Cada 8 de noviembre se realiza la Festividad, la Fiesta o el Culto de las Ñatitas en el Cementerio General de nuestra ciudad. No se tiene registros de cuándo comenzaron estos ritos urbanos, solo sabemos que —como muchas expresiones culturales— se pierden en la bruma de los tiempos prehispánicos cuando se sacaban los restos de los chullpares para hacerlos “vivir” unas horas en el mundo de los vivos (así lo describe un dibujo del cronista peruano Guamán Poma de Ayala del siglo XVI).

Lea también: Los perversos nuevos tiempos

Como toda ritualidad paceña, las Ñatitas se acompañan con otras expresiones: baile, libación, cantos; es decir, somos comunitarios y pluri/expresivos reuniendo múltiples expresiones sociales para gozar de intensos roces y de lubricaciones sociales en espacios muy próximos, pegados unos a otros, a diferencia de los seres del norte que rechazan la proximidad física (un tema analizado por el antropólogo estadounidense Edward T. Hall en su ciencia: la proxémica). A esta innata cercanía espacial, el culto de las Ñatitas añade un particular protagonista: casi un millar de cráneos humanos, todos con un nombre de pila y cargados de quiméricos encuentros y dádivas sin fin. Las Ñatitas se exhiben en el cementerio coronadas de flores, con las oquedades oculares tapadas con níveo algodón, con gorros o cigarros, y con la arrogancia de ser el símbolo universal de la muerte. Como la calaca amedrenta a los forasteros y asusta a las creencias foráneas, para ellos este rito es macabro y profano. Para nuestro pueblo, que en lo más profundo de su ethos cultiva la vida y muerte como un eterno devenir cíclico, este culto es festivo. Va una elucubración al respecto: creo que nuestra “espacialidad existencial” se rige por ese transitar flemático e imperturbable entre la vida y la muerte a través de planos elípticos que forman un rizo sin fin. Así, girando elípticamente, se forma nuestra manera cíclica y atemporal de ver la existencia. Y es por ello que, visitando las Ñatitas, te revuelven las “miradas bloqueadas” por el algodón. Esas oquedades que antes miraban el mundo real, ahora se vuelven a sí mismas en una sombría y vacua contemplación que, paradójicamente, auguran tiempos de prosperidad y fortuna (dato al margen: el algodón para los indígenas norteamericanos simbolizaba sanación y suerte).

Si experimentas las Ñatitas con la mirada occidental que desacraliza deidades —como la Madre Tierra— y descentra las creencias por la ciencia, es obvio que solo ves cráneos y algodones que no transmiten nada. Pero si vives La Paz y sus expresiones como un genuino ser andino, resplandecerán en tu ajayu los arcanos subyacentes del culto más intenso de nuestro calendario cultural.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

QOSHE - El culto más intenso - Carlos Villagómez
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

El culto más intenso

8 0
17.11.2023

Cada 8 de noviembre se realiza la Festividad, la Fiesta o el Culto de las Ñatitas en el Cementerio General de nuestra ciudad. No se tiene registros de cuándo comenzaron estos ritos urbanos, solo sabemos que —como muchas expresiones culturales— se pierden en la bruma de los tiempos prehispánicos cuando se sacaban los restos de los chullpares para hacerlos “vivir” unas horas en el mundo de los vivos (así lo describe un dibujo del cronista peruano Guamán Poma de Ayala del siglo XVI).

Lea también: Los perversos nuevos tiempos

Como toda ritualidad paceña, las Ñatitas se acompañan con otras expresiones: baile, libación, cantos; es decir, somos........

© La Razón


Get it on Google Play