Estos días recordamos la etapa más singular de la vida ciudadana, las fiestas de fin de año. Días en que las urbes entremezclan lo imaginario con los anhelos de una población necesitada de ilusiones. Y para ello, las conmemoraciones de esta época son el mayor motivo para cultivar la esperanza.

Son fiestas en que la población se vuelca a los lugares más simbólicos de las ciudades, los cuales generalmente son preparados para celebrar las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Allí, la muchedumbre invade esos espacios públicos que llevan a recordar a esos grandes poetas que afirmaban que el dominio de la ciudadanía radica en desposar a la multitud. En este caso, una ciudadanía enamorada de la vida urbana, ya que se apropia de los sectores más engalanados para estas fiestas.

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Adicionalmente, se podría afirmar que la población paceña gusta de la calle, del encuentro y se identifica con el espacio público abierto, especialmente a fin de año, cuando su ávida necesidad de ver y sentir a su ciudad engalanada, la motiva a invadir los lugares que le ofrecen sensaciones atractivas. Estos sitios, embellecidos por escenografías en las que la luz artificial es dominante y hasta excesiva, transmiten la fuerza del sentido que conllevan las esperanzas para el nuevo año.

Es así que en la época navideña, esta ciudad vibra, a pesar de los gentíos que gustan sentirse espectadores de esos momentos y la superabundancia de actividades, ventas y compras que atraen a grandes y chicos. Momentos singulares que llevan a pensar que es una ciudad significante.

Una visión que reafirma que La Paz es dueña de una vida urbana efervescente gracias a su gente, lo que no siempre es aceptado por todos. Sin embargo, el espacio público es por demás atractivo para la ciudadanía, hasta el punto en que nos recuerda los conceptos de un enamorado de las multitudes y de la vida urbana de París, como fue Baudelaire.

Conceptos que nos acercan a una realidad como la de La Paz, en la que la población, al apropiarse de sus calles y otros lugares, le ha dotado de la denominación de ciudad viva. Esto, no solo porque el habitante paceño vive su ciudad, sino porque le gusta entremezclarse en la vida urbana.

Así, esta urbe representa esa especie de casa grande donde la ciudadanía vive y disfruta, lo que da a entender que también la ama, aunque de igual manera la aprovecha y la explota económicamente.

En definitiva, este territorio cuenta con una infinidad de realidades que afirman que es el lugar donde el habitante se siente libre para gozar de las expresiones ciudadanas, para relatar historias que no son otra cosa que un universo de imaginarios que alimentan la efervescencia citadina. A diferencia de otras urbes, que buscan crear significados forzados para dotarles de singularidades.

Imposible dejar de mencionar a las metrópolis que tuvieron la gran idea de conservar aquellos barrios en los que la ciudadanía expresa libremente la riqueza de su vida urbana, la cual resalta por su cultura. Y un ejemplo de ello, sin duda, es el China Town de Nueva York, del cual escribimos en este espacio hace algún tiempo.

Sabemos que vivimos tiempos en los que las megaciudades —que responden a la visión de ciudades del futuro— han implementado los no lugares, espacios circunstanciales que han logrado desplazar a los otrora lugares de encuentro. Sin embargo, pese a estas nuevas corrientes, cada fin de año, el engalanamiento de todas las ciudades con luminosidades por demás destellantes pareciera confirmar que no han roto definitivamente con el pasado.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

QOSHE - La Paz, a fin de año - Patricia Vargas
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La Paz, a fin de año

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22.12.2023

Estos días recordamos la etapa más singular de la vida ciudadana, las fiestas de fin de año. Días en que las urbes entremezclan lo imaginario con los anhelos de una población necesitada de ilusiones. Y para ello, las conmemoraciones de esta época son el mayor motivo para cultivar la esperanza.

Son fiestas en que la población se vuelca a los lugares más simbólicos de las ciudades, los cuales generalmente son preparados para celebrar las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Allí, la muchedumbre invade esos espacios públicos que llevan a recordar a esos grandes poetas que afirmaban que el dominio de la ciudadanía radica en desposar a la multitud. En este caso, una ciudadanía enamorada de la vida urbana, ya que se apropia de los sectores más engalanados para estas fiestas.

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© La Razón


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