En el Próximo Oriente, en tierras de Israel y Palestina, no hay opción al diálogo, hablan las armas. No hay empatía hacia el semejante, imperan el temor y la desconfianza. No hay piedad, reinan el odio y la venganza.

Desde el acuerdo de partición de Palestina de 1947, por el que la ONU, con el voto favorable de 33 miembros, entre ellos EEUU y la URSS, decidiera crear el Estado de Israel - quizás para compensar el reciente genocidio nazi del pueblo judío-, este país se ha visto envuelto en guerras constantes con los países árabes, ya desde 1948. Tras esa guerra, las tierras que otorgara la ONU a los palestinos en la partición de su propio territorio (11.383 km²) se habían volatilizado: unas las ocupó Israel (5.728 km²); Egipto se quedó con Gaza (217 km²), y Jordania, con Samaria y Judea, regiones que globalmente se denominarían, en adelante, Cisjordania (5.878 km²).

Comenzaba el calvario del pueblo palestino, la diáspora, la dispersión de su población por países limítrofes (en Jordania viven unos 4 millones), recluida en una Cisjordania que ha ido menguando gradualmente en virtud de los asentamientos israelíes, y en la Franja de Gaza, hoy un auténtico campo de concentración que alberga a no menos de 2,3 millones de habitantes. Una reedición del apartheid sudafricano.

Tras la Guerra de los Seis Días (1967) y la del Yom Kipur (1973), sendas resoluciones de la ONU (la 242 y la 338, respectivamente) estipulaban la necesidad del mantenimiento de una paz justa y duradera en Oriente Próximo. A la muerte del presidente egipcio Nasser, las posiciones del mundo árabe a favor de la causa palestina sufrieron un duro revés tras los acuerdos de paz Sadat-Begin-Carter, de 26 de marzo de 1979, en cuyo protocolo los gobiernos de Egipto e Israel se comprometían a iniciar negociaciones sobre los territorios ocupados de la Cisjordania y la Franja de Gaza.

Pero en Israel gobernaba el partido ultranacionalista Likud, de Menachem Begin, contrario a hacer concesiones a los palestinos. Ello supuso el crecimiento de la resistencia de este pueblo, con grupos como Al-Fatah, de Arafat; Al-Fatah-CR, de Abu Nidal; el FLP, de Hawatmet… y también la proliferación de atentados como el de Septiembre Negro, en Larnaka, Chipre; las matanzas de los aeropuertos de Roma y Viena; el secuestro del barco Achile Lauro… Perdido el apoyo egipcio, el pueblo palestino hubo de refugiarse en el Líbano, invadido por Israel en 1982, por lo que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) aceptó salir del país.

Ante la imposibilidad, en los límites de este artículo, de reseñar en detalle toda la historia de los conflictos que han enfrentado a partir de ese momento a israelíes y palestinos y los intentos de solución, expondré, al menos telegráficamente, la cronología de los mismos. 1987: Primera Intifada. 1991-1993: Conferencia de Paz de Madrid y Acuerdos de Oslo. Creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), presidida por Yasir Arafat. Año 2000: Segunda Intifada, finalizada a la muerte de Arafat. 2005: Salida de Israel de la Franja de Gaza (Plan de Desconexión), tras la que Hamás toma el control de la misma. 2008-2014: Israel lanza la operación ‘Plomo fundido’, que causó más de 1.300 muertes de palestinos. 2020-2021: La Covid-19 impuso un paréntesis, interrumpido en mayo de 2021 con la muerte de más de 250 palestinos. Octubre de 2023: Según los últimos datos en el momento de redactar este artículo, se contabilizan más de 7.000 muertes de palestinos en Gaza; seguramente, la cantidad será mayor, pues habrá más víctimas entre los escombros, entre las cuales se cuentan más de 2.700 niños, casi 1.600 mujeres y unos 360 ancianos, a los que hay que añadir las más de 100 personas asesinadas en Cisjordania. Las víctimas israelíes suman 1.400.

Tirando de hemeroteca, hay que recordar que desde la primera Intifada de 1987 y hasta la guerra actual, la represión israelí ha causado más de 15.000 víctimas palestinas, por algo más de 2.000 israelíes. La desproporción es evidente, por lo que cabe calificar a la política israelí sobre el pueblo palestino de un lento, pero planificado, genocidio. ¿Qué pretende Israel, además de consumar una venganza, ocupar la Franja, anexionarla? ¿Acaso cree que puede acabar con Hamás y volver a la situación anterior a los atentados como si nada hubiera ocurrido?

Por supuesto que la reciente acción de Hamás ha sido un atentado terrorista sobre personas inocentes, por supuesto también que Hamás debería liberar a los rehenes. Pero nadie puede asegurarnos que, si lo hace, Israel vaya a detener su enloquecida y criminal ofensiva, pues nadie parece querer exigirle con firmeza que ponga fin a la decisión de bombardear a dos millones de «animales humanos», según calificó a la población palestina el ministro de Defensa israelí. Gaza era la mayor cárcel a cielo abierto del mundo. Ahora es un inmenso campo de concentración.

