En las puertas de la elección presidencial en la Argentina hemos sido espectadores de todo tipo de inconductas: insultos, descalificaciones personales, mentiras, manipulación de encuestas, campañas sucias, inteligencia artificial al servicio de las fake news y redes sociales plagadas de cuentas anónimas dedicadas a hostigar al adversario.

La sociedad argentina está rota moralmente, aniquilada económicamente, devastada educativamente y vaciada institucionalmente. No tiene parámetros, valores, objetivos ni metas. Le cuesta reconoce la diferencia entre el bien y el mal, y la corporación política lo sabe porque, en buena medida, es autora de tamaño vaciamiento.

Anoréxico de esperanzas, el nutrido caudal del desencanto argentino desemboca en la desmovilización cívica. El número de votantes que participa en las elecciones se reduce elección tras elección. Como la vida no es una foto, la rutina instalada hace décadas de votar al menos malo ya no alcanza y ha dado paso a la dificultad en distinguir con claridad cuál sería. Así llega la Argentina a las urnas, con dos propuestas antagónicas encarnadas en la persona de referentes con alto grado de rechazo. Ambas propuestas provocan incertidumbre y el voto en blanco o la abstención se erigen como la opción de muchos votantes. Porque mientras el oficialismo con Sergio Massa a la cabeza ofrece la continuidad del estado paternalista con fuerte intervención en la vida del ciudadano y corrupción más impunidad como sello distintivo de sus anteriores administraciones, el libertario Javier Milei y sus principales voceros, en una suerte de honestidad brutal, se encargaron de poner en vilo a grandes sectores de la población que lo único que conocen como modo de subsistencia es la dádiva estatal.

En lo discursivo no comparten nada; sin embargo, hay peronismo en ambas filas aunque en las dos fuerzas hacen idéntico esfuerzo por disimularlo. Sumado a eso, están las condiciones personales de cada uno. Sergio Massa arrastra un diletante pasado político que empieza en el partido liberal de Álvaro Alsogaray y termina en el kirchnerismo de Cristina Fernández como un pasaporte a la desconfianza que bien se ha ganado. Javier Milei, a su inexperiencia política y su devoción por el peronista Carlos Menem, suma ahora el apoyo del expresidente Mauricio Macri, otra figura pública cuyo nivel de rechazo es inquietantemente alto.

Ambos candidatos recibieron recientemente el respaldo de varios jefes de estado actuales o pasados. Iván Duque (Colombia), Mariano Rajoy (España), Vicente Fox (México) y Sebastián Piñera (Chile) entre otros levantaron la figura de Javier Milei. Casi todos ellos pertenecen a Libertad y Democracia, un grupo en el que intenta introducirlo el expresidente argentino Mauricio Macri. En la vereda de enfrente, los que expresaron su preferencia por Sergio Massa, más parecido a un tren fantasma, fueron Andrés Manuel López Obrador (México), Lula Da Silva (Brasil), José «Pepe» Mujica (Uruguay) y el inefable Pedro Sánchez. Hasta ahí, nada que decir salvo el rechazo manifiesto por los peores exponentes de la izquierda recalcitrante y empobrecedora de América. Pero los comunicados de unos y de otros no se quedaron en los merecimientos de su preferido sino que se extendieron en comentarios descalificatorios hacia el candidato contrincante. A La Argentina le faltan el respeto hasta los amigos, porque que políticos extranjeros hagan declaraciones oficiales sobre quien será nuestro próximo presidente es una demostración de la pobre imagen que devolvemos al mundo. Somos extremadamente capilares a la crítica, y sorprende que se nos atrevan particularmente quienes no son un ejemplo de administraciones exitosas.

Sobre nuestra querida Madre Patria, hoy atraviesa un punto de inflexión en su destino político. Pedro Sánchez se ha salido con la suya y ha conseguido la investidura a costa de concesiones inadmisibles.

La información que circula indica que el PP no frenaría la amnistía en el Senado pese a contar con mayoría y así estaría respaldando un gobierno ilegítimo e ilegal. Esa cámara, como representante de la soberanía popular, puede denunciar la aprobación de una ley como la que pretende Sánchez para perpetuarse en el poder pero la decisión política de hacerlo no parece estar en sus planes. Se empieza a parecer mucho a la falsa oposición venezolana, que solo hace que enfrenta la dictadura de Nicolás Maduro. Se trata de los buenismos que se pusieron de moda, cada día más explícitos, cada día más expuestos.

