Digo yo que aguantará, que podrá contener la respiración y realizar la fotosíntesis como el plástico manda. Total, va a estar un mes en La Redonda. Y será perenne, no se le caerán los filamentos, a razón de los 423.500 euros que nos cuesta. Estaremos atentos por si sus luces se resienten cuando, en el crepúsculo, la contaminación arrecie. Si nosotros resistimos -que estamos dando vueltas por la capital los doce meses y somos tan caducos como vacíos están nuestros bolsillos- que no se le ocurra al abeto toser.

Somos tan nuestros que no nos inmutarnos cuando se multiplican por seis los límites permitidos en las partículas más peligrosas, aquellas capaces de infiltrarse en los pulmones para después navegar, como troncos, por el torrente sanguíneo. La verdad es que tampoco sentimos ni frío ni calor ante la urna cuando otros vertidos no menos contaminantes, como los nitratos, acaban con el Mar Menor.

Con estos antecedentes y otros no menos gloriosos a la hora de minimizar la legislación medioambiental, no será difícil que Murcia presente su candidatura para acoger la próxima Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU. Si en esta edición los jefes o, mejor aún, los jeques de Dubai son, con sus culos aposentados en los barriles de petróleo, los anfitriones, por qué no traernos la cumbre a este rinconcito. Se iban a enterar de lo que es cambio climático y polución los 200 mandatarios del planeta.

Y junto a ello, la paradoja de esgrimir como amenaza la próxima implantación de una asignatura sobre la Constitución española, que en su artículo 45 establece que todos tienen derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado y el deber de conservarlo, siendo los poderes públicos los que velen por ello, incluido la imposición de sanciones. Aquí, donde cada mil litros de salmuera con nitratos que se vierte a nuestra laguna sale a medio euro de multa. Y donde marcar récords en contaminación urbana es como quien oye llover, que nunca llueve.