Un viaje da para muchas cosas, me decía hace unas cuantas horas el amigo Romualdo cuando le conté que acababa de llegar de Jerez de la Frontera, en donde he estado dos días y pico por cuestiones académicas. Por allá abajo y durante el viaje –le iba comentando con calma– he aprendido que las sorpresas se encuentran en cualquier parte, que en todos los lugares cuecen habas, que la diversidad cultural es un arma de doble filo que debe utilizarse con mucho tiento, que los prejuicios siguen causando grandes problemas de convivencia, que pensar en uno mismo mucho más que en los demás suele ser una conducta muy corriente, que donde menos te lo esperas también salta la liebre de la decencia, la comprensión y la ayuda mutua, que cambiar de aires suele ser una estrategia que reporta ingentes beneficios físicos, psicológicos y sociales, que la vida merece ser vivida con la máxima intensidad en los múltiples escenarios que se abren en nuestro camino y que, al fin y al cabo, el objetivo último de la humanidad es ser feliz, ¿no?

De todas estas historias hablamos durante un buen rato Romualdo y el que escribe en la cafetería de la esquina, con la compañía de unos cafés y unas magdalenas, que estaban de vicio. ¿Y por qué cuento estas milongas tan personales en un espacio público como este? Porque me apetece, claro. Pero, sobre todo, porque de un tiempo a este parte presto muchísima atención a las cosas aparentemente tontas y sin importancia de la vida cotidiana, a esas que suelen pasarse por alto y que, sin embargo, cuando se las observa con esmero, te brindan grandes sorpresas, lecciones y aprendizajes. Lo de arriba ha sido un breve resumen de lo que durante esos dos largos días he anotado desde que salí de casa, cogí el tren en la estación de Zamora, llegué a las estaciones de Chamartín y Atocha, en Madrid, el viaje hacia Jerez de la Frontera, la estancia en una ciudad que desconocía y todo lo que me depararon las reuniones de trabajo, los encuentros con viejos amigos, los cafés y las ensaladillas que tomé solo y, a veces, en compañía.

Y también me fijé en las luces. Sí, las de Navidad. Porque como ustedes pueden sospechar también en Jerez de la Frontera las calles estaban iluminadas. Muy iluminadas. Para mi gusto, excesivamente alumbradas. Sobre todo las del entorno de la Catedral, el Alcázar, la Plaza del Arenal y las que paseé de noche, cuyos nombres no recuerdo sin acudir al callejero virtual. Y mientras paseaba, a mi cerebro llegaban preguntas inquisitoriales: "¿Pero para qué tantas luces? ¿Qué significa todo esto? ¿Pero no tenemos que consumir responsablemente para que el Planeta no se resienta?". Y yo respondía que todo tiene un sentido aunque, en ocasiones, no lo encontremos. La luz no solo sirve para ver en la oscuridad sino que es una metáfora maravillosa, utilizada por religiones, sabios y personas de cualquier pelaje para explicar la vida cotidiana, el mundo, los sueños o las penalidades. Por eso iluminamos las calles en estas épocas, las fiestas de cumpleaños, los momentos íntimos y las despedidas, aunque sea con una sola vela.

QOSHE - Los viajes - José Manuel Del Barrio
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Los viajes

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17.12.2023

Un viaje da para muchas cosas, me decía hace unas cuantas horas el amigo Romualdo cuando le conté que acababa de llegar de Jerez de la Frontera, en donde he estado dos días y pico por cuestiones académicas. Por allá abajo y durante el viaje –le iba comentando con calma– he aprendido que las sorpresas se encuentran en cualquier parte, que en todos los lugares cuecen habas, que la diversidad cultural es un arma de doble filo que debe utilizarse con mucho tiento, que los prejuicios siguen causando grandes problemas de convivencia, que pensar en uno mismo mucho más que en los demás suele ser una conducta muy corriente, que donde menos te lo esperas también salta la liebre de la decencia, la comprensión y la ayuda mutua, que cambiar de aires suele ser una estrategia........

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