Algo similar ocurrió con la fuerza política argentina que responde a Mauricio Macri; tibia, indefinida, insuficiente, casualmente (o no tanto) socia y amiga del PP español. Nunca se supo para dónde irían los votos de sus legisladores, qué posición adoptarían, qué tan lejos llegarían en el rechazo a lo que está mal, cuán firmes serían frente a la oposición y tan lábil resultó que no tuvo la destreza política de terminar con el kirchnerismo. Así lo percibió la ciudadanía que, habiéndole dado su confianza en 2015 haciendo que Macri alcanzara la presidencia de la Nación, se decepcionó por los magros resultados de su gestión, no le renovó el apoyo cuatro años después y recientemente su candidata, Patricia Bullrich, resultó tercera en la primera vuelta de las elecciones nacionales realizadas en octubre pasado y quedó fuera del balotaje.

El avance de las izquierdas ha sido tan alarmante que ya no necesitan disimular sus intenciones y no queda tiempo para seguir intentando acuerdos con ellos cuando de su parte solo quieren aniquilar el sistema de vida que ha elegido occidente: la democracia liberal, la libertad de expresión, el imperio de la ley y la intolerancia por los regímenes autocráticos.

Ahora queda claro por qué Pedro Sánchez, socio del separatismo que impulsa la destrucción de la unidad española, fue tan permeable a la inmigración ilegal e indiscriminada. VOX entendió tempranamente, no el giro hacia un nuevo signo político sino hacia un nuevo orden mundial, toda vez que se mantuvo inflexible a los permisos y concesiones aparentemente inofensivos y benignos que admitía el buenismo centrista.

Si el Partido Popular no reconoce su error y rectifica velozmente, se agotan las herramientas de defensa de las tradiciones españolas; por eso inquieta su sociedad con las fuerzas democráticas de América Latina, que tampoco vieron venir la virulencia de las izquierdas.

Javier Milei es el único político argentino que siempre ha manifestado coincidencia con VOX en cuanto a la mirada sobre ese avance y el modo de frenarlo. Es de esperar que convenza (y no al revés) a Mauricio Macri, su nuevo aliado, de que el rumbo correcto es ese y no el que le proponen sus amigos del PP.

Son tiempos dramáticos, de definiciones absolutas donde el «masomenismo» no tiene lugar. Hay que entenderlo primero y luego tener la valentía para hacer lo que hay que hacer. En la Argentina diríamos basta de intentar ser Corea del Centro.

Lo dijo hace varias décadas Jacques Rueff, el autor de milagro francés: «Sed liberales o sed socialistas, pero no seáis incoherentes». En su época era incoherencia; en la nuestra, cobardía.

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Hacia un nuevo orden mundial: quien quiera oír que oiga

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20.11.2023

En las puertas de la elección presidencial en la Argentina hemos sido espectadores de todo tipo de inconductas: insultos, descalificaciones personales, mentiras, manipulación de encuestas, campañas sucias, inteligencia artificial al servicio de las fake news y redes sociales plagadas de cuentas anónimas dedicadas a hostigar al adversario.

La sociedad argentina está rota moralmente, aniquilada económicamente, devastada educativamente y vaciada institucionalmente. No tiene parámetros, valores, objetivos ni metas. Le cuesta reconoce la diferencia entre el bien y el mal, y la corporación política lo sabe porque, en buena medida, es autora de tamaño vaciamiento.

Anoréxico de esperanzas, el nutrido caudal del desencanto argentino desemboca en la desmovilización cívica. El número de votantes que participa en las elecciones se reduce elección tras elección. Como la vida no es una foto, la rutina instalada hace décadas de votar al menos malo ya no alcanza y ha dado paso a la dificultad en distinguir con claridad cuál sería. Así llega la Argentina a las urnas, con dos propuestas antagónicas encarnadas en la persona de referentes con alto grado de rechazo. Ambas propuestas provocan incertidumbre y el voto en blanco o la abstención se erigen como la opción de muchos votantes. Porque mientras el oficialismo con Sergio Massa a la cabeza ofrece la continuidad del estado paternalista con fuerte intervención en la vida del ciudadano y corrupción más impunidad como sello distintivo de sus anteriores administraciones, el libertario Javier Milei y sus principales voceros, en una suerte de honestidad brutal, se encargaron de poner en vilo a grandes sectores de la población que lo único que conocen como modo de subsistencia es la dádiva estatal.

En lo discursivo no comparten nada; sin embargo, hay peronismo........

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