Cuando se plantea un equipo ofensivo, con argumentos, y recibes un gol o dos en los primeros minutos, tienes tiempo y expectativas para reaccionar y poner el resultado en orden.

Pero cuando no hay una clara idea de juego, los futbolistas actúan nerviosos, sienten el peso escénico y se mantiene el conflicto con los resultados, los goles tempraneros tienen un efecto emocional y anímico nocivo.
Sobre todo, si el oponente es un feroz equipo con pressing agresivo, veloces contraataques, con buenos definidores. Si tiene futbolistas como Darwin Quintero, Piedrahíta y Gil, dispuestos a arrebatar la pelota, a aprovechar los espacios y a definir con clase, con batalladores de medio juego que actúan al filo del reglamento.

Regalarle sectores sin marca, a un rival veloz, es suicidarse. Fue lo que hizo el Once en el medio campo, sin imponer condiciones en el control del balón y del juego en el comienzo del duelo.

No pudo por ello neutralizar a Quintero, quien jugó cómodo gran parte del partido, flotando creativo en tres cuartos del campo, influyendo en el juego y en el resultado.

Fueron los goles recibidos, por el Once Caldas, la consecuencia de los errores crónicos por el mal comportamiento defensivo, o la posesión equivocada, el control improductivo, la conducción exagerada y la pérdida de balones ofensivos, asumiendo claros riesgos.
El Once, pese a lo ya comentado, reaccionó después de los contrastes, equilibró el trámite y creó opciones, las que, aunque en buen número, no se transformaron en gol. Jugo bien por pasajes.

A punto estuvo de recibir el tercero y el cuarto gol en contra, por los consabidos fallos de sus defensores, quienes se plantan en su zona defensiva, como si estuvieran en un reguero de aceite.

Para el duelo clásico, se buscó la calma en la tormenta con David Lemos, pero resultó imposible encontrar en él las soluciones por su larga ausencia y su falta de ritmo.
Otra vez Dayro, lo mismo de siempre, como punta de lanza de un ataque insistente, pero insípido, que terminó siempre en un embudo por la tendencia a utilizarlo como única fuente de gol.

De lujo fue el partido de Billy Arce, en su mejor dimensión, marcando ritmos con pases, encontrando los huecos en la férrea defensiva del Pereira y aproximando a sus compañeros a la anotación. Tuvo una exhibición con calidad.

El resultado adverso, con sus consecuencias, que se maneja sumiso a las emociones, fue un descalabro, con la atenuante de ver en el campo un mejor equipo, pero sin la solidez para imponer autoridad en el resultado.

Luchó con insistencia el Once de H.D. Herrera, buscando el gol que lo aproximara al empate. Fueron 20 aproximaciones, varias de ellas con jugadas elaboradas, pero estériles en la puntada final.

P. D.: Desesperado quizás o para evitar agresiones, el presidente Castrillón abandonó el estadio antes de terminar el juego. No vio el gol del descuento. Mientras se elucubra sobre el éxito de una demanda contra Bucaramanga, sin vaticinios halagadores y se espera el debut de Bustamante, volante de buenas referencias.

QOSHE - Arce, el récord y el embudo - Esteban Jaramillo
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Arce, el récord y el embudo

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24.02.2024

Cuando se plantea un equipo ofensivo, con argumentos, y recibes un gol o dos en los primeros minutos, tienes tiempo y expectativas para reaccionar y poner el resultado en orden.

Pero cuando no hay una clara idea de juego, los futbolistas actúan nerviosos, sienten el peso escénico y se mantiene el conflicto con los resultados, los goles tempraneros tienen un efecto emocional y anímico nocivo.
Sobre todo, si el oponente es un feroz equipo con pressing agresivo, veloces contraataques, con buenos definidores. Si tiene futbolistas como Darwin Quintero, Piedrahíta y Gil, dispuestos a arrebatar la pelota, a aprovechar los espacios y a definir con clase, con batalladores de medio juego que actúan al filo del reglamento.

Regalarle sectores sin marca, a un rival........

© La Patria


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