En las pasadas semanas hemos asistido con estupor a las agresivas manifestaciones de la ultraderecha contra la amnistía y contra la investidura de Pedro Sánchez, aunque sabemos que en realidad esas manifestaciones eran más bien contra la impotencia generada por no haber alcanzado el poder. Con estupor decimos porque realmente nos ha sorprendido tanto odio y tanta zafiedad. Hemos escuchado gritos de «Begoña tiene cipote» en alusión al bulo difundido en la manosfera de que la esposa de Pedro Sánchez es una mujer trans. Hemos escuchado «Hijo de puta, lárgate con Begoño», en la misma línea del exabrupto anterior. Les hemos oído llamar «maricón» a todo hombre que no vociferaba junto a ellos: maricón el político, maricón el policía, maricón el periodista.

Sus insultos definen cómo son o cómo quieren ser ellos basándose en lo que no quieren ser y en consecuencia cómo debe ser un hombre de verdad, todo lo que queda por fuera de estas definiciones es despreciado y susceptible de ser objeto de su violencia, ya sea verbal o física. Si insultan a otro hombre llamándole «maricón» es porque están orgullosos de no ser mujeres y sobre todo orgullosos de no ser un hombre que asume actitudes asimilables a las de una mujer, ese sujeto inferior.

Si gritan «moros no» (que qué tendrán que ver con la amnistía, el motivo que les llevó a las calles) o gritan «España cristiana y no musulmana» es porque para ellos solo es válida una nacionalidad, la española, ligada a una religión, la católica y a una raza, la blanca.

No les importa la constitución ni lo más mínimo, de hecho, portaban banderas preconstitucionales y abominan contra derechos tan constitucionales como el de la igualdad. Lo único que les interesa es reclamar un modelo de país ligado rígidamente a unas identidades atávicas y por tanto inamovibles. En esa España que ellos reclaman, en esta ocasión con la excusa de la amnistía, sobran (además de las nacionalidades periféricas) los maricones, las lesbianas, los moros, los negros y en la que las mujeres deben volver a ser lo que dicta el patriarcado: el ángel en el hogar y la fulana en el puticlub. Por tanto, las ministras de un gobierno de izquierdas, puesto que no son el ángel del hogar, ya que detentan un cargo público, solo pueden ser la fulana en el puticlub y así las han representado: como muñecas hinchables con una pancarta que rezaba: «estas son las ministras del gobierno». Han utilizado la muñeca hinchable como trasunto de la mujer prostituida, para ellos, habituales del burdel, mero objeto de diversión. Y en este caso además objeto de mofa.

La violencia simbólica contenida en esa performance es enorme y habla de forma elocuente de la visión que tienen de las mujeres. Una visión expresada en toda su amplitud en la manosfera, refugio virtual para los individuos que se sienten amenazados por el avance de la igualdad entre hombres y mujeres.

En este artículo de hace un año (’La manosfera’, del 29 de diciembre de 2022) ya explicábamos en qué consistía este fenómeno: «Parte de esa reacción [contra el avance de la igualdad de los últimos tiempos], cuyas claves son negación y frustración, se ha refugiado en las redes constituyendo lo que se ha venido a llamar la manosfera (de ‘man’, hombre en inglés), generando un contenido abiertamente machista e incluso, en determinados grupos, violento, banalizando la agresión sexual (comparten memes y bromas del tipo: no lo llames violación, llámale sexo sorpresa, no es violación si ella está dormida, etc.) y presentando a los hombres como víctimas de unas mujeres malvadas y manipuladoras cuya única obsesión es emascularlos».

En la manosfera (y ahora también en estas manifestaciones) crean comunidad, se lamentan de los privilegios que han perdido y hacen trinchera en torno a una masculinidad en peligro de extinción que necesita ser reafirmada de forma continua. Por eso, cuanto más grosero el trazo del insulto más confortados se sienten: la performance de las muñecas hinchables, por tanto, les define a la perfección. Asusta imaginarlos al frente de un gobierno.

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Muñecas hinchables y la manosfera

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07.12.2023

En las pasadas semanas hemos asistido con estupor a las agresivas manifestaciones de la ultraderecha contra la amnistía y contra la investidura de Pedro Sánchez, aunque sabemos que en realidad esas manifestaciones eran más bien contra la impotencia generada por no haber alcanzado el poder. Con estupor decimos porque realmente nos ha sorprendido tanto odio y tanta zafiedad. Hemos escuchado gritos de «Begoña tiene cipote» en alusión al bulo difundido en la manosfera de que la esposa de Pedro Sánchez es una mujer trans. Hemos escuchado «Hijo de puta, lárgate con Begoño», en la misma línea del exabrupto anterior. Les hemos oído llamar «maricón» a todo hombre que no vociferaba junto a ellos: maricón el político, maricón el policía, maricón el periodista.

Sus insultos definen cómo son o cómo quieren ser ellos basándose en lo que no quieren ser y en consecuencia cómo debe ser un hombre de verdad, todo lo que queda por fuera de estas definiciones es despreciado y susceptible de ser objeto de su violencia, ya........

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