La carrera por acceder a la Casa Blanca para un nuevo período presidencial ha comenzado. Según la tradición americana, empiezan también los llamados «caucus», una suerte de asambleas de vecinos donde los electores se reúnen a debatir y votar por sus favoritos. Iowa fue el primero el pasado lunes 15 de enero y se descontaba el resultado: Donald Trump ganó en 98 de los 99 distritos electorales y se quedó con más del 50% de los votos, mientras que el gobernador de La Florida, Ron DeSantis, alcanzó el 21% y Nikki Halley, ex gobernadora de Carolina del Sur y ex embajadora en las Naciones Unidas, apenas un 19%. El proceso se desarrolló con gran entusiasmo a pesar de las inclemencias del tiempo, que lo constituyó en el caucus más frío de la historia, con temperaturas de 26 grados bajo cero.

El desenlace no fue una novedad ya que el expresidente lidera cómodamente las encuestas entre los votantes del Partido Republicano a nivel nacional con más del 60% de intención de voto y asoma como el favorito indiscutible para obtener la nominación presidencial, mientras que sus oponentes no superan el 15. El cuarto pre-candidato en carrera, el empresario Vivek Ramaswamy, anunció el mismo lunes que se retiraba de la contienda pero no de la campaña, tras dar su apoyo al vencedor en Iowa.

Entre los pre-candidatos segundo y tercero, DeSantis y Haley, hay una fuerte disputa por ser la alternativa de su partido a Donald Trump. Mientras la batalla entre ambos escala, otros postulantes se fueron retirando: Mike Pence, el senador Tim Scott, el gobernador de Dakota del Norte Doug Burgum y la semana pasada Christ Christie, ex gobernador de New Jersey, quien consideró no tener posibilidades de nominación y afirmó que «lo más importante es evitar que Trump vuelva a ser presidente», por lo que decidió abrirle el paso a quienes, eventualmente, pudiesen batirlo y por eso se retiró, en un intento de favorecer a los candidatos alternativos al ex presidente.

«Nuestro país debe unirse —dijo un Trump conciliador apenas se conocieron los resultados— y poner fin a toda la muerte y destrucción que estamos presenciando» tras arrasar el lunes en el estado de Iowa.

Simultáneamente, habían comenzado los debates entre De Santis y Haley, quienes se venían atacando mutuamente sin aportar demasiada novedad a sus respectivos discursos. La pre-candidata lanzó críticas al actual presidente, Joe Biden pero también a Trump por los acontecimientos del 6 de enero de 2021, mientras que DeSantis denunció que, en su opinión, Trump está siendo perseguido por la justicia.

En Iowa lo que realmente se dirimía era el nombre de quien pudiera confrontarlo. En ese sentido Nikki Haley quedó con escasas posibilidades, por lo que utilizó el discurso a sus seguidores para alentar un «cambio generacional» aludiendo a la edad de Biden y Trump. New Hampshire es la próxima cita, el 23 de enero, ciudad a la que Donald Trump llegó el mismo martes y donde miles de sus partidarios lo esperaban en medio de una intensa nevada. Se trata de un estado clave y allí también se descuenta la ventaja del exmandatario.

Lo cierto es que Donald Trump, dentro de su partido, luce imbatible en un país, como tantos otros, partido en dos con una población que no ha logrado reconciliarse y en la que su figura representa con claridad a una de esas mitades. En los últimos años se ha dado una lucha cultural que ha introducido otros temas en el debate político. La economía, históricamente clave, sigue teniendo relevancia, pero han aparecido líderes que, como Trump, han levantado la voz de sectores de la población invisibilizados que encontraron súbitamente una representación a sus demandas nunca antes expresada y allí radica el éxito de su mensaje. Las turbulencias económicas de su mandato no hicieron mella en sus simpatizantes, que mantienen intacta la confianza en una futura gestión Trump.

La campaña del presidente Joe Biden, mientras tanto, no termina de despegar y cuenta con que el rechazo hacia Trump entre los votantes independientes vaya en aumento a medida que avanza el año.

«Tenemos que trabajar aún más duro ahora. Si Donald Trump es nuestro oponente, deberíamos esperar ataques mezquinos, mentiras interminables y gastos escandalosos», escribió Biden el martes en un correo electrónico a donantes para su carrera por la Casa Blanca. El demócrata, de 81 años, tiene poca competencia para la nominación dentro de su partido pese al efecto negativo de su edad entre los electores.

Queda claro que el eje de campaña demócrata no son tanto las propuestas propias sino los rechazos que coseche su adversario, mecanismo algo endeble que traslada al contrincante la suerte de sus resultados. Sin embargo, la estrategia no sorprende: los tres años de la actual administración son una prueba de su mala gestión, esencialmente signada por el desorden mundial que se produjo y las guerras a las que su impericia diplomática arrastró a los Estados Unidos.

