Trabajar y cobrar tan poco que es imposible dejar de ser pobre es un fenómeno que se reproduce con mayor intensidad en muchas partes del mundo y que lo afirma como tendencia, específicamente para América Latina, un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2023. De ello se informó en este medio hace unos días; sin embargo, lo de trabajar y no cobrar es algo muy común desde hace mucho tiempo para una parte de la población y también es algo invisible en las estadísticas.

A mediados del S. XIX, John Stuart Mill lo veía claro cuando decía: “Ya no quedan esclavos, sino amas de casa”. Desde una perspectiva liberal se habían obtenido algunos derechos para las personas en general, pero no para las mujeres en particular. Hoy las mujeres ocupan puestos laborales relevantes, aunque sin la jerarquía y nivel salarial de los hombres, además de otros aspectos que ahora apuntaremos.

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Un primer elemento es que, pese a los avances en el acceso femenino al trabajo en espacios originalmente masculinos, en algunos casos la feminización de un área laboral ha implicado un “desprestigio” de la misma y una consecuente disminución en su remuneración y pago, como pasa con en el área del magisterio, la publicidad y, también, en el periodismo, entre otros.

Otro aspecto es que, pese a algunas políticas de igualdad de género impulsadas desde sectores públicos y también privados, incluidas las ONGs, para buscar una equidad laboral entre hombres y mujeres, en todos estos espacios es muy difícil que haya mujeres en puestos de mando. En Bolivia, el 47% de los puestos de trabajo son ocupados por mujeres; sin embargo, según datos globales, sólo un 20% de los cargos directivos los ocupan mujeres.

Pero sea cual sea el caso, las mujeres tienen el trabajo asegurado, lo que no quiere decir que sea pagado. Tienen el trabajo asegurado al llegar a casa y hacerse cargo de las labores domésticas. Se vende como positiva la idea de la “super mujer” que todo lo puede, cuando en realidad se trata de una doble explotación por razón de género, de lo que Betty Friedan hablaba ya en 1985 y que hoy sigue muy vigente.

Que los hombres “ayudan”, cada vez se ve más; sin embargo, muy rara vez “se hacen cargo” de las múltiples faenas y cuando lo hacen tienden a llevar a cabo las labores más fáciles, menos pesadas y más sociales (como cocinar cuando hay gente invitada, y así lucirse, o ir a comprar y de paso airearse).

Si la mujer trabaja fuera de casa y es posible pagar a alguien para que se haga cargo de las labores domésticas, esta persona es mujer. No hay empleados domésticos. Es una labor femenina y sólo en este caso es remunerada, aunque en los niveles más bajos. Esta remuneración demuestra que se trata de un trabajo y es necesario decirlo porque aún hoy hay quien piensa que las mujeres que se dedican a su casa no hacen nada.

El artículo sobre el informe de la OIT señala que Bolivia es uno de los pocos países en donde la inflación no está afectando negativamente en los niveles salariales, ya que en 2023 el incremento salarial fue, en el caso del salario mínimo, superior al índice inflacionario. Pronto se inician las negociaciones por este incremento para 2024, en reuniones donde asisten fundamentalmente varones y donde, por lo general, no se hace ninguna mención a la situación de las mujeres.

En estas reuniones probablemente esté la ministra de Trabajo, Verónica Navia, que hace poco afirmó que el modelo del actual gobierno “es único en el mundo y es generador de empleo”, ya que se levanta sobre “cuatro pilares: la economía privada, la estatal, la social cooperativa y la comunitaria”. En este modelo, ¿cómo participan las mujeres? En la nota de prensa oficial de este Ministerio no se dice nada al respecto.

Hoy, en Latinoamérica, existen países cuya elevada inflación repercute notoriamente en los salarios, es el caso de Argentina, y en Bolivia todavía hay un control inflacionario; sin embargo, el fenómeno de la pobreza a pesar de tener trabajo es también algo evidente, más con trabajos no sólo precarios sino temporales. En este marco, en el que se mueve toda la población trabajadora, la situación de las mujeres y su doble jornada laboral no remunerada es, en comparación con los hombres, de mayor fragilidad y, por ello, es donde se debería poner el acento a la hora de aplicar políticas públicas.

La Razón da la bienvenida a nuestra nueva columnista Drina Ergueta. Tenemos la certeza de que sus opiniones enriquecerán la pluralidad de visiones que habitan estas páginas. Sus textos se publicarán cada 15 días. Esta casa periodística sigue creciendo.

(*) Drina Ergueta es periodista y antropóloga

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Un trabajo seguro

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01.02.2024

Trabajar y cobrar tan poco que es imposible dejar de ser pobre es un fenómeno que se reproduce con mayor intensidad en muchas partes del mundo y que lo afirma como tendencia, específicamente para América Latina, un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2023. De ello se informó en este medio hace unos días; sin embargo, lo de trabajar y no cobrar es algo muy común desde hace mucho tiempo para una parte de la población y también es algo invisible en las estadísticas.

A mediados del S. XIX, John Stuart Mill lo veía claro cuando decía: “Ya no quedan esclavos, sino amas de casa”. Desde una perspectiva liberal se habían obtenido algunos derechos para las personas en general, pero no para las mujeres en particular. Hoy las mujeres ocupan puestos laborales relevantes, aunque sin la jerarquía y nivel salarial de los hombres, además de otros aspectos que ahora apuntaremos.

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