La leyenda asegura que la mesa que contenía las exquisitas viandas en el centro de la bodeguita ha sido el soporte de algunas de las más reñidas conspiraciones políticas que se han producido en Cartagena y aun en el resto de la Región. No hace falta que la tabla sea redonda, pues es rectangular, y los caballeros que solían y, dicen, suelen ocuparla son cambiantes, pues se los va llevando el viento, es decir, el tiempo, y sólo uno es permanente: el anfitrión, Tomás Martínez Pagán.

Una vez al año, de buena mañana de San Silvestre, el empresario cartagenero toca campanillas previas a las campanadas y acude a su cubil el todo por el todo. A sabiendas de que el poder político es sólo un quesito del poder, allí recibe al establecimiento al completo: el religioso, el militar, el policial, el empresarial, el sindical, el universitario, el portuario, el cultural, el mediático y más que hubiera. Los políticos son invitados por riguroso protocolo estamentado, y al máximo nivel: representación estatal, autonómica, parlamentaria y, por supuesto, local, con la alcaldesa, Noelia Arroyo, al frente, y con ella los portavoces de todos los grupos municipales en dulce tregua navideña. Hay quien no asiste, pero debe procurarse un buen pretexto: un ataque gripal, una reunión de Estado o, como en el caso del presidente de la Comunidad, una escapada a la nieve. Y todos han de estar representados por sustitutos del inmediato escalón en el respectivo staff, quienes procuran llevar en la boca el certificado que justifica la ausencia del principal.

El lugar, la dicha bodeguita, es indescriptible, un sotanillo en el que uno se sumerge en otro siglo, sin poder decidir en cuál. Dispone de dos altares: una sólida barra para el servicio gastronómico, y una barroca capilla en un espacio acotado donde la imagen religiosa aparece rodeada de estanterías en que se alinean botellas de licores que testimonian locales históricos de la hostelería cartagenera que pasaron a mejor vida. La densidad de cuadros, medallas, metopas, escudos, reliquias, recordatorios y cualquier otro tipo de chismes de indudable valor sentimental para el anfitrión es tal que quien allí entra queda abrigado por la Historia, particularmente la de Cartagena. El espacio se ha quedado pequeño para la interminable lista de invitados, de modo que ha debido ser conectado al parking de la casa-chalé, cuyas paredes también empiezan a ser cubiertas de abalorios, pero que constituye un respiradero incluso, en la rampa, para los impenitentes fumadores.

Durante algo más de dos horas de encuentros, saludos, corrillos y blablablá, el quién es quién de Cartagena y de la Región, en modo apretujado, convive en forzada camaradería, pues también hay quienes hacen lo imposible por esquivarse. Todo concluye en un brindis moderado por el anfitrión en el que intervienen, por riguroso orden protocolario, los representantes de los diversos órdenes estamentales. Los discursos suelen ser neutros y conciliadores, aunque hay quien aprovecha para recitar su hoja de resultados. Todo encaja divinamente con la degustación de la sidra especial de Estrella de sabor afrutado y unos sublimes dátiles de Túñez.

Martínez Pagán, el alcalde que nunca quiso ser de Cartagena porque habría tenido que serlo por un partido, uno u otro, reina por un día y, dicen, también durante el resto del año desde su bodeguita. El poder conspiratorio de esa mesa es una leyenda que él disimula haciendo crónicas gastronómicas, pero, ay si no te invita, y peor ay si te invita y no vas.

Mi pesar es que en la lista oficial de invitados figuraba un tal «señor Marqués de las Campanillas» y nadie supo darme cuenta de él. Otro año será.

QOSHE - Apoteosis del poderío - Ángel Montiel
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Apoteosis del poderío

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03.01.2024

La leyenda asegura que la mesa que contenía las exquisitas viandas en el centro de la bodeguita ha sido el soporte de algunas de las más reñidas conspiraciones políticas que se han producido en Cartagena y aun en el resto de la Región. No hace falta que la tabla sea redonda, pues es rectangular, y los caballeros que solían y, dicen, suelen ocuparla son cambiantes, pues se los va llevando el viento, es decir, el tiempo, y sólo uno es permanente: el anfitrión, Tomás Martínez Pagán.

Una vez al año, de buena mañana de San Silvestre, el empresario cartagenero toca campanillas previas a las campanadas y acude a su cubil el todo por el todo. A sabiendas de que el poder político es sólo un quesito del poder, allí recibe al establecimiento al completo: el religioso, el militar, el policial, el empresarial, el sindical, el universitario, el portuario, el cultural, el mediático y más que hubiera. Los........

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