En la otra mano, es posible hacer un balance del deber y haber de la controvertida gestión de Donald Trump: uno de los principales fantasmas que agitaron sus detractores en el intento de complicarle la llegada a la Casa Blanca fue su personalidad irascible y confrontativa, que auguraba tantas y tales dificultades para las relaciones con otros países que no se descartaba una Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, para sorpresa de muchos, durante su administración los Estados Unidos no iniciaron ni participaron en ninguna guerra. Por el contrario, Trump hizo realidad el acercamiento entre las dos Coreas, un hecho verdaderamente histórico y logró mantener una relación pacífica y equidistante con Rusia y China, quienes entendieron claramente el perfil de quien tenían enfrente para lo cual no hizo falta sino mostrar el poderío económico y bélico americano y una habilidad personal del entonces presidente para la negociación política.

Es que las claves de su administración se asentaron en dos grandes iniciativas: una estrategia de seguridad nacional y la aprobación de una importante reforma fiscal. El objetivo de la primera era la defensa del país, preservar la paz mundial a partir de la fortaleza militar y diplomática americana y ampliar la influencia global estadounidense. La segunda era un amplio paquete de reducción impositiva, el impulso del ahorro y una importante simplificación del diseño y estructura de los principales impuestos. Ambas formaban parte de un solo objetivo: para que EEUU fuera fuerte en el mundo, debía ser fuerte económicamente. La pandemia complicó sus planes y el déficit creció más allá de lo inicialmente calculado. Sin embargo, logró una creación de empleos récord y una recuperación económica notable.

En la otra mano, están su escaso apego por la división de poderes y por aquellas instituciones destinadas a limitar las facultades del Ejecutivo, circunstancias que lo hicieron mantener una relación tensa con la oposición a lo largo de toda su gestión y alimentó el discurso de la progresía internacional que le dedicó todo tipo de improperios. En el fondo, más que la defensa de los mecanismos republicanos (que a las izquierdas les molestan más de lo que les importan) nunca le perdonaron su decidida postura provida y anticomunista.

Pese a sus fallos y modos quedó probado que el mundo fue mejor durante su administración. Cuatro años después, con el avance que logró el progresismo global siempre tan aliado al comunismo explícito encarnado principalmente en China y Rusia y ahora sumado a los burócratas de Bruselas y su compromiso con la Agenda 2030, la victoria del partido Republicano en los Estados Unidos sería una excelente noticia para el mundo. La defensa de los valores de Occidente estaría garantizada. Cabe, entonces, la arenga de los tiempos de campaña: Go, Donald Trump, go!

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Trump, por la revancha

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20.01.2024

La carrera por acceder a la Casa Blanca para un nuevo período presidencial ha comenzado. Según la tradición americana, empiezan también los llamados «caucus», una suerte de asambleas de vecinos donde los electores se reúnen a debatir y votar por sus favoritos. Iowa fue el primero el pasado lunes 15 de enero y se descontaba el resultado: Donald Trump ganó en 98 de los 99 distritos electorales y se quedó con más del 50% de los votos, mientras que el gobernador de La Florida, Ron DeSantis, alcanzó el 21% y Nikki Halley, ex gobernadora de Carolina del Sur y ex embajadora en las Naciones Unidas, apenas un 19%. El proceso se desarrolló con gran entusiasmo a pesar de las inclemencias del tiempo, que lo constituyó en el caucus más frío de la historia, con temperaturas de 26 grados bajo cero.

El desenlace no fue una novedad ya que el expresidente lidera cómodamente las encuestas entre los votantes del Partido Republicano a nivel nacional con más del 60% de intención de voto y asoma como el favorito indiscutible para obtener la nominación presidencial, mientras que sus oponentes no superan el 15. El cuarto pre-candidato en carrera, el empresario Vivek Ramaswamy, anunció el mismo lunes que se retiraba de la contienda pero no de la campaña, tras dar su apoyo al vencedor en Iowa.

Entre los pre-candidatos segundo y tercero, DeSantis y Haley, hay una fuerte disputa por ser la alternativa de su partido a Donald Trump. Mientras la batalla entre ambos escala, otros postulantes se fueron retirando: Mike Pence, el senador Tim Scott, el gobernador de Dakota del Norte Doug Burgum y la semana pasada Christ Christie, ex gobernador de New Jersey, quien consideró no tener posibilidades de nominación y afirmó que «lo más importante es evitar que Trump vuelva a ser presidente», por lo que decidió abrirle el paso a quienes, eventualmente, pudiesen batirlo y por eso se retiró, en un intento de favorecer a los candidatos alternativos al ex presidente.

«Nuestro país debe unirse........

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