El fenómeno del despoblamiento del medio rural es una habitación llena de elefantes que ninguno queremos ver. Hay una parte que nos supera a todos: las dinámicas sociales se producen por múltiples causas, muchas de las cuáles ignoramos, y no siempre la política tiene capacidad de frenarlas.

En los pueblos hay menos servicios y menos posibilidades laborales, y además el estigma de lo rural como atrasado sigue presidiendo la conversación pública, aunque no queramos admitirlo. Pero hay otros temas en los que la política puede actuar y aunque no hay soluciones mágicas, es evidente que es mejor hacer aquello que se puede hacer, que soñar con remedios mágicos y arbitristas que no salen nunca de los despachos de profesor universitario.

Tenemos el tema de los centros de datos, cada vez más necesarios, para los cuáles se necesita suelo y se necesita energía. ¿Tiene algún sentido que se instalen al sur de Madrid y no en la montaña palentina, en Burgos o en Sanabria, donde el gasto en refrigeración es, además, mucho menor? Pero hay otro tema que afecta, y mucho al futuro del medio rural, y es el acceso a la vivienda. En Castilla y León hay centenares de núcleos de población de menos de quinientos habitantes; núcleos en claro declive demográfico y cuya solución no va a venir de la agricultura ni de la ganadería.

Parece evidente que una solución para que estos pueblos sigan vivos es facilitar la llegada de residentes, ya sean fijos o temporales, así como el hábitat de los mismos. Y sin embargo, las normas subsidiarias que se aplican en muchos de estos pueblos, de Soria a Zamora, con el silencio cómplice de muchas de las diputaciones, parecen aprobadas para evitar, precisamente, la llegada de la población. Como si el arquitecto que las diseñó quisiera convertir los pueblos en un museo o, más bien, en un mausoleo: no se puede construir en prácticamente sitio alguno, tierras que dejaron de cultivarse hace décadas siguen siendo rústicas, y en lo terrenos que se pueden urbanizar disparates como dejar diez o quince metros de distancia desde el eje hasta el centro de la finca imposibilitan de facto la construcción de viviendas.

El resultado es desolador: viviendas en ruina en los pueblos y solares vacíos por todas partes. Hay varias soluciones que se pueden poner en marcha, y todas ellas pasan por asumir que el medio rural o está vivo o nunca dejará de ser un mausoleo. Gravar desde luego las viviendas en ruina para que sean arregladas o salten al mercado es una de las alternativas, pero mirar lo que se hace en otros sitios de España puede servir también para aprender. Ahí tenemos la tierra montañesa, tan castellana durante siglos.

(*) Sociólogo y politólogo

QOSHE - ¿Y si nos hacemos montañeses? - Manuel Mostaza
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¿Y si nos hacemos montañeses?

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23.11.2023

El fenómeno del despoblamiento del medio rural es una habitación llena de elefantes que ninguno queremos ver. Hay una parte que nos supera a todos: las dinámicas sociales se producen por múltiples causas, muchas de las cuáles ignoramos, y no siempre la política tiene capacidad de frenarlas.

En los pueblos hay menos servicios y menos posibilidades laborales, y además el estigma de lo rural como atrasado sigue presidiendo la conversación pública, aunque no queramos admitirlo. Pero hay otros temas en los que la política puede actuar y aunque no hay soluciones mágicas, es evidente que es mejor hacer aquello que se puede hacer, que soñar con remedios mágicos y........

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