El nombre de Pedro Guerrero va unido al mío desde mi primera juventud, en Lorca, cuando en algún momento me ligué a su existencia atraído por la potencia de una personalidad que me enriquecía a cada instante.

A Pedro me pegué en aquellos años como una lapa porque me proporcionaba un continuo aprendizaje de la vida y de las cosas. Se trataba sólo de acompañarlo, de seguirlo a donde fuera, de ayudarlo en sus mil trajines. No era la suya una didáctica expresa, sino que uno se iba apropiando de lo que percibía en sus actitudes, opiniones, relaciones...

Lo primero era que el mundo no le resultaba ajeno. Pedro se aplicaba más a los asuntos de los otros que a los propios, expresaba sobre todas las cosas una preocupación por el entorno, política, social o medioambiental. Y lo suyo no era de boquilla, sino que se metía hasta las zancas, en un tiempo en que hacerlo resultaba algo más que arriesgado, peligroso, y cuando del compromiso político no era esperable recompensa alguna, salvo la satisfacción del ciudadano que sigue un impulso propio de solidaridad y de deseos de transformación.

Su relación con la política, en la medida en que era posible en los tiempos grises de la dictadura, no se limitaba a la abstracción intelectual y al corrillo con los semejantes, sino que derivaba en actividad, proyecto, iniciativa, y siempre él por delante, tomando partido, en palabras de uno de sus poetas de cabecera, «hasta mancharse».

Adelantado siempre a su tiempo, fue de las primeras personas que conocí que ponía énfasis en los problemas medioambientales cuando hacerlo era como salirse del guion, pues la cuestión no preocupaba siquiera a las fuerzas políticas organizadas contra el franquismo. A éstas, con las que Pedro estaba comprometido, en concreto con la que ofrecía mayor resistencia, el medioambiente les parecía entonces una derivación de esfuerzos que había que destinar a lo netamente político, algo marginal, relegado al espacio underground. Pero para Pedro, el medioambiente era cosa política, una humanística insoslayable, y requería acción inmediata, didactismo y lucha, una lucha que ya no era sólo contra el estamento político, sino contra grandes corporaciones protegidas por el poder que justificaban sus desmanes en aras al sacrosanto desarrollo, envuelto éste en la trampa del cortoplacismo.

Pero Pedro no era sólo un activista político. Su mundo era mucho más ancho, e incluía una permanente inmersión en la creatividad cultural y en el apoyo y difusión, con los medios que estuvieran a su mano, de escritores y artistas, del teatro y la música, acotando casi siempre el marco del compromiso público, pues para él también por entonces la cultura era estrictamente política. El círculo política-cultura se cerraba, sí, pero en su trazado se podía disfrutar a su lado de la pasión por la belleza y transmitía la sensación de que las cosas podían cambiar. Junto a Pedro uno creía que estábamos construyendo algo distinto, sin necesidad de saber el qué. Algo diferente a todo aquello que no nos gustaba, que se hacía irrespirable.

Toda esa ejemplaridad es tan sólo un rasgo de lo que me fascinaba de él. Porque aquellas quimeras políticas pronto trajeron la decepción, que Pedro sufrió más que nadie, pues su personalidad no es la de un estratega, carece de recovecos; en el mejor sentido, en él prima la ingenuidad, una especie de bondad primitiva, una tendencia, todo lo mitigada que se quiera, al miticismo roussoniano, características que incapacitan para el desenvolvimiento en esquemas procelosos y campos políticos conspirativos.

Como persona entregada sin reservas, Pedro ha sufrido muchos y continuados desengaños, a veces provocados en los espacios más inesperados por él, pero sorprende que nada de todo esto haya contribuido a que cuestione sus creencias más arraigadas. Sigue permaneciendo fiel a su constructo utópico, aunque lo vea desmoronado, razón por la que no se reprime para reilusionarse a cada momento en que percibe un nuevo intento de lucha, una posibilidad para el mantenimiento de la causa justa. Es un irreductible optimista histórico. Hoy como ayer.

