Alguien dijo alguna vez esa manida frase de que la política es el arte de lo posible. Sin duda, se trata de un alegato contra el nihilismo y la desazón, una puerta siempre abierta que, a través de las herramientas políticas, nos invita y habilita a cambiar lo existente. La política, en definitiva, es un conflicto permanente que se da en el día a día de nuestra vida social y que versa sobre la orientación de las explicaciones que nos damos a nosotros mismos acerca de aquellas realidades pasadas que dotan de sentido a las del presente, pero cuyo fin no es otro que el de moldear y anticiparse a aquellas realidades todavía por venir, las que contienen anhelos y cuyo sentimiento tratamos de disputar por medio del discurso.

En la política, de hecho, las realidades se convierten en hechos volubles y cambiantes en tanto que su sentido se ve continuamente afectado por la distancia de la perspectiva que brinda el tiempo. Las herramientas políticas nos dotan de una mediación cultural discursiva perenne que convierte en finitas las hegemonías y añade o expande los límites del poder existente para conformar explicaciones de esas nuevas realidades que se aplican en la cotidianidad de nuestras relaciones sociales y que acaban por afectar a las posibilidades y deseos insertados en el presente y también, en definitiva, a las aspiraciones de aquellas realidades futuras.

Vivimos tiempos ciertamente extraños y desesperanzadores. El sistema capitalista sigue en su avance devorador de recursos y oímos en la lejanía como se avecina el resonar de antiguos tambores de guerra. A pesar de las duras lecciones del siglo pasado, la amnésica política parece volver a inclinar la balanza hacia posiciones beligerantes y reaccionarias en un nuevo intento del capitalismo para tratar de resetear sus oxidados mecanismos de acumulación. En este difícil contexto, las posiciones emancipadoras de izquierdas se encuentran hundidas moralmente y, por qué negarlo, también políticamente.

El mes pasado, una intervención del brillante Bob Pop en el programa de Hoy por Hoy de la Cadena Ser trajo cierto revuelo ya que ponía palabras a un extendido sentimiento de derrota en la izquierda y a esa sensación de frustración para vencer al sistema que Mark Fisher excelsamente analizó y denominó como «realismo capitalista».

? Primera verdad dolorosa de @BobPopVeTV: “La izquierda ha fracasado: no haremos la revolución, como mucho, pondremos parches, pero es imposible cambiar el sistema”https://t.co/YJITmPRqfH pic.twitter.com/BbHNJ9RhhJ

— Hoy por Hoy (@HoyPorHoy) March 4, 2024

Es entendible que estas palabras generen un innato rechazo en todos aquellos que todavía creen que otro mundo es posible. Todo aquel que crea en la política como herramienta del cambio, no puede ciertamente compartir el totalitario mantra tatcheriano de «There is no alternative» que alberga el determinismo de la reflexión. Creo que a muchos les resultará imposible renunciar a dar la batalla por cambiar el sistema, desde los espacios más humildes a los que uno pueda llegar, ya sea por convencimiento ideológico o por pura y simple humanidad. Cualquier lucha resulta infinitamente más útil que asumir la presunción de que estamos destinados a vivir en un modelo desigual que produce violencia y destrucción de manera sistemática.

Me niego al realismo capitalista y creo que Bob Pop, más allá de las interpretaciones libres de su intervención, reproduce esa negación en tanto que su reflexión remueve conciencias y, en el fondo, da un certero golpe de atención sobre una realidad manifiesta en la izquierda: la sensación común de derrotismo histórico y nuestra incapacidad de imaginar futuros mejores alternativos que sean, además, políticamente viables.