Por ello, es más que lamentable el apoyo de la Unión Europea (UE) a Netanyahu, un nazi convencido del exterminio palestino, una UE que solo ha acordado la apertura de un corredor humanitario en la Franja, pero que no exige un alto el fuego; muy tibia, una vez más, la posición de Pedro Sánchez, que esconde su tibieza apelando a la constitución de dos Estados; e indignante, por supuesto, la desautorización israelí hacia la ONU por la advertencia de su Secretario general, Antonio Guterres, sobre los crímenes de guerra que viene perpetrando el Estado judío.

Israel nació y creció con el ruido de las bombas. Cuando, hoy, Israel viene considerando como terrorista a toda la población gazatí -discurso que es asumido vergonzosamente por un Occidente que justifica los crímenes israelíes como derecho a legítima defensa- hay que recordar que el nacimiento del Estado judío llevó el sello del terrorismo. El 22 de julio de 1946 un grupo de terroristas del Irgun protagonizó la voladura del hotel King David, en Jerusalén, ocasionando la muerte de 91 personas. En 1948, el conde Folk Bernadotte, diplomático sueco, es asesinado en Palestina por matones del grupo Stern. Y en ese mismo año, en el contexto de la guerra contra el mundo árabe, se produjo un asalto israelí en la noche del 9 de abril a la aldea árabe de Deir Yassin, que no participaba en el conflicto, por parte de unidades del Irgun, con el terrible saldo de 254 muertos, niños, mujeres y ancianos en gran mayoría, y con horribles mutilaciones en muchas de las víctimas.

De hecho, al poco de constituirse el Estado de Israel, un grupo de intelectuales, entre los que se encontraban personas judías como Hannah Arendt y Albert Einstein, dirigieron el 12 de diciembre de 1948, una carta al editor de New York Times en la que ya advierten de la existencia en Israel del Partido de la Libertad con un enorme parecido en organización, métodos, filosofía política y planteamientos sociales a los partidos nazi y fascistas. Ese partido, formado por los miembros y partidarios del antiguo Irgun, tenía como jefe a Menachem Begin, que se apresuró a viajar a EEUU en busca de apoyo y para cimentar su política con la ayuda del sionismo norteamericano.

Los firmantes afirmaban que «Begin habla de libertad, democracia y antiimperialismo, pero sus actuaciones traicionan sus palabras y muestran el carácter de este estado fascista».

Hoy, 75 años después, nada ha cambiado. Netanyahu es un ‘digno’ heredero de aquel nazi disfrazado de demócrata: Menachem Begin.

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No es legítima defensa, es genocidio

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01.11.2023

En el Próximo Oriente, en tierras de Israel y Palestina, no hay opción al diálogo, hablan las armas. No hay empatía hacia el semejante, imperan el temor y la desconfianza. No hay piedad, reinan el odio y la venganza.

Desde el acuerdo de partición de Palestina de 1947, por el que la ONU, con el voto favorable de 33 miembros, entre ellos EEUU y la URSS, decidiera crear el Estado de Israel - quizás para compensar el reciente genocidio nazi del pueblo judío-, este país se ha visto envuelto en guerras constantes con los países árabes, ya desde 1948. Tras esa guerra, las tierras que otorgara la ONU a los palestinos en la partición de su propio territorio (11.383 km²) se habían volatilizado: unas las ocupó Israel (5.728 km²); Egipto se quedó con Gaza (217 km²), y Jordania, con Samaria y Judea, regiones que globalmente se denominarían, en adelante, Cisjordania (5.878 km²).

Comenzaba el calvario del pueblo palestino, la diáspora, la dispersión de su población por países limítrofes (en Jordania viven unos 4 millones), recluida en una Cisjordania que ha ido menguando gradualmente en virtud de los asentamientos israelíes, y en la Franja de Gaza, hoy un auténtico campo de concentración que alberga a no menos de 2,3 millones de habitantes. Una reedición del apartheid sudafricano.

Tras la Guerra de los Seis Días (1967) y la del Yom Kipur (1973), sendas resoluciones de la ONU (la 242 y la 338, respectivamente) estipulaban la necesidad del mantenimiento de una paz justa y duradera en Oriente Próximo. A la muerte del presidente egipcio Nasser, las posiciones del mundo árabe a favor de la causa palestina sufrieron un duro revés tras los acuerdos de paz Sadat-Begin-Carter, de 26 de marzo de 1979, en cuyo protocolo los gobiernos de Egipto e Israel se comprometían a iniciar negociaciones sobre los territorios ocupados de la Cisjordania y la........

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