y el alivio que significó la derrota del kirchnerismo en el ballotage del pasado 19 de noviembre, empezó la reconstrucción de una sociedad maltratada y empobrecida.

Javier Milei había adelantado a lo largo de la campaña que la tarea sería larga y compleja, pero también prometió, y allí radica parte de su triunfo, en que el ajuste «esta vez lo pagará la política y no la gente». Esa afirmación se interpretó como el inmediato recorte de los extendidos privilegios de los que gozan los burócratas, desde sus millonarios sueldos a las ventajas adicionales por el solo hecho «pertenecer» a la obesa corporación política.

Mientras esos recortes no terminan de visualizarse, hubo que afrontar una inmediata devaluación del 50% de un día para el otro, el fogonazo inflacionario que provocó la medida sumada al arrastre de la emisión desbocada heredada del gobierno anterior, más la suba de tarifas, en particular la del combustible, tras la liberalización de los precios. La enorme maraña de planes sociales que aporta el Estado nacional para paliar la pobreza sigue funcionando y aquella pequeña porción de la población que se encuentra dolarizada, porque siempre ha tenido capacidad de ahorro, está pudiendo sobrellevar el impacto económico de estas primeras medidas. Pero el cambio de políticas trasladó el peso del ajuste. Los jubilados y la clase media pasaron a ser los sectores vulnerables de este modelo. En ambos casos son millones de personas que deben hacer frente a una notable suba del costo de vida sin ayuda estatal ni respaldo económico más que el de los ingresos que generan con sus empleos, que pierden poder adquisitivo por minuto.

Paradójicamente, los estudios señalan que entre esa población se encuentra gran parte del votante de la fórmula Milei-Villarruel y, aunque entienden que las medidas de ajuste eran inevitables, empiezan a preguntarse por la motosierra sobre el gasto que el ahora presidente prometió para financiar el déficit de las cuentas públicas. Estos segmentos de la población ya no tienen margen para el recorte: han cambiado a sus hijos de colegio, han abandonado la medicina privada y ya están restringiendo las compras de artículos esenciales. Una modificación de los hábitos alimentarios se manifiesta en la caída de ventas en supermercados y en la variación de los productos consumidos.

En cuanto a los jubilados, pasa algo similar, con el agravante de que se trata de un universo que suele ser dependiente de un rubro crítico: los medicamentos. Muchos de los insumos que utilizan los laboratorios argentinos son importados. Cuando el dólar pasó el primer día de la gestión de Milei de 350 dólares a 750 con una fluctuación ascendente diaria y la autorización de cobrar al público el precio que el proveedor considere, los remedios se volvieron un bien de lujo.

Es cierto que los mecanismos de restricción utilizados en el país durante décadas no fueron nunca solución de nada, pero la súbita libertad de ciertos mercados tras décadas de regulaciones provocó un sacudón cuyas consecuencias recaen sobre los segmentos más vulnerables de la sociedad quienes, ahogados por la situación económica, perciben que el sacrificio lo están haciendo ellos y que falta el prometido ajuste sobre los responsables de esta situación agobiante.

En paralelo, había gran expectativa en que la nueva administración avanzara en el castigo de aquellos gobernantes y funcionarios que se hubieran enriquecido a partir de sus cargos, mecanismo escandaloso de la gestión pasada. Sin embargo, el flamante ministro de Justicia acaba de afirmar que esa no es su función, que ha recibido instrucciones del presidente en el sentido de no interferir en temas judiciales y que su intención es pacificar. Sus críticos, en contrario, sostienen que tal pacificación será imposible mientras los responsables del saqueo no sean juzgados.

Las declaraciones del funcionario y el silencio del presidente en materia de corrupción son un indicador inquietante. La sociedad esperaba, y aún espera, que quienes hayan cometidos delitos en ejercicio de la función pública sean juzgados, aunque el ministro sostenga que su propósito es mirar «de acá para adelante». Mientras tanto, la gente contempla el mapa de la burocracia estatal, intacto.

Está claro que no hay ánimos de venganza en la población sino de reparación; el propio candidato Javier Milei repitió durante meses que la situación paupérrima de millones de ciudadanos tenía origen en la deficiente e indecente gestión kirchnerista. Que ahora el castigo de la corrupción de los principales funcionarios del régimen anterior no se encuentre entre las prioridades políticas, está generando un ruido inesperado entre quienes confiaron ciegamente en que con Milei venía un verdadero cambio de época.

