Lo sucedido en las elecciones vascas merece una reflexión más allá del análisis estadístico o político. Que el duelo para ser la principal fuerza política haya sido entre quienes miraban con tolerancia a los asesinos y los herederos de éstos no puede comprenderse sin haber leído a Hanna Arendt y su tesis sobre la banalidad del mal. Por las recientes publicaciones de herederos del nazismo como la nieta de Himmler uno comprueba, con el ánimo encogido, cómo aquellos asesinos genocidas eran perfectamente capaces de ser unos buenos padres de familia, unos devotos esposos, unos vecinos encantadores y, he aquí la raíz del mal, unas personas plenamente convencidas de que lo que estaban haciendo era lo correcto para su pueblo y su familias. No es un caso de bipolaridad política ni una disociación social. Es mucho más sencillo: hay gente que le ha dado la vuelta a la decencia y creen positivo lo que a la mayoría de seres humanos nos parece abominable.

Es perfectamente factible que quienes han votado a Bildu lo hayan hecho con la creencia de que eso es lo mejor, de la misma manera que esas mismas personas pueden querer sinceramente a sus familias, ser buenos amigos o buenos compañeros de trabajo, gente de nivel intelectual —no olvidemos que la mayoría de altos rangos de las SS poseían estudios universitarios, incluso el doctorado, especialmente en derecho— y ejercer de lo que se llama comúnmente buenos ciudadanos. ¿En qué momento se tuerce todo eso para trocarse en el odio visceral que aprueba el asesinato del otro, del que no piensa como nosotros, de quien se atreve a discrepar? ¿Qué lleva a una buena parte de la sociedad vasca a odiar a España, a quienes se consideran españoles, hasta el punto de correr un tupido velo sobre los más de mil asesinatos perpetrados por la banda terrorista? Volviendo a Arendt la respuesta es muy simple: para aceptar la Shoah lo único que debías aceptar era que los judíos no eran seres humanos. Lo mismo aplicaron a gitanos, homosexuales, políticos tanto de derechas o de izquierdas contrarios al nazismo, rusos, masones, lesbianas o cualquier persona o colectivo que considerasen un cuerpo extraño en el Volk alemán. Deshumanizar al adversario, he aquí lo que te permite aceptar que cuando lo eliminas no estás cometiendo ningún crimen porque, simplemente, no son seres humanos, son otra cosa. Hitler llegó a decir que el judío no podía siquiera considerarse como un animal porque estaba muy por debajo de estos. Son Untermenschen, los subhombres, y por eso la propaganda de Goebbels solía representarlos como ratas o cuervos.

Eso ha sucedido en las vascongadas. Quienes son españoles son inferiores a los vascos, a los abertzales, a los que están por encima de esa ralea. Es la misma tesis del expresidente Torra cuando tachó a los españoles de «bestias carroñeras, víboras, hienas con una tara en el ADN». A partir de ese punto de no retorno es imposible conseguir que la convivencia sea posible.

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Cuando se admira al verdugo

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24.04.2024

Lo sucedido en las elecciones vascas merece una reflexión más allá del análisis estadístico o político. Que el duelo para ser la principal fuerza política haya sido entre quienes miraban con tolerancia a los asesinos y los herederos de éstos no puede comprenderse sin haber leído a Hanna Arendt y su tesis sobre la banalidad del mal. Por las recientes publicaciones de herederos del nazismo como la nieta de Himmler uno comprueba, con el ánimo encogido, cómo aquellos asesinos genocidas eran perfectamente capaces de ser unos buenos padres de familia, unos devotos esposos, unos vecinos encantadores y, he aquí la raíz del mal, unas personas plenamente convencidas de que lo que estaban haciendo era lo correcto para su pueblo y su familias. No es un caso de bipolaridad........

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