Jamás me ha gustado el cine de terror, ni el más gore que muestra las tripas de jóvenes atravesados por enormes cuchillos que les entran por los ojos y les salen por donde se le ocurre al director, ni el de supuestas posesiones demoniacas, que convierten a la niña más dulce del colegio en la peor de tus pesadillas. Poco a poco fui acostumbrándome a ver esas películas sin que alteraran mi pulso lo más mínimo. En algunas ocasiones, esas horripilantes escenas, que antes no podía ni mirar, hasta me han producido risa. He sido cada vez más consciente de que son fruto de las ocurrencias de algún guionista de imaginación retorcida. Al final, solo es ficción y, como ha dicho recientemente nuestro presidente Pedro Sánchez, «la verdad es la realidad». Sin entrar a valorar lo que quiso expresar exactamente, sí precisaré que esa realidad es la que debe darnos miedo de verdad. Nada dijo el jefe del Ejecutivo de la actualidad, aunque sospecho que será verdad o no para él en función de su propia realidad. Menudo lío versión Matrix en el que nos metemos con tal de rizar el rizo y no llamar a las cosas por su nombre.

Más allá de los monstruos y demonios de los que debemos protegernos siempre, con quienes debemos tener cuidado es con nosotros mismos, en primer lugar, que somos capaces de lo mejor, pero también de lo peor. Y no debemos mostrarnos menos temerosos ante lo que nos indican nuestros sentidos. Aquello que le repetía Mudler a Scully tantas veces de que «la verdad está ahí fuera» va a ser verdad, aunque resulta que ahí fuera está más dentro de lo que podemos pensar. ¿Cómo si no se explica que en un país donde hemos sufrido tantos años como consecuencia de un terrorismo atroz, que ha dejado regueros de sangre y de muertos inocentes, nos dediquemos ahora a trivializar sobre los grados de un término que se deriva de la palabra terror? ¿A qué estamos jugando? Máxime, cuando las motivaciones que llevan a este debate surgen de sentimientos de independencia similares a los que propiciaron las masacres de tantas bombas y disparos en la sien. Claro que no es lo mismo, porque ahora no atentan contra nuestras vidas, al menos no en sentido literal, pero sí soslayan y menoscaban principios y libertades que nos han costado conseguir con giros lingüísticos y fuegos de artificio. Lo hacen, además, cayendo en la perversión, ya que lo disfrazan de una democracia a la medida más que dudosa. Se erigen en nuevos evangelizadores, como si sus palabras y sus obras fueran las únicas moralmente aceptables, cuando son ellos los que trazan su camino sin atravesar líneas rojas, nos dicen, porque caminan pisándolas continuamente en un ejercicio de equilibrio que comienza a generar auténtico pánico.

Disculpen si me muestro tan temeroso, pero asusta ver a tanto mesías queriendo salvarnos de condenas que ellos mismos crean o se inventan. Como ha ocurrido esta semana con las críticas a la enorme, original y fantástica lona de Puebla que cubre la catedral en Murcia. Una decena de colectivos de las decenas de miles que habrá en la Región ha pedido la retirada de la obra por considerarla una agresión contra el patrimonio. Esgrimen que está prohibido colocar publicidad en las fachadas de monumentos protegidos y escalan hasta su atalaya de defensores de nuestra cultura para alzarse en portavoces de turistas supuestamente molestos y decepcionados por la visión de la lona. Me pregunto si también estos evangelizadores prefieren que los visitantes disfruten de la visión de andamios y horribles telas vacías que yo mismo he encontrado en otros monumentos en algún viaje. O acaso querrán que pongan una foto de la catedral sobre su fachada. Aplaudo la valentía del Obispado al encargar al dibujante cartagenero este regalo que nos ha hecho a toda la Región, pues la composición rinde homenaje a toda nuestra Comunidad y a su propia historia. Respecto a la inclusión de publicidad, el humorista gráfico ha demostrado una delicadeza exquisita al integrarla de una manera natural en su obra que, por si algunos no lo tienen claro, también es de arte. Aunque, tal vez, lo que pretendan estos adalides de la protección patrimonial sea que la necesaria restauración de la catedral se haga íntegramente con dinero público y que no cuente con un euro de aportación privada.

Cómo nos gusta perdernos y marearnos para discutir cuando «la verdad es la realidad» y eso es algo que debería estar claro. Basta con que llamemos a las cosas por su nombre. Por eso, más allá de incendiar ánimos de arraigos territoriales y sentimientos de independencia que pueden ser legítimos, si vemos una fotografía del tercio de San Juan Marrajo, debemos decir que pertenece a la Semana Santa de Cartagena y no a la de Murcia, como les ha ocurrido a los editores de un libro de texto de Ciencias Sociales de 3.º de primaria.

Vamos a hablar claro y comunicarnos con respeto, usando las palabras según su significado, procurando ser lo más precisos posible y sin artimañas mediante la incorporación de adjetivos que, más que reforzar, tergiversan el mensaje. Porque aunque sigamos utilizando el mismo lenguaje, estamos empezando a hablar distintos idiomas. Si dejamos que vaya a más, levantaremos más muros y una torre de Babel en la que ya no nos entenderemos y acabará imponiéndose la ley del más fuerte, que no es precisamente el más votado, sino el que logra más con menos.

Sí, da miedo, terror, pero esta vez no se soluciona tomándoselo a risa. ¡Qué Dios y los santos de la lona de Puebla nos protejan!

QOSHE - Una de terror - Andrés Torres
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Una de terror

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27.01.2024

Jamás me ha gustado el cine de terror, ni el más gore que muestra las tripas de jóvenes atravesados por enormes cuchillos que les entran por los ojos y les salen por donde se le ocurre al director, ni el de supuestas posesiones demoniacas, que convierten a la niña más dulce del colegio en la peor de tus pesadillas. Poco a poco fui acostumbrándome a ver esas películas sin que alteraran mi pulso lo más mínimo. En algunas ocasiones, esas horripilantes escenas, que antes no podía ni mirar, hasta me han producido risa. He sido cada vez más consciente de que son fruto de las ocurrencias de algún guionista de imaginación retorcida. Al final, solo es ficción y, como ha dicho recientemente nuestro presidente Pedro Sánchez, «la verdad es la realidad». Sin entrar a valorar lo que quiso expresar exactamente, sí precisaré que esa realidad es la que debe darnos miedo de verdad. Nada dijo el jefe del Ejecutivo de la actualidad, aunque sospecho que será verdad o no para él en función de su propia realidad. Menudo lío versión Matrix en el que nos metemos con tal de rizar el rizo y no llamar a las cosas por su nombre.

Más allá de los monstruos y demonios de los que debemos protegernos siempre, con quienes debemos tener cuidado es con nosotros mismos, en primer lugar, que somos capaces de lo mejor, pero también de lo peor. Y no debemos mostrarnos menos........

© La Opinión de Murcia


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