Este fin de semana se produjo en la ciudad de La Paz un hecho de carácter privado pero que tiene cierto interés público por ser inusual: 60 personas pertenecientes a una familia, correspondientes a cinco generaciones vivas, se reunieron bajo el paraguas de una pareja antecesora que vivió en la segunda parte del siglo XIX y generó siete prolíficas ramas familiares, con más de 300 integrantes, extendidas en diversas partes del planeta.

Que forme parte de esa familia es muy secundario; sin embargo, vale la pena analizar —aunque con la superficialidad que permite una columna de opinión— y compartir las características de una familia paceña que, como muchas otras, generación tras generación refleja los rasgos y los cambios histórico sociales que se observan desde los estudios de parentesco y, también, desde la mirada feminista.

También consulte: Un censo sabor a poco

La antropología en un inicio observaba y valoraba las relaciones familiares desde una mirada del mundo occidental colonizador y masculina, hasta que en los años 70 todo cambió y se hizo evidente que lo familiar es diverso, según el tipo de cultura y pueblos, y también con el transcurrir de los tiempos. Hoy, en gran parte del mundo, las familias tienen características variadas, son ampliadas, mono-paren-marentales, con padres o madres del mismo sexo, con inclusiones no consanguíneas puntuales o grupales.

Datos del INE de 2017, a la espera de los resultados del Censo de 2024 y otras encuestas, señalan que en Bolivia hay tres millones de familias, de las cuales el 45% son “hogar nuclear completo” (padre-madre-hijos/as), remarcando así, con “completo”, esa triple relación como imprescindibles en una familia, cuando actualmente para la percepción de quienes integran un núcleo familiar no siempre es necesario ese tipo de pareja o que haya descendencia. Las estadísticas también mencionan un 11% de familias “monoparentales”, invisibilizando a las madres que en gran parte de los casos son las jefas de hogar, por lo que debería llamarse “monomarentales”. Las estadísticas siguen siendo patriarcales.

Dado el momento del inicio o raíz del árbol familiar de la pareja paceña (Manuel Ergueta y Salomé Tamayo) en cuyo nombre se convocó a la reunión, es evidente la presencia del patriarca y de la descendencia patrilineal, donde el apellido masculino es el que cuenta. Es así que las ramas familiares generadas por las hijas adoptaron el apellido del marido (Antezana, Peñaranda, Nardín…). Hoy, de la prolífica descendencia, son pocos los varones que llevan el apellido original y eso “es de lamentar”. Por este tipo de sentimientos que tienen que ver con la identidad, hace un año y sin que se sepa más al respecto, se propuso en el Legislativo una normativa legal que permitiría elegir qué apellido irá primero, considerándosela como una “justicia de género”.

Además, está el hecho muy actual de la disminución, en algunos casos a cero, del número de descendientes. De ese árbol frondoso de las primeras generaciones se pasa a unas despobladas ramas. Es que de las esposas-amas de casa-madres prolíficas originales se ha pasado cada vez más a las mujeres, liberadas, que priorizaron su profesión y tienen pocos hijos o ninguno.

También, en el origen de la familia que da pie a este artículo está el hecho de que es una familia urbana con relevancia cultural del mundo occidental europeo, vale decir con rasgos coloniales marcados —además del énfasis en señalar que el apellido proviene de una región vasca ibérica— y poco relacionado consanguínea y culturalmente con el mundo indígena del país, revelando esa separación por razones de clase y raza que se producía en las ciudades, en especial, en las generaciones más antiguas, ya que en las nuevas sí se da una mayor diversidad en ambos aspectos, aunque la mezcla no siempre es puesta en valor. Parte de la diversidad incluye la orientación sexual, donde lo gay o lo lesbiano o bisexual queda oculto y se resguarda en los espacios más íntimos familiares.

Es pues una familia común y corriente, aunque con una trayectoria paceña de varias generaciones y con ciertos aportes a la ciudad y al país en momentos y personajes concretos. Para terminar, algo paradójico: se temió porque el comunismo destruyera a la familia y hoy se observa que es el liberalismo, con su marcado individualismo y la pérdida de ciertos valores lo que está haciendo que las familias tradicionales sean cada vez más escasas.

(*) Drina Ergueta es periodista y antropóloga

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Relaciones familiares

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11.04.2024

Este fin de semana se produjo en la ciudad de La Paz un hecho de carácter privado pero que tiene cierto interés público por ser inusual: 60 personas pertenecientes a una familia, correspondientes a cinco generaciones vivas, se reunieron bajo el paraguas de una pareja antecesora que vivió en la segunda parte del siglo XIX y generó siete prolíficas ramas familiares, con más de 300 integrantes, extendidas en diversas partes del planeta.

Que forme parte de esa familia es muy secundario; sin embargo, vale la pena analizar —aunque con la superficialidad que permite una columna de opinión— y compartir las características de una familia paceña que, como muchas otras, generación tras generación refleja los rasgos y los cambios histórico sociales que se observan desde los estudios de parentesco y, también, desde la mirada feminista.

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