Hay mucho de azar en las fotografías que conservamos. No en el trastero del móvil, sino en las que ponemos en portarretratos que van ocupando su lugar en la casa junto a los pequeños objetos que cuentan nuestra historia. Es el tiempo quien hace su selección como si escondiera mensajes que algún día seremos capaces de descifrar, cuando nos amenace la amargura al descubrir cuántas cosas que antes estaban ya no están.

El otro día, mi hija Raquel me enviaba una fotografía que se había hecho en un balcón de Florencia con el Ponte Vecchio al fondo. Era idéntica a la que mi mujer y yo hemos tenido en nuestra habitación desde hace treinta años. Quisimos ver en esa coincidencia algún tipo de mensaje que el tiempo nos estuviera enviando. Una negación de la ausencia, un desmentido de la desaparición de las cosas, una afirmación de la continuidad de la vida.

¿Quién no se ha preguntado adónde va lo que hemos vivido o por qué duele su desaparición y el vacío que deja o si queda algo del nosotros de entonces? El tiempo hace su trabajo. Todo se irá desvaneciendo hasta que parezca que se instaura el reino de la ausencia. Y con las cosas que se van nos vamos nosotros también un poco hasta que el mundo es otro y nos sentimos extranjeros en él. Todo lo que un día fue importante desaparece. ¿Qué resuelve el recuerdo? ¿Cicatriza las heridas como un bálsamo artificial? ¿Solo es una sombra que hace más grande y oscura la ausencia? No lo sabemos.

Pero sí sabemos que en el instante de la fotografía todo estaba donde debía estar. Y vivirlo plenamente puede que haga más profunda la pérdida al subrayar la fugacidad, pero también hace el momento más verdadero y, estoy seguro, lo lanza como una flecha hacia el futuro. Porque lo importante se aferra al tiempo como un pájaro al aire, y utiliza las cosas para manifestarse, hacerse visible, guardar sus mensajes.

No es una ingenuidad, por lo tanto, confiar en el recuerdo, sino un tributo a la plenitud de los días. El tiempo se toma su tiempo. Es como una madre severa y tierna. Todo ocurre en sus brazos, pero solo cuando los imaginamos abiertos tanto para entrar como para alzar el vuelo. Nos enseñan la paciencia y el consuelo, y también la valentía para dar el salto. La soledad es huir del olvido por el miedo a que las cosas desaparezcan, como en los cuadros de Hopper donde seres atrapados en el instante se marchitan incapaces de imaginar el antes y el después.

En la fotografía antigua no había soledad ni miedo al futuro, sino plenitud. Quizá ese sea el mensaje que nos llega hoy con la nueva fotografía. El camino es largo y, como en una de esas cintas transportadoras de los aeropuertos, discurre en un frágil equilibrio entre el tiempo y el espacio. Nos resulta incómodo sentir que todo se mueve y nosotros estamos parados. Hay un poema de Mary Oliver que nos anima a aceptar el misterio. ¿Tenéis las respuestas?, pregunta a unas rosas silvestres: «Perdónanos, pero como puedes ver, justo ahora estamos totalmente ocupadas siendo rosas».

QOSHE - Las cosas llevan su tiempo - Enrique Arroyas
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Las cosas llevan su tiempo

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30.11.2023

Hay mucho de azar en las fotografías que conservamos. No en el trastero del móvil, sino en las que ponemos en portarretratos que van ocupando su lugar en la casa junto a los pequeños objetos que cuentan nuestra historia. Es el tiempo quien hace su selección como si escondiera mensajes que algún día seremos capaces de descifrar, cuando nos amenace la amargura al descubrir cuántas cosas que antes estaban ya no están.

El otro día, mi hija Raquel me enviaba una fotografía que se había hecho en un balcón de Florencia con el Ponte Vecchio al fondo. Era idéntica a la que mi mujer y yo hemos tenido en nuestra habitación desde hace treinta años. Quisimos ver en esa coincidencia algún tipo de mensaje que el tiempo nos estuviera enviando. Una........

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