La construcción política del discurso que conforma hegemonías es aquella que, en esencia, reproduce imaginarios y dota de significación a la realidad que nos rodea y, si bien la invitación al debate se da bajo la negación determinista del mismo, creo que señalar esa realidad existente es, en efecto, una verdad incómoda que invita veladamente a la movilización política y a multiplicar nuestros esfuerzos por construir políticamente el sentido del discurso que nos permita tomar de nuevo la ofensiva. Desde una posición a la defensiva no existe victoria posible. O se resiste o se pierde, pero en ningún caso se gana. Sin ofensiva y sin horizontes utópicos, es decir, sin esperanzas, iremos cayendo poco a poco en esa incapacidad total que, tal y como advierte Bob Pop, adolecen las fuerzas emancipadoras para articular una respuesta factible a los grandes retos del futuro. El cometido no será otro que poner tiritas y parches, sin poder curar la enfermedad que produce las heridas. Con políticas a la defensiva tal vez estemos predestinados, como dice la Canción total de Maria Arnal i Marcel Bagés, al miedo ensordecedor, a la socialdemocracia y su tibieza.

Lo que queda de lo que una vez fue un masivo movimiento obrero en fuerzas políticas de izquierda se reduce a resquicios que, casi en exclusiva predican para cada vez menos conversos y rememoran inanes las gestas de una época que no volverá. El eco como conversación. Hiela las esperanzas de cualquiera. En el mejor de los casos y, con no poco esfuerzo, hay quienes tratan de asimilar la coyuntura política de época sin más ánimo que el de, al menos, no retroceder. A veces parece como si intentaran vaciar el mar con un cubo de plástico rasgado por debajo y, lo peor de todo es que no queda del todo claro si lo hacen así por dar cierto revestimiento de lucha a un gesto de mera resignación o si, por el contrario, realmente hay quienes desbordados por las circunstancias históricas y sin un mapa de rutas actualizado se encuentran desnortados sin saber qué más hacer en otro claro síntoma de derrota consumada.

Bob Pop tiene razón: por el momento existe una notable falta de músculo social que habilite los espacios y mecanismos suficientes que consigan trascender los marcos del realismo capitalista fisheriano que nos sitúa bajo la conciencia de un capitalismo como único e indiscutible sistema mundial. La caída del muro de Berlín no trajo el fin de la historia, pero sí que permitió la expansión de un capitalismo sin ataduras que, poco a poco, fue engullendo todo atisbo de oposición ideológica hasta convertirse en un sistema hegemónico.

En la actualidad, la histórica izquierda política, más proclive a reflexionar nuevas hipótesis contrapuestas y a trazar mapas para orientarnos, se muestra todavía incapaz de luchar y proyectar líneas alternativas de transformación sistémica, mucho menos de llevarlas a cabo. Hace unos días, Pablo Batalla reflexionaba en un tuit -con no pocas dosis de razón y, por ello, doloroso- acerca de la situación política de la izquierda actual. Como se podrá comprobar, las palabras son diferentes, pero el fondo no se aleja de aquel que envuelve la reflexión de Bob Pop:

Derrotado el movimiento obrero, la izquierda va regresando a su forma anterior a la aparición de aquel: una calderilla de partidos de notables republicanos. Buenas pero superficiales e ingenuas intenciones, una militancia censitaria y ejercida en banquetes y toneladas de vanidad.

— Pablo Batalla ?? (@gerclouds) April 3, 2024

La realidad es que el retroceso del apoyo electoral de la última década de las fuerzas políticas de izquierda ha sido devastador. Tras la crisis de 2008 y con algunos destellos fugaces de cierta esperanza, las opciones de izquierda han ido sistemáticamente cayendo en la medida que la reacción de los partidos ultraderechistas y sus postulados ganaban cada vez más espacios. Mientras esto sucedía, la crisis se anquilosó en la retina de nuestras vidas. No entendemos ya la realidad cotidiana sino en una constante sensación de alarma e incertidumbre que nos llena de temores y ansiedad. Si la política deja de dar respuestas a la frustración e indignación de millones de personas y si no hay una apuesta coherente y valiente por hacer viable una alternativa, no es casual que la cosecha de la antipolítica reaccionaria y el nihilismo se encuentren con un terreno fértil para brotar y florecer a placer.

