Amo el bosque, en todas sus versiones. Y, consecuentemente, he dedicado y dedico tiempo no ya a visitarlos, sino a tratar de vivir bajo su beatífico influjo. Eso significa practicar en tales enclaves el siempre productivo y enriquecedor arte de conversar. O de pasear, caminar o hacer deporte corriendo por sus caminos. Un bosque es un lugar único para leer, o para escribir. No pocos artículos de los más de dos mil que llevamos en estos más de veinte años juntos, créanme, han sido escritos en un bosque. O, como mínimo, bajo algún árbol, a pesar de que mi reciente alergia a las garrapatas y el nivel de infestación de las mismas merced al cambio climático me hacen ser con tal cosa mucho más cauto que antaño...

Hay muchos tipos de bosques. Algunos, como el bello O Cal, mimado con pasión por Álvaro en San Sadurniño, son un verdadero milagro de la naturaleza, que agradezco y aplaudo. Otros son más corrientes, pero siempre tienen algo —o mucho— de especial. Hay bosques urbanos y bosques en parajes impresionantes. Bosques de especies bellísimas y otros más comunes. Bosques hay muchos, sí. Pero ninguno es feo. Todos tienen su magia, que hay que aprender a encontrar y disfrutar.

Si me preguntan ustedes cuál es el bosque que más me gusta, no podré contestarles. Y es que hay bosques tan dispares, que no pueden ser comparados. Pero si tal interpelación busca conocer en cuál me encuentro más a mí mismo, cuál es mi bosque de cabecera... entonces seguramente les diré que la Fraga do Eume. Bueno, ya saben, el roce hace el cariño. Y tal bosque de valor incalculable desde todos los puntos de vista es, con diferencia, el más visitado por mí. Si son ustedes más o menos habituales del mismo, entenderán por qué. Y, en tal caso, seguro que nos hemos cruzado alguna vez o muchas por sus caminos, yo andando o corriendo. Y es que la Fraga, con sus endemismos únicos y sus más de nueve mil hectáreas de belleza, conforma uno de los mejores ejemplos europeos de bosque atlántico. Quita el hipo.

Amo el bosque, pero en realidad hoy no me asomé a la columna con la intención solamente de contarles esto, sino también una situación que se está produciendo precisamente en la Fraga, que creo debe ser revertida. Tiene que ver con uno de sus accesos más conocidos, desde la parroquia de Ombre, en Pontedeume. Y, más en concreto, con el estado de la carretera que lleva desde allí hasta el hermoso Mosteiro de Caaveiro, restaurado hace unos años por la Deputación de A Coruña. ¿Han visto ustedes cómo está? Horrible. Hace ya tiempo que no cumple con su objetivo, entendido el mismo como un tránsito seguro de vehículos y personas...

Soy de los que piensan, y alguna vez lo hemos hablado ya, que creo que hay que ser muy restrictivo con el paso de vehículos a motor y de un público masivo a la vez a enclaves como al que me refiero. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de dejar que las infraestructuras se destruyan y desaparezcan por falta de mantenimiento. Creo que la actual carretera podría incluso mudar a otro tipo de planteamiento más respetuoso con el medio ambiente, como es el caso de una pista de “xabre” o de algún otro material que los técnicos en la materia consideren más apropiado. Pero de ahí a dejar que lluevan sobre la misma “laxes” de un tamaño que asustan, árboles enteros o cursos de agua que, por falta de mantenimiento de cunetas y aliviaderos, ya son permanentes y llegan a veces a la media pierna, hay un mundo... Creo que es necesario asegurar que, ante una emergencia o para dar un servicio de calidad, la pista esté en buenas condiciones. A mí me parece razonable el esquema de paso prohibido a los vehículos particulares y colectivos en general, permitido a los de servicio y un bus lanzadera con cifras de ocupación prudentes y nada excesivas, como ya se ha puesto en práctica otras veces. Creo que eso conciliaría poder ver y disfrutar esa joya que encandiló a Don Pío, y que algunos llevamos visitando recurrentemente toda nuestra vida a pie. Pero lo que no es de recibo, por ejemplo, es que la Deputación concesione la infraestructura llamada “Taberna de Caaveiro”, y que la explotación de la misma por quien asume tal reto, Carmen, no sea posible en términos más o menos razonables por la dejación de otra administración, o por falta de entendimiento entre ambas. Creo que es un caso claro de indemnización por lucro cesante, aunque paso la pelota a los entendidos en Derecho sobre tal cuestión, para que se pronuncien. Paralelamente, me consta que en Change.org hay una petición de firmas para sumarse a la petición de reparación y acondicionamiento de la carretera.

La Fraga es un regalo para todas y todos, que hay que cuidar y que debe ser gestionado correctamente. Creo que lo que está pasando en la Fraga tiene que ver con el impasse actual entre lo que había —prácticamente nada de regulación— y el funcionamiento efectivo de un plan de ordenación y usos que ya se ha aprobado, pero que no acaba de ponerse en marcha. Y esto tiene que ver también con la necesaria expropiación de terrenos —justa y por un monto razonable— cuando en los mismos se planteen usos incompatibles con la necesaria figura de protección de un enclave único y en riesgo. Pero aquí las cosas se dejan... hasta que se pudren. O, en este caso, hasta que la pista se desintegre y el agua, la vegetación y la tierra ocupen su lugar. O hasta que el eucalipto y la mimosa coloniza y desplaza al bosque de ribera. No hay derecho, en el sentido más literal de la palabra. Y es una pena, porque disfrutar de la Fraga cualquier día, hacer deporte sin algarabía en su entorno, tomar un café o un pincho de tortilla en la Taberna o contemplar en silencio la belleza y el sosiego de Caaveiro, es único. ¿O no?

Dejo para otro día el estado del Mosteiro de Monfero o el sospechoso olor a alcantarilla que arrastran dos o tres regatos que vierten al Eume o, en este momento, directamente a la carretera de la que hablaba... y luego al río...

QOSHE - Amo el bosque, amo la Fraga - José Luis Quintela Julián
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Amo el bosque, amo la Fraga

6 0
12.12.2023

Amo el bosque, en todas sus versiones. Y, consecuentemente, he dedicado y dedico tiempo no ya a visitarlos, sino a tratar de vivir bajo su beatífico influjo. Eso significa practicar en tales enclaves el siempre productivo y enriquecedor arte de conversar. O de pasear, caminar o hacer deporte corriendo por sus caminos. Un bosque es un lugar único para leer, o para escribir. No pocos artículos de los más de dos mil que llevamos en estos más de veinte años juntos, créanme, han sido escritos en un bosque. O, como mínimo, bajo algún árbol, a pesar de que mi reciente alergia a las garrapatas y el nivel de infestación de las mismas merced al cambio climático me hacen ser con tal cosa mucho más cauto que antaño...

Hay muchos tipos de bosques. Algunos, como el bello O Cal, mimado con pasión por Álvaro en San Sadurniño, son un verdadero milagro de la naturaleza, que agradezco y aplaudo. Otros son más corrientes, pero siempre tienen algo —o mucho— de especial. Hay bosques urbanos y bosques en parajes impresionantes. Bosques de especies bellísimas y otros más comunes. Bosques hay muchos, sí. Pero ninguno es feo. Todos tienen su magia, que hay que aprender a encontrar y disfrutar.

Si me preguntan ustedes cuál es el bosque que más me gusta, no podré contestarles. Y es que hay bosques tan dispares, que no pueden ser comparados. Pero si tal interpelación busca conocer en cuál me encuentro más a mí mismo, cuál es mi bosque de cabecera... entonces seguramente les diré que........

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