Como en la mayoría de los ámbitos relacionados con el conocimiento científico, los primeros estudios sobre el comportamiento de las aves fueron los realizados por hombres, si bien, como ya reseñamos en un artículo publicado en este mismo espacio, siempre ha habido mujeres dedicadas a su estudio y observación, pero sus aportaciones y sus descubrimientos han estado en un segundo plano.

Este sesgo de género, que impregna muchos de los trabajos que se realizan en el campo de la ciencia, es el que ha prevalecido durante mucho tiempo en el estudio del canto de las aves.

De manera unánime, los científicos de todo el mundo han mantenido durante siglos que el canto de las aves era un rasgo masculino. Estos sonidos, formados por vocalizaciones largas y complejas, tienen la función principal de atraer a las hembras en época de apareamiento y competir con otros machos por el territorio. A las hembras se les atribuía la emisión de sonidos cortos y estridentes con los que alejar a los intrusos de sus nidos. Esta diferencia de comportamientos es uno de los ejemplos que han recogido los libros de texto para explicar la teoría de la evolución sexual formulada por Charles Darwin en el siglo XIX.

Los trabajos sobre aves se han realizado tradicionalmente sobre especies del hemisferio norte y han sido llevados a cabo por ornitólogos hombres, con lo que las especies residentes en otras latitudes estaban poco estudiadas. Sin embargo, gracias a los trabajos de mujeres ornitólogas sobre los cantos femeninos, se ha demostrado que más del 70% de las aves cantoras hembras en todo el mundo también cantan y que emiten vocalizaciones tanto para defender su territorio como para comunicarse con sus parejas, además de para otras funciones. Y esto es especialmente interesante y está muy generalizado en especies del hemisferio sur. Una de estas aves, cuya hembra tiene diversos modos de canto, es el maluro soberbio (Malurus cyaneus), una especie autóctona del sureste de Australia y de Tasmania. Uno de esos cantos lo hace a sus huevos antes de que eclosionen, de manera que los polluelos emiten un fraseo similar al de la madre cuando, una vez que eclosionan, le piden comida.

Pero el estudio de los cantos de las aves no es el único ejemplo de la presencia del sesgo de género a la hora de la transmisión del conocimiento.

Siempre se ha interpretado que las mujeres en la prehistoria ni cazaban ni pintaban en las cuevas. El hombre era el cazador y ellas recolectoras y cuidadoras. Sin embargo, el hallazgo de una chica de entre 17 y 19 años enterrada hace unos 9.000 años junto a sus armas y la revisión de un centenar de enterramientos llevó a un grupo de arqueólogos a afirmar que, al menos, un tercio de las mujeres eran cazadoras. Según una investigación realizada por la profesora de antropología Sarah Lacy de la Universidad de Delaware, y su colega Cara Ocobock, de la Universidad de Notre Dame, las mujeres no solo eran físicamente capaces de ser cazadoras, sino que hay pocas evidencias que respalden que no cazaban. Estas investigadoras encontraron ejemplos de igualdad entre ambos sexos en cuanto a herramientas, dieta, arte, entierros y anatomía.

La teoría del hombre prehistórico cazador tuvo su auge en el año 1968, cuando los antropólogos Richard B. Lee e Irven DeVore publicaron Man the Hunter. En el imaginario colectivo se instaló la imagen de que todos los cazadores eran hombres. Y cuando alguna mujer publicaba investigaciones que demostraban que esto no era del todo cierto, su trabajo era ignorado o denostado.

Los estudios de estas investigadoras sobre nuestros antepasados demuestran que las sociedades prehistóricas eran bastante igualitarias en cuanto a la realización de actividades para la subsistencia de la comunidad.

Son numerosos los ejemplos en los que el papel que las mujeres hemos jugado en la transmisión del conocimiento y en la historia ha quedado sepultado y ha sido ignorado, y debemos reflexionar acerca de por qué la mujer apenas aparece en los libros de historia, de ciencias o de otras materias, o por qué en los equipos de investigación su presencia sigue siendo mucho menor que la de sus colegas hombres.

Estos dos ejemplos ponen de manifiesto la necesidad de dar visibilidad también a los trabajos de investigación realizados por mujeres, así como la importancia de abandonar los estereotipos que lastran el camino para conseguir alcanzar una igualdad efectiva.

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El sesgo de género en la transmisión del conocimiento

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18.01.2024

Como en la mayoría de los ámbitos relacionados con el conocimiento científico, los primeros estudios sobre el comportamiento de las aves fueron los realizados por hombres, si bien, como ya reseñamos en un artículo publicado en este mismo espacio, siempre ha habido mujeres dedicadas a su estudio y observación, pero sus aportaciones y sus descubrimientos han estado en un segundo plano.

Este sesgo de género, que impregna muchos de los trabajos que se realizan en el campo de la ciencia, es el que ha prevalecido durante mucho tiempo en el estudio del canto de las aves.

De manera unánime, los científicos de todo el mundo han mantenido durante siglos que el canto de las aves era un rasgo masculino. Estos sonidos, formados por vocalizaciones largas y complejas, tienen la función principal de atraer a las hembras en época de apareamiento y competir con otros machos por el territorio. A las hembras se les atribuía la emisión de sonidos cortos y estridentes con los que alejar a los intrusos de sus nidos. Esta diferencia de comportamientos es uno de los ejemplos que han recogido los libros de........

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