Todo lo anterior quedaría reducido a un trazo biográfico si no añadiera lo que para mí ha sido su gran legado personal, su transferencia más indeleble y profunda. Pedro me inculcó sin palabras ni sermones, tan sólo con su disposición, el sentido de la amistad. La ‘amicitia’ separada de la ‘utilitas’, en el sentido ciceroniano. Tomé de él el concepto de la amistad como el más alto valor que nos relaciona con los otros, el más persistente, generoso y nutricio, y al cabo de los años he constatado que es el sentimiento que nos salva, que nos permite transitar con alegría por este valle de lágrimas.

He conocido a muchas personas con vocación política, comprometidas con los problemas colectivos que, sin embargo, se muestran indiferentes con sus próximos. Para Pedro lo más importante es el individuo, en él concentra su preocupación por el todo. El otro es el mundo. Por sus amigos sufre y por ellos goza, según cada circunstancia. Las ausencias inevitables que el paso del tiempo va dejando las cubre con una recurrencia permanente que las rescata del olvido, las hace estar presentes en la mesa en que seguimos celebrando la vida quienes todavía permanecemos juntos. La amistad, el calor del otro, como base de la existencia. Sin acompañar al amigo, nada tiene sentido. Muchas otras cosas se van oxidando, pero el valor de la amistad permanece intacto como motor de supervivencia. Esto es lo que me enseñó Pedro con su manera de vivir, y es lo que me sirve cada día y lo que más, entre mucho, le agradezco.

Esa sentimentalidad unida a la experiencia asoma en su obra poética, en la que con versos sencillos, casi prendidos en el ritmo de la calle, pone su corazón a la vista. Le basta tomar un lápiz y una servilleta de papel para elevarse a un universo desde el que nos devuelve una mirada limpia, plena de ternura, que convoca sonrisas de gratitud por los dones de la existencia. Pedro es un celebrante de la amistad y la concordia, alguien que aspira a promover la felicidad en cualquier pequeño círculo en el que pueda irradiar. Uno siempre ha querido estar abrigado por esa su magia.

Pedro no es solo Pedro. Es también Juani, a veces junco, a veces roble, pero siempre el tronco seguro al que asirse, su toma de tierra. Y son también Pedro y Pablo, reflejos en aplicaciones distintas del talento y las inquietudes de unos padres en fuga de toda convención. A veces digo que yo también soy un poco de la familia, porque los quiero con el alma por el poso que han dejado en mi vida.

Pedro tiene una frase para glosar a sus amigos. Suele decir de éste o aquél, «mi amigo, más que mi amigo, mi hermano». Hoy, en este homenaje, con toda mi emoción, se la devuelvo.

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'Pedro Guerrero, un corazón a la vista', por Ángel Montiel

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04.01.2024

El nombre de Pedro Guerrero va unido al mío desde mi primera juventud, en Lorca, cuando en algún momento me ligué a su existencia atraído por la potencia de una personalidad que me enriquecía a cada instante.

A Pedro me pegué en aquellos años como una lapa porque me proporcionaba un continuo aprendizaje de la vida y de las cosas. Se trataba sólo de acompañarlo, de seguirlo a donde fuera, de ayudarlo en sus mil trajines. No era la suya una didáctica expresa, sino que uno se iba apropiando de lo que percibía en sus actitudes, opiniones, relaciones...

Lo primero era que el mundo no le resultaba ajeno. Pedro se aplicaba más a los asuntos de los otros que a los propios, expresaba sobre todas las cosas una preocupación por el entorno, política, social o medioambiental. Y lo suyo no era de boquilla, sino que se metía hasta las zancas, en un tiempo en que hacerlo resultaba algo más que arriesgado, peligroso, y cuando del compromiso político no era esperable recompensa alguna, salvo la satisfacción del ciudadano que sigue un impulso propio de solidaridad y de deseos de transformación.

Su relación con la política, en la medida en que era posible en los tiempos grises de la dictadura, no se limitaba a la abstracción intelectual y al corrillo con los semejantes, sino que derivaba en actividad, proyecto, iniciativa, y siempre él por delante, tomando partido, en palabras de uno de sus poetas de cabecera, «hasta mancharse».

Adelantado siempre a su tiempo, fue de las primeras personas que conocí que ponía énfasis en los problemas medioambientales cuando hacerlo era como salirse del guion, pues la cuestión no preocupaba siquiera a las fuerzas políticas organizadas........

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