En consecuencia, las encuestas mundiales para las fuerzas de izquierda son desoladoras. Si alguien hace cierto seguimiento de las encuestas electorales, no solo de España, sino de Europa o de prácticamente cualquier país del mundo, podrá comprobar como todas las fuerzas políticas que pueden erigirse como alternativa a este sistema de libre mercado capitalista han caído estrepitosamente, desaparecido por completo o están en un avanzado proceso de desintegración. En aquellos países donde todavía existe una oposición -nominalmente de izquierdas- a los embistes de la derecha y la ultraderecha, ésta se muestra totalmente innocua y carente de iniciativa, como temerosa y cooptada por las influencias de la corriente reaccionaria que agita el mapa político mundial.

En las últimas décadas las economías mundiales han crecido de manera espectacular en la medida que se incidía en la economía de mercado, sin traducirse por ello en una mejora notable de las condiciones de vida: la percepción generalizada es de empeoramiento del bienestar, encarecimiento del coste de la vida y la ansiedad de que en el futuro todo irá a peor. Todos los avances en derechos y libertades que trajeron el socialismo o el miedo al socialismo están desmoronándose. Resulta normal sentir la derrota si nuestro futuro y todos nuestros derechos parecen sostenerse en un ligero hilo lleno de parches y tiritas. No es descabellado que uno acabe por asimilar cierto grado de frustración y derrota ante la imposibilidad de acción política y su consecuente negación de la alternativa proyectada si, además, desde posiciones de conciencia de clase todas las mejoras sociales que uno anhela se van esfumando entre los escombros de una época donde todo aquello que una vez parecía realizable, parece destinado a no serlo jamás.

La entrada Sobre el pesimismo de la izquierda se publicó primero en lamarea.com.

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Sobre el pesimismo de la izquierda

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11.04.2024

Alguien dijo alguna vez esa manida frase de que la política es el arte de lo posible. Sin duda, se trata de un alegato contra el nihilismo y la desazón, una puerta siempre abierta que, a través de las herramientas políticas, nos invita y habilita a cambiar lo existente. La política, en definitiva, es un conflicto permanente que se da en el día a día de nuestra vida social y que versa sobre la orientación de las explicaciones que nos damos a nosotros mismos acerca de aquellas realidades pasadas que dotan de sentido a las del presente, pero cuyo fin no es otro que el de moldear y anticiparse a aquellas realidades todavía por venir, las que contienen anhelos y cuyo sentimiento tratamos de disputar por medio del discurso.

En la política, de hecho, las realidades se convierten en hechos volubles y cambiantes en tanto que su sentido se ve continuamente afectado por la distancia de la perspectiva que brinda el tiempo. Las herramientas políticas nos dotan de una mediación cultural discursiva perenne que convierte en finitas las hegemonías y añade o expande los límites del poder existente para conformar explicaciones de esas nuevas realidades que se aplican en la cotidianidad de nuestras relaciones sociales y que acaban por afectar a las posibilidades y deseos insertados en el presente y también, en definitiva, a las aspiraciones de aquellas realidades futuras.

Vivimos tiempos ciertamente extraños y desesperanzadores. El sistema capitalista sigue en su avance devorador de recursos y oímos en la lejanía como se avecina el resonar de antiguos tambores de guerra. A pesar de las duras lecciones del siglo pasado, la amnésica política parece volver a inclinar la balanza hacia posiciones beligerantes y reaccionarias en un nuevo intento del capitalismo para tratar de resetear sus oxidados mecanismos de acumulación. En este difícil contexto, las posiciones emancipadoras de izquierdas se encuentran hundidas moralmente y, por qué negarlo, también políticamente.

El mes pasado, una intervención del brillante Bob Pop en el programa de Hoy por Hoy de la Cadena Ser trajo cierto revuelo ya que ponía palabras a un extendido sentimiento de derrota en la izquierda y a esa sensación de frustración para vencer al sistema que Mark Fisher excelsamente analizó y denominó como «realismo capitalista».

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