Mi padre tiene ochenta y seis años. Y dice que a veces siente como si atravesara un campo de minas. Mira a ambos lados y ve amigos y familiares que saltan por los aires. Y vive, sigue corriendo, con miedo a explotar tras la próxima zancada. Voy a cumplir cincuenta y nueve. Todavía no me he internado en ese lugar. Pero ya sufro las pérdidas. No me quedan abuelos, me falta mi madre, una hija… Y estos días son una alegría por ver a todos los que todavía están y una pena muy grande al recordar a los que se fueron. Pepe y Oma, mis abuelos maternos, organizaban la Nochebuena. Tropecientos primos esperábamos en una habitación pequeña a que nos avisaran. Entonces, con la banda sonora del villancico, bajábamos las escaleras para encontrarnos con un árbol repleto de estrellas y bengalas. A sus pies estaban depositadas nuestras ilusiones. Los Reyes Magos venían a casa de mis abuelos paternos, Hortensia y Pascual. Sacábamos al balcón cubos de agua para los camellos y en la sala de estar había calcetines que iban a contener nuestros deseos. Por todos aquellos que faltan, estos días han sido más tristes que alegres desde hace tiempo. Pero sigo ilusionándome al pasear por las calles de mi ciudad, que ahora ha recuperado el árbol, el belén y las luces que censuraron unos cenutrios que se inventaron unas reinas magas republicanas y bautismos civiles, copiando todo aquello que odian, porque son incapaces de crear nada, sólo destruyen.

Espero a mis hijos. Quiero que me acompañen junto al resto de la familia para que no pierdan la unión a pesar de vivir lejos. Ya no bajamos las escaleras para buscar a los pies del árbol. Ya no están algunos seres queridos. En las cenas hay temas de los que no se habla porque toda España se parece más a lo peor del País Vasco o Cataluña. El virus frentista avanza. Y a pesar de eso, el paseo por la ciudad con mis niños grandes hacia la cena familiar sigue siendo mágico. Y mis ganas de verlos y de contarnos, de conjurar juntos para que los que faltan acudan aunque sea por un instante a compartir esa noche, son enormes. Me preocupa lo que les espera. Pero quiero pensar que entre todos sabremos cambiar las cosas, enderezar el rumbo. Les deseo a todos ustedes lo mejor. Ojalá el año que llega sea mejor que el que merecemos. Que la civilización venza a la barbarie. A mí me queda poco para entrar en los sesenta, «lo mejor de lo peor», el inicio del campo minado. Doy gracias a Dios por lo que me ha dado, por lo que me arrebató. No tengo queja alguna. Sólo pido que me quede como estoy. Un poquito más. Haciendo lo que me gusta. Rodeado de mi familia y de una mujer que, de buena que es, no merezco. Ni en mis mejores sueños pude imaginar una vida así. Feliz Navidad a todos. Pasen una noche buena.

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QOSHE - Feliz noche - Toni Cantó
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Feliz noche

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24.12.2023

Mi padre tiene ochenta y seis años. Y dice que a veces siente como si atravesara un campo de minas. Mira a ambos lados y ve amigos y familiares que saltan por los aires. Y vive, sigue corriendo, con miedo a explotar tras la próxima zancada. Voy a cumplir cincuenta y nueve. Todavía no me he internado en ese lugar. Pero ya sufro las pérdidas. No me quedan abuelos, me falta mi madre, una hija… Y estos días son una alegría por ver a todos los que todavía están y una pena muy grande al recordar a los que se fueron. Pepe y Oma, mis abuelos maternos, organizaban la Nochebuena. Tropecientos primos esperábamos en una habitación pequeña a que nos avisaran. Entonces, con la banda sonora del villancico, bajábamos........

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