Sé muy bien que algunos de los que lean estas líneas, escritas a vuelapluma, pensarán que es un sueño o una utopía imposible de acometer, pero me gustaba mucho una proclama del primer Podemos, que rezaba: “Estamos de paso en la política”. Levantar esa bandera y ser consecuente con la misma, implicaba algunas cosas muy importantes que, con el tiempo, han sido discretamente arrinconadas por otra idea que, sin hacer ruido, ha ganado terreno hasta imponerse en el día a día y ser aceptada como si formara parte de una suerte de sentido común: lo importante es hacer política en las instituciones -a pesar de que continuamente se ha señalado que Podemos tenía o debía tener un pie aquí y otro en las calles- y dirigir el partido con sabiduría.

Se ha dado por sentado que para avanzar en esa doble dirección era preciso acumular conocimiento y experiencia, todo un complejo aprendizaje, un saber hacer que, si se era consecuente, ineludiblemente requería permanecer en los cargos, tanto en los diferentes niveles de las administraciones públicas como en los órganos de dirección del partido.

Así han funcionado las cosas en esa izquierda que, en sus comienzos, parecía querer aportar un impulso transformador, remover los cimientos del statu quo vigente. En ese proceso de realismo quedaron en el camino, relegados en la practica cotidiana, olvidados de hecho, por inviables, esos eslóganes infantiles que entusiasmaron a las gentes que ocuparon plazas y calles y que contribuyeron a su entusiasta movilización.

La idea del “estamos de paso” suponía, de haberse aplicado, estoy convencido de ello, toda una revolución -sí, una revolución- en la manera de entender la política. Por supuesto, no le pido peras al olmo y, por lo tanto, comprendo muy bien que los que han parasitado las instituciones durante décadas en su propio beneficio y en el de sus respectivos partidos -me refiero a los posicionados en la derecha y en la izquierda tradicional, representada por el Partido Socialista Obrero Español- defiendan como gatos panza arriba las viejas maneras de hacer política, porque con ello consagran sus privilegios.

Era la izquierda supuestamente transformadora la que tenía que llevar a la práctica -ese era su compromiso, esa era una de sus señas de identidad- otra manera de entender la política. Y ahí nos hemos quedado, en un deseo, porque esa izquierda ha reproducido, en lo fundamental, los viejos hábitos.

Es muy saludable que exista un camino de vuelta para los políticos que han ocupado puestos de responsabilidad -a sus trabajos, a sus estudios o a lo que quieran hacer con su vida- y que lo recorran sin hacer de ello un hecho insólito o heroico: ¡qué bueno sería encontrarles como uno o una más currando con la militancia de a pie! En este sentido, no es un buen ejemplo el seguido por Alberto Garzón, que, a las pocas semanas de haber dejado su cargo de Ministro de Consumo, tenía intención de pasar a formar parte, ocupando una alta responsabilidad, de la consultora Acento, cuyo objetivo es justamente hacer lobby ante las administraciones públicas.

Finalmente, seguramente condicionado por las numerosas críticas que ha suscitado esa decisión, ha dado un paso atrás, renunciando a formar parte de ese grupo empresarial. No es sólo una cuestión de ética, que lo es, sino una manera de entender la política como una herramienta para defender aspiraciones estrictamente personales.

Para que puedan emerger personas capaces de asumir las responsabilidades que dejan los que dan un paso atrás, resulta imprescindible que exista democracia en los partidos. Pero democracia no es consultar a las bases de tanto en tanto con preguntas y candidaturas que no permiten que surja un verdadero pluralismo y que a menudo son utilizadas para legitimar a los de arriba. Es otra cosa. Consiste en abrir y consolidar espacios dentro y fuera del partido que permitan la expresión de la diversidad de pareceres. Esto apenas ha existido; en su lugar, continuos rifirrafes en las cúspides y disputas a través de las redes sociales. Más de lo de siempre.

Estoy hablando de la izquierda que se reivindica como transformadora y hablo de la política y de los vericuetos de la misma. Pero hay un sesgo que me resulta inaceptable y que se expresa en el discurso facilón de “todos los políticos son lo mismo o todos vienen a meter la cuchara en lo público”.

Una aclaración que para mí es obvia: no acepto la demagogia populista de meter a todos los políticos en el mismo saco. Pero es que, además, poner el acento en la perversión de la política y de los que la ejercen, renuncia, creo que deliberada más que ingenuamente, a poner el foco en el sector privado, que, por cierto, ha cosechado enormes beneficios parasitando lo público. Porque las cúpulas de las corporaciones y de las grandes empresas, los accionistas mayoritarios y las fortunas más importantes han sido en buena medida responsables del desastre económico y social que vivimos desde hace décadas. Queda resultón, es un mensaje que prende con facilidad en la gente, poner el énfasis en la perversión de la política y de los políticos y no en las elites económicas. Pero digámoslo claro, ni pagan impuestos con los que financiar las políticas públicas ni gestionan eficazmente sus empresas. Si pusiéramos ahí el foco ya no estaríamos hablando del mantra de “la política y los políticos ineptos y/o corruptos”, sino de la cúspide privada, corrupta e ineficiente, que dirige los destinos del capitalismo.

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Políticos de ida y vuelta

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15.02.2024

Sé muy bien que algunos de los que lean estas líneas, escritas a vuelapluma, pensarán que es un sueño o una utopía imposible de acometer, pero me gustaba mucho una proclama del primer Podemos, que rezaba: “Estamos de paso en la política”. Levantar esa bandera y ser consecuente con la misma, implicaba algunas cosas muy importantes que, con el tiempo, han sido discretamente arrinconadas por otra idea que, sin hacer ruido, ha ganado terreno hasta imponerse en el día a día y ser aceptada como si formara parte de una suerte de sentido común: lo importante es hacer política en las instituciones -a pesar de que continuamente se ha señalado que Podemos tenía o debía tener un pie aquí y otro en las calles- y dirigir el partido con sabiduría.

Se ha dado por sentado que para avanzar en esa doble dirección era preciso acumular conocimiento y experiencia, todo un complejo aprendizaje, un saber hacer que, si se era consecuente, ineludiblemente requería permanecer en los cargos, tanto en los diferentes niveles de las administraciones públicas como en los órganos de dirección del partido.

Así han funcionado las cosas en esa izquierda que, en sus comienzos, parecía querer aportar un impulso transformador, remover los cimientos del statu quo vigente. En ese proceso de realismo quedaron en el camino, relegados en la practica cotidiana, olvidados de hecho, por inviables, esos........

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