La suba de impuestos y el mantenimiento de otros como los que pesan sobre el campo, el sector más productivo del país, también han desorientado a sus seguidores luego de la promesa de campaña de hacer todo lo contrario y embarcarse en un plan de alivio de la agobiante presión tributaria que padece la Argentina.

Aún faltan conformarse equipos de trabajo; hay áreas que se encuentran acéfalas por falta de nombramiento de nuevos responsables y otras que siguen en manos de funcionarios kirchneristas a quienes se les ha renovado la confianza. Mientras tanto, su hermana Karina, hoy Secretaria General de la Presidencia, es la persona de máxima confianza de Javier Milei y a quien hay que mirar para saber para dónde soplan los vientos. El funcionario que no consigue empatía con ella es un funcionario con los días contados. Esta suerte de fragilidad política no colabora con el clima de estabilidad y cohesión que necesita un gobierno tan nuevo y tan disruptivo. Sin un decidido respaldo político que defienda a los propios, es difícil que los flamantes funcionarios se atrevan a tomar decisiones pues saben que les puede costar el puesto.

Por estas horas se debaten en el Congreso un decreto llamado de necesidad y urgencia que contiene 366 reformas y una ley ómnibus. El oficialismo tiene una importante debilidad legislativa, por lo que la necesidad de acuerdos con opositores es imperiosa, un mecanismo al que el presidente no es particularmente proclive. La pulseada está planteada: mientras muchos legisladores coinciden en que la cantidad y calidad de las facultades que el poder Ejecutivo pretende que el Congreso le delegue es inadmisible, el ministro de Economía ha dicho que si esos instrumentos legales no son aprobados «las medidas serán más duras». Por su parte y en el mismo sentido, el vocero presidencial ha dejado trascender que un fracaso de la gestión legislativa tendría consecuencias impredecibles. Hay quienes defienden el estilo implacable del presidente y otros, como el ministro del Interior, intentan construir puentes de entendimiento sin que ello signifique entregar banderas ni negociar principios. Sin embargo, esta postura componedor no es compartida por el círculo íntimo. Mientras tanto, la negociación está recién empezando.

Esas declaraciones intimidatorias no alimentan un clima de calma y sosiego tan necesario para una población que ha padecido décadas de malas administraciones y que depositó la esperanza en la promesa del cambio. Por ahora, la grieta sigue vigente y alentada desde la cúspide del poder, que divide a la ciudadanía en forma binaria: sus seguidores, descriptos como «los argentinos de bien» que mantienen la expectativa en la nueva gestión a ojos cerrados y el resto quienes, agobiados por la situación y la demora oficial en dar a conocer el plan económico, empiezan a temer por el futuro inmediato.

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El primer mes de Javier Milei

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13.01.2024

Un mes de puras turbulencias ha vivido la población argentina tras el recambio de autoridades nacionales. Luego de la alegría y el alivio que significó la derrota del kirchnerismo en el ballotage del pasado 19 de noviembre, empezó la reconstrucción de una sociedad maltratada y empobrecida.

Javier Milei había adelantado a lo largo de la campaña que la tarea sería larga y compleja, pero también prometió, y allí radica parte de su triunfo, en que el ajuste «esta vez lo pagará la política y no la gente». Esa afirmación se interpretó como el inmediato recorte de los extendidos privilegios de los que gozan los burócratas, desde sus millonarios sueldos a las ventajas adicionales por el solo hecho «pertenecer» a la obesa corporación política.

Mientras esos recortes no terminan de visualizarse, hubo que afrontar una inmediata devaluación del 50% de un día para el otro, el fogonazo inflacionario que provocó la medida sumada al arrastre de la emisión desbocada heredada del gobierno anterior, más la suba de tarifas, en particular la del combustible, tras la liberalización de los precios. La enorme maraña de planes sociales que aporta el Estado nacional para paliar la pobreza sigue funcionando y aquella pequeña porción de la población que se encuentra dolarizada, porque siempre ha tenido capacidad de ahorro, está pudiendo sobrellevar el impacto económico de estas primeras medidas. Pero el cambio de políticas trasladó el peso del ajuste. Los jubilados y la clase media pasaron a ser los sectores vulnerables de este modelo. En ambos casos son millones de personas que deben hacer frente a una notable suba del costo de vida sin ayuda estatal ni respaldo económico más que el de los ingresos que generan con sus empleos, que pierden poder adquisitivo por minuto.

Paradójicamente, los estudios señalan que entre esa población se encuentra gran parte del votante de la fórmula Milei-Villarruel y, aunque entienden que las medidas de ajuste eran........

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