Abrigo gris, bufanda roja, zapatos de tacón en el borde de lo apropiado, ella; pantalón claro, sudadera azul y zapatillas deportivas, él. Ambos caminando contra el azote del viento, con gesto encogido por el fresco que no mitiga la mañana soleada. La melena al viento despeja la cara de la ministra, que habitualmente vemos como entre paréntesis por la caída lateral de sus mechas. El presidente habla con las manos protegidas en los bolsillos de la prenda superior, sin ayudarse del énfasis de los gestos.

Cualquier paseante que se cruzara con ellos sin identificarlos pensaría que se trata de una pareja de desocupados lugareños a los que el clima desapacible no los habría disuadido de disfrutar del rutinario paseo por la ribera del Mar Menor.

Con una perspectiva más lejana, como la que ofrecen las fotos de Caval para este periódico, cuyo marco incluye el fondo neblinoso de los edificios del otro lado de la laguna y sus aguas azules en modo plato, tenemos una estampa romántica, como la que suelen guardar los enamorados que se inmortalizan en ese remanso de paz y armonía.

Fernando López Miras y Teresa Ribera, ayer en el Mar Menor. Iván Urquízar

Nadie diría que la escena reúne a una socialcomunista contraria al desarrollo agrario y a un ultraliberal capaz de asociarse a la extrema derecha negacionista del cambo climático. Y que a este encuentro ha precedido un rosario de recursos judiciales y declaraciones poco contenidas. A la tormenta sigue la calma, y ahí los vemos como desde siempre debiéramos haberlos visto para anunciar la creación de una llamada Comisión Interadministrativa para coordinar decisiones en torno a la protección del Mar Menor. Es sabido que crear comisiones es una manera de entretener las soluciones, pero algo es algo.

Al plácido paseo seguirán después reproches de las respectivas cuadrillas sobre incumplimientos y desententimientos, cosa previsible. Pero la imagen de la pareja rondando el Mar Menor transmite cierta ternura. Lo que el Mar Menor ha unido, que no lo separe